06:00 pm

Decidí pasar el resto de la tarde encerrado en casa dejando que pasaran las horas sin hacer nada porque, visto lo visto, lo mejor era estar ocioso y no provocar más al destino que se había propuesto que conociera de cerca el infierno (no solo por las desventuras que estaba viviendo sino también por el calor asfixiante). Estaba deseando que el reloj marcara ya las 24 horas de aquella funesta jornada.

Había pasado unas dos horas en las dependencias de la policía local. Durante el percance y mi arresto preventivo (para evitar que me pusiera más nervioso y pudiera alterar el orden público, me dijeron) había perdido mi sombrero y también había dejado abandonadas las pertenencias que había estado arrastrando durante todo el día (les tenía apego porque era lo único que reconocía y que me reconciliaba con mis aburridas vacaciones hasta ese día). Confiaba en que el camarero se apiadara de mí y me las custodiara con cariño aunque, después del espectáculo y de no haberle pagado la cuenta tenía mis dudas.

Me tuvieron en una sala de espera acompañado de turistas que estaban esperado para formular una denuncia. Me ofrecieron agua porque no tenía dinero ni para sacar un refresco de la máquina expendedora. Aquello era lo más parecido a una terminal internacional del cualquier aeropuerto: todas las nacionalidades estaba allí presentes. Se denunciaban desde unos tocamientos realizados por algún perverso aprovechando el anonimato de la multitud, hasta el hurto del pollo asado comprado para la comida. Naturalmente móviles, bolsos, maletas, relojes y joyas estaban entre los delitos más populares, eran los campeones.

Está usted muy alterado, señor —Me dijo el que me puso las esposas y que pretendía mostrarse ahora cercano.

Verá señor agente…

Agente me vale, no hace falta el «señor…»

Como usted mande, que para eso es la autoridad. Como le decía señor policía…

Le he dicho que no hace falta que utilice el «señor», esto no es el ejército aunque se lo parezca por la forma en que vamos uniformados. Pero nunca sabe uno cuándo le van a disparar y en esta época del año corre mucha gente por aquí y eso incluye a los maleantes que hacen su Agosto…y nunca mejor dicho. ¿Me entiende?

Perfectamente, cualquier prevención es poca. Pues como le decía señor urbano, yo…

¿Pero es usted tonto o me está provocando? Le he dicho que el «señor» se lo puede meter por allá donde le quepa. Ni urbano, ni policía aunque es obvio que lo soy. O me llama por mi nombre o con un aséptico agente es subiente.

Pero es que no me ha dicho su nombre, señor guardia. Uy, perdón, agente sin nombre.

Así fue como acabé en la sala de espera, sin esposas, pero sin poder salir hasta que el señor agente, policía local, antes guardia urbano, acabara su trabajo con las denuncias o lo que es lo mismo , se le pasara el cabreo que yo le había provocado. No sé por qué les irrita tanto que los llamen urbanos a los actuales policías locales. Desde que llevan pistola parece que les moleste que los confundamos con los legendarios y añorados controladores de tráfico.

Antes de que el sillón de casa me adoptara por el resto del día y después de recuperar una llave del apartamento en la oficina de fincas que me lo alquiló, me metí en la ducha para quitarme la escoria acumulada en mi empeño por descubrir los diferentes materiales del suelo y para quitarme el susto que todavía tenía en el cuerpo después de ser casi atropellado por una autocaravana

Debajo del agua parecía que recobraba la humanidad y la dignidad (por poco tiempo). Todavía temblaba. Cuando el agente (ahora que no me escucha lo digo bien, qué ironías tiene el destino) me dejó libre con un lacónico:«fuera de mi vista», salí de allí pitando sin fijarme demasiado por donde andaba. Resulta que lo hacía por medio de la carretera (la estaba cruzando). Cuando levanté la cabeza lo que vi fue el frontal de una especie de furgoneta grande, como una casa con ruedas, que se me venía encima. Escuché el chirrido de la ruedas mientras el conductor frenaba y pude oler la goma quemada de los neumáticos. Me quedé paralizado, no solamente por el agarrotamiento típico de las situaciones de peligro vital, sino porque reconocí de inmediato al conductor del vehículo. Era mi ángel de la guarda hoy.

El orondo alemán sonrió, mientras pude adivinar como las gotas de sudor se le deslizaban por el rostro colorado. La camioneta quedó frenada a un centímetro de mi cara. Estaba rígido, inmóvil y mudo pensado en lo cerca que había estado de ser el protagonista de la disminución de censo (estacional) de aquella localidad. Cuando escuché el ruido de sierra del freno de mano, supe que ya estaba a salvo. Levanté la mirada hacia el parabrisas y fue entonces cuando mi cuerpo reaccionó. Un temblor volcánico se apoderó de mí a la vez que intentaba balbucear palabras de agradecimiento. Me quedé más boquiabierto si cabe cuando observé que el copiloto era la rubia esbelta que había visto (me alegró comprobar que no se trataba de una alucinación) en el paseo marítimo mientras intentaba tomarme el vermú. Me sentí entonces culpable por haberla mirado con lujuria , pero quién iba a suponer que se trataba de la pareja de aquel alemán grandote y salvador.

Mientras me enjabonaba repasaba los acontecimientos e intentaba encontrar el punto donde todo se había torcido. ¿Había sido la mujer que me interrumpió la lectura?, ¿la ruptura cruel de la pareja adulta?, ¿los cazadores de pokemon?, ¿el perro?… En eso estaba cuando me quedé a oscuras. No grité porque no había nadie para escucharme.

El lavabo no tenía ninguna ventana así que no entraba ni una pizca de luz natural. Enjabonado todavía, intenté salir de la ducha pero al poner el pie fuera del plato tuve un conato de caída por resbalamiento. Decidí que teniendo hoy una nube negra encima lo mejor sería desplazarme a cuatro patas para evitar otro accidente. Así que de esa forma tan poco edificante me dirigí hacia donde se encontraba el cuadro de luces. Me notaba tan ridículo (otra vez) que agradecí encontrarme completamente solo en casa.

Notaba como el corazón bajaba de revoluciones y se acompasaba a la respiración pausada que el reposo en la el sillón me proporcionaba. Los párpados que no querían ser menos se cerraron con desgana , como si se vieran obligados a hacerlo para no desentonar con la desactivación del resto del cuerpo. Me quedé otra vez a oscuras pero esta vez no fue un fallo de electricidad.

Sonó el timbre de la puerta.

Creo que esto es suyo —me dijo en un castellano a trompicones .

Sí, bueno..No sé. Creo que sí. No sé que decir…Lo perdí…

Me obsequió con una franca sonrisa que dejaba entrever unos dientes blancos , perfectamente alineados y protegidos por unos labios carnosos. La piel bronceada y cuidada tenia un brillo sugerente. Miré más allá del umbral de la puerta, detrás de ella y por el rellano, para ver si iba acompañada por el orondo alemán. Esta sola y la tenía delante de mí. De cerca todavía era más bella y sensual que cuando la vi por primera vez. Ahora llevaba el cabello suelto y le daba un aspecto más salvaje pero para nada descuidado.

Me ha costado mucho dar con usted, pero quería darle en persona su sombrero.

No sabe cuánto se lo agradezco que haya venido…y que traiga el sobrero también.

Bueno no quiero molestarlo más…

Para nada. ¿Puedo invitarle a tomar algo?

Puede tomarme a mí…

Eso sí lo dijo en un perfecto español y provocó, una vez más, una sacudida de todos mis sentidos. Volvía a cabalgar el corazón y el alumno aventajado solicitaba impacientemente todo el torrente sanguíneo…

¡Bip, bip, bip…Bip, bip, bip…Bipbipbippppp…! Me despertó la alarma que había puesto para avisarme de cuando dejara atrás aquel infausto día. Me había jugado la última broma, aunque se despidió con un buen recuerdo. Llevaba unos segundos del nuevo y lo primero que haría es meterme a la cama para empezar con buen pie. Me fui cantando para evitar la carcajada que todos mis sentidos me pedían.

Esto comienza aquí:

UN DÍA DE VERANO (primera parte)