Bajábamos de la cima, poco después, sin que los universitarios hubieran descansado, ni probado alimento alguno. Llegaban rendidos al campamento; en la cena tomaban el mismo menú del desayuno, al que se le añadía agua de panela para mitigar el dolor de las agujetas. A las 9 p.m. caían dormidos sobre las colchonetas depositadas en el suelo de cemento. Al día siguiente repetían la misma rutina, salvo que no subían a la montaña sino que, hasta el mediodía, realizaban prácticas de tiro con AK47 en la gran explanada trasera lindante con la selva que marcaba el perímetro del campamento; era la actividad que más les entusiasmaba. La tarde del domingo regresaban a sus casas, sin haber comido, deseosos de contar la extraordinaria aventura como verdaderos guerrilleros del M19. En los momentos de descanso, les daba charlas sobre nuestros ideales de regeneración democrática, la razón de nuestra lucha y los beneficios que iba a recibir Colombia, gracias a nuestro sacrificio: mejoraríamos sus vidas y les abriríamos el camino a un futuro de mayor libertad y bienestar. Estas jornadas en el “parque temático” que había ideado el M19 nos ayudaban a promover una opinión favorable entre los periodistas y los jóvenes colombianos; los comandantes estaban satisfechos con los resultados obtenidos, y entre los universitarios, cada semana, había lista de espera para tener acceso a la experiencia guerrillera, la cual reproducía en cuarenta y ocho horas nuestra vida en el monte: hambre, caminatas y cansancio.