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1ª parte EL ALBA DE LOS TIEMPOS (Hace 40.000 años) 1ª Parte – desafiosliterarios.com

2ª parte EL ALBA DE LOS TIEMPOS (Hace 40.000 años) 2ª parte – desafiosliterarios.com

EL ALBA DE LOS TIEMPOS

(Hace 40.000 años)

III

Un resplandor repentino, con potencia cegadora, se difundió por el aire enrarecido y su brillo apagó al sol, ya oscurecido por el humo y el polvo en suspensión. La neblina adquirió un fulgor luminiscente y hombres y bestia quedaron en suspenso. Retumbó un estallido que se difundía por el valle y resonaba en las cañadas, hasta rebotar en las laderas de los montes. Los ecos dificultaban descubrir su origen, hasta que apareció un objeto en el cielo que caía a gran velocidad. Era un cuerpo extraño, un disco en cuyo alrededor chispeaban relámpagos envolventes, que le daban una apariencia aterradora. Hasta ellos llegó el silbido del aire en expansión, al ser penetrado de un modo tan agresivo.

Uhm creyó que el sol caía desde el cielo y se llenó de temor. Pensó que chocaría contra el suelo y que el cataclismo era inminente. De pronto, aquel bólido detuvo su caída y quedó suspendido, quieto y en silencio. Uhm no podía apartar sus ojos del fenómeno, abstraído en la sorpresa y lleno de espanto.

Al fin salió del marasmo, al oír un rugido que le volvió a la realidad. El dientes largos saltó hacia ellos y él sintió la impotencia de encarar una muerte segura. De repente, de aquel disco, percibido ahora como esfera, salió un rayo de luz blanca e impactó en el cuerpo de la bestia en pleno salto. El felino rodó ladera abajo, dejando un hedor a pelo y carne calcinados.

La tierra volvió a temblar con violencia y todos cayeron al suelo incapaces de mantener el equilibrio. Se Iniciaron corrimientos nuevos y las erupciones en las crestas de las montañas se recrudecían con remozado brío. El fondo del valle se resquebrajó, abriéndose fosas sinuosas por las que brotaba lava burbujeante. Por doquier surgieron fumarolas que despedían gases a gran altura, liberando la presión brutal que amenazaba con arrasarlo todo.

El desánimo cundió entre ellos. Uhm observó que todos se hallaban irreconocibles, cubiertos por un lodo blanquecino de sudor y cenizas. Los llantos se hicieron incontenibles y las súplicas a sus Dioses de los cielos y la tierra parecían no ser oídas. Su soledad ante la tragedia les dolía en el alma, más que ningún dolor físico que jamás hubieran sentido. Se dejaron caer al suelo exhaustos y vencidos, ante un fin inevitable.

La esfera se movió con suavidad, segura y en silencio, y se posó sobre un altozano desprovisto de maleza. A través de la turbiedad de sus ojos, lastimados y enrojecidos por la atmósfera cada vez más enrarecida, Uhm vio cómo se abría un rectángulo en la superficie y unos peldaños se desplegaron desde el ras de aquella oquedad, hasta alcanzar el terreno.

Tres figuras humanas descendieron por la escalera y les hicieron señales para que se apresuraran a refugiarse en lo que, para Uhm, era una cueva voladora, donde moraban los hombres celestes. Tenían miedo de unos seres que, aun pareciéndose a ellos, los veían muy distintos: la piel de su rostro era clara y libre de vello. Eran más altos, de complexión delgada y frente amplia. Su mandíbula parecía frágil, llamando la atención los pómulos suaves y la nariz recta. Apreció en sus facciones una belleza insólita.

De nuevo las erupciones elevaban el humo y las cenizas, cuyas pavesas candentes volvían a caer como lluvia de fuego que, dispersas, generaban incendios en toda la zona. Uhm estaba abrumado. Sobre ellos caían residuos encendidos que les quemaba la piel. ¡Tenían que encontrar refugio! Pensó que aquellos hombres eran enviados de los Dioses para salvarles y que por eso les habían librado del dientes largos. Ahora parecían invitarles a entrar en aquel artefacto, para evitar las fuerzas destructoras de la naturaleza.

—¡Ir! —gritó, gesticulando con viveza, en un intento de animar al grupo a vencer el miedo— ¡Correr!

Haciendo un esfuerzo corrieron cuanto podían, a sabiendas de que sus vidas dependían de ello. Cuando estaban al pie de la escalerilla vieron con espanto que, río arriba, una masa oscura de agua y lodo se precipitaba sobre el valle, inundando y demoliendo todo a su paso. Uhm comprendió por qué el rio se había secado. Sin duda, en las primeras sacudidas un alud habría cerrado su cauce, represándolo entre la angostura de las paredes de roca. La acumulación de agua debió ejercer una gran presión que, junto a los seísmos, habrían reventado la represa.

Debían darse prisa y refugiarse en la esfera, convencidos de que la inundación les alcanzaría. Subieron los escalones y entraron a un habitáculo blanquecino, a través de un arco cubierto de pequeñas lucecitas parpadeantes. Los anfitriones les hablaban en un idioma ininteligible y por señas les indicaron que se aferrasen a unos soportes anclados en las paredes. Se sentaron en unos bancos de los que surgieron amarres que les sujetaron, de forma automática, por las caderas y los hombros. La escalerilla se replegó y la puerta se cerró en silencio, sin dejar huella de su existencia.

Un sonido sordo se dejó oír y sufrieron un vacío en sus estómagos que les provocaba náuseas. Todo a su alrededor vibró y una sensación de mareo y el aumento repentino en la pesadez de sus cuerpos, les hizo advertir que estaban en movimiento.

Las paredes, que momentos antes eran opacas y proyectaban luz en su superficie, se fueron volviendo transparentes. Desde dentro de aquella esfera se desplegó a sus ojos una panorámica del paisaje en transformación constante. La esfera ascendía con premura y desde el cielo, por encima del humo y las cenizas, contemplaron admirados la belleza alucinante del fuego, señoreándose del paraje que hasta entonces habían habitado.

Todo en el seno de la esfera era nuevo para ellos. De techos y suelos surgía luz suave que se dispersaba uniforme, sin tener un punto de origen. Las superficies, de color blanquecino, parecían a la vista frías, pero al tacto eran de suavidad cálida y sin aristas, vetas u oquedades. El aire limpio y la temperatura agradable, hicieron que se relajasen y se dejaron hacer sin cautelas, confiando con plenitud en sus salvadores. Uhm no comprendía nada. No sabía de qué materiales estaba hecha aquella cueva, pero pensó que el poder de los dioses podía crear a su antojo todas las cosas.

En otro habitáculo les despojaron de sus pieles y abalorios y les asearon, procediendo a curar las heridas y hematomas que presentaban por todo el cuerpo. Uhm se maravilló cuando a una herida en su rodilla le enfocaron con un pequeño objeto del que surgió un rayo de luz indoloro y se cerró, sin apenas dejar marca sobre su piel. Les llevaron a otro espacio y les reclinaron en mullidos lechos, donde les pusieron objetos cóncavos sobre narices y bocas, y quedaron dulcemente dormidos.

A Uhm le pusieron una diadema de sensores y en la pared se abrió un panel con una pantalla, en la que se proyectó la imagen de la base de su cerebro. Sobre la nuca pusieron un ingenio, no mayor que un grano de arroz, del que surgían apéndices finísimos que, como si tomaran vida, se insertaron por sí mismos a través de la médula espinal hasta el encéfalo, implantándose la totalidad debajo de la epidermis. Acabada la operación un rayo láser cicatrizó la incisión, sin dejar señales.

—Misión concluida —dijo el cirujano—. En el término de cada tentáculo se aprecia actividad indiciaria de la formación de nuevas redes neuronales. Ahora dejémosle dormir unas horas, mientras volamos al paraje en el que seguirán con su vida.

CONTINUARÁ.