Sobrevivía con testarudez a los nuevos tiempos. Todo el mundo le decía que ya no tenía futuro, que era una reliquia del pasado y que debería estar en un museo o en los libros de historia como una más de las profesiones que habían desaparecido con la nuevas tecnologías. Pero él se empeñaba en seguir haciendo las cosas como siempre, como le habían enseñado y como las llevaba practicando desde hacía más de tres décadas.

En aquello era el mejor. Nadie le ganaba. Algunos se le aproximaron però nadie llegó a hacerle sombra. Imposible imitarlo. Él era sobre todo perseverante, constante, creativo y diferente. Unas virtudes cada vez menos valoradas. Ahora estaban de moda otras relacionadas con la espectacularidad y la velocidad. Todo tendía a ser para un consumo compulsivo y de corta duración. El éxito se alcanzaba a la misma velocidad que llegaba también el fracaso. Mantenerse arriba ya no era lo más importante. Ahora se trataba de sustituir continuamente al producto que había alcanzado la cima antes de que éste iniciara el descenso del olvido o del cansancio.

Él seguía creyendo que el placer estaba precisamente en todo lo contrario. En saborear las cosas poco a poco. En digerirlas lentamente para que se asienten bien en nuestro interior. Así lo pensaba y así lo seguía haciendo. Si permanecía en la empresa es porque su números seguían demostrando que el método que empleaba seguía estando vigente, aunque era el único que lo defendiera.

Era vendedor de libros a domicilio. Cuando entró a trabajar en la editorial más importante se sintió la persona mas feliz del mundo. Aquello colisionaba frontalmente con lo que le decían sus amigos:

¿Estás seguro?

Siempre he querido dedicarme a eso.

Es un trabajo duro y muy poco agradecido. ¡Nadie quiere ser vendedor de libros!

Pues yo sí. Me gustan los libros y poder distribuir ese placer creo que es una labor muy digna.

Naturalmente no tuvo ningún problema para obtener el trabajo. Sólo se presentaron dos personas al puesto y su entusiasmo era tal que el entrevistador no tuvo ninguna duda.

Ahora todo era diferente. La empresa había tenido que adaptarse a las nuevas necesidades y el negocio principal ya no era vender libros a domicilio. Se vendían a través de plataformas en la red y la mayoría en formato digitales.

Ya no necesitaban vendedores como Vicente. Él seguía atendiendo a su clientes de forma regular y les sugería los últimos títulos que habían aparecido en el mercado en función de sus gustos. Era lo más parecido a un médico de cabecera. Conocía tanto a sus clientes que sabía en todo momento lo que necesitaban en función de su estado de ánimo. Así cuando los hijos eran adolescentes siempre llevaba un libro de aventuras imposibles donde los protagonistas eran rebeldes y luchadores de causas perdidas. A unos recién casados les sugería un libro de cocina a él y a ella una novela donde la protagonista era una mujer fuerte y determinada. Si la confianza había sobrepasado el pasillo o la cocina y lo hacían pasar a la sala de estar, se atrevía a sugerirles un libro de contenido erótico mientra daba sorbos al café. A la abuelas les regalaba libros de viajes que nunca habían podido realizar o de jardinería. Si la vista ya no les permitía disfrutar de la lectura, él perdía diez minutos y les leía algún pasaje de un delicioso paseo en góndola por los canales de Venecia o a lomos de un camello visitando la ciudad perdida de Petra.   

Su técnica consistía en eso. En conocer a sus clientes, en relacionarse con ellos. Atenderlos y perder el tiempo que fuera necesario par crear un vínculo especial y humano. La necesidad por leer surgía de forma natural y en consecuencia ahí estaba él para satisfacerla. La personalización era tal que sus clientes no pisaban una librería desde hacía años.

Sus nuevos jefes le decían que era un especie en extinción. No porque no fuera beneficiosa su fórmula, sino porque lo que de verdad se había transformado era la forma de consumir. Los que habían cambiado eran los clientes. Vicente lo pudo comprobar con el paso del tiempo. A medida que sus compradores pasaban a mejor vida o se alejaban de ella por culpa de un cerebro ausente de memoria y razonamiento, se fue quedando sin trabajo. Los hijos preferían una tableta electrónica que un conjunto de hojas de papel encuadernadas.

¡Hasta aquí hemos llegado! Vamos a cerrar esta línea de negocio.

No me veo haciendo otro trabajo.

Tienes dos opciones: o te reciclas o te jubilas.

El reciclaje consistía en transformarse en vendedor de enciclopedias. En realidad se trataba de colocar todo tipo de artilugios y enseres para justificar la compra a plazos de una colección de tomos que nadie consultaría. El objetivo eran personas de edad avanzada que quedaban deslumbradas ante la cantidad de regalos que recibían a cambio de comprar una ristra de pesados volúmenes que ocuparían un espacio principal en la librería del comedor. Por ello se comprometían durante años a pagar unas cuotas abusivas. La casa se les llenaba de cacharros de cocina, de colchones tan duros donde era imposible soñar y de máquinas contra el dolor o para ejercitar unas piernas fatigadas de caminar tantos años por los tortuosos caminos de su existencia.

¡No me gusta engañar a la gente!

Es todo legal.

Es un atropello.

¡No te pongas puritano! ¿Acaso no tuviste problemas con la justicia por culpa por no saber frenar tu lujuria?

Aquello fue diferente. Era joven y me engatusaron.

Se refería a un episodio que sufrió al principio cuando empezaba a buscar clientes puerta a puerta. Su entusiasmo le llevaba a no seleccionar los barrios donde ofrecer sus servicios y esa imprudencia le ocasionó más de un problema.