LAS VOCALES PRESUMIDAS

Cuando yo era pequeño solía hacer prácticas en mi cuaderno de caligrafía. Letra a letra y renglón a renglón, terminaba una plana o carilla y, sin descanso posible, comenzaba otra, y otra, y otra…

En una de estas ocasiones acabé una línea con las vocales y, cuando me disponía a escribir la segunda, sucedió algo que me dejó asombrado: las letras comenzaron a moverse y, una a una, fueron saltando del cuaderno a la mesa y correteaban sobre ella como una panda de niños sobre verde césped.

La primera en saltar era gordita y tenía un gracioso rabillo que arrastraba por la superficie de la mesa: era la “a”.

La segunda caminaba encorvada, como si su enorme cabeza pesara tanto, que su delicada espalda no pudiera con ella: fue la “e”.

Saltó la tercera. Elegante, delgada y con una cabecita que, sin tenerla pegada al cuerpo, la seguía a todas partes: se llamaba “i”.

La cuarta era redondita, rechoncha y sin rabillo. Rodaba sobre sí y saltaba con dificultad por razón de su peso: era la “o”.

Por fin saltó la última, con su pancita colgando, caminaba a saltitos sobre su rabo curvado: fue la “u”.

Como una riada incontenible, corrían y gritaban entre piruetas, zancadillas y empujones, felices y libres lejos de las rígidas líneas de los renglones que las aprisionaban desde el principio de sus vidas. Con traviesa algarabía se reían y burlaban unas de otras y todas eran tan diferentes, que formaban un grupo muy pintoresco.

—Mirad, amigas —decía la “a”—, mirad ésta que se las da de letra de “postín”… ¡mirad la “i”! ¿Habéis visto letra más finita y despistada, que ni la cabeza la tiene asentada?

Todas rieron la gracia, menos la “i”, que enfadada le respondió a la “a”:

—Ríe, ríe cuanto quieras, que si de presumir se trata, muy entradita en carnes estás para ir a la “moda lineal”. Eres gordita y tu rabillo, que arrastras, siempre sucio está.

—Pues mira, no me quejo, —replicó ufana la “a” —que a carnes hay quien me gana y a sucia… ¡no te digo más!

—¡Oye, tú; conmigo no te metas! —exclamó airada la “o” al verse señalada— Que yo de gorda no tengo nada y de sucia menos. Me lavo por la mañana y cuando me acuesto. Lo que pasa es que la envidia no te deja ver, que soy hermosa y no gorda… ¡como la cabeza de la “e”!

Conforme la discusión avanzaba, más confuso se hacía el griterío y mientras unas hacían muecas, otras aplaudían y todas participaban de aquel “juego” tan divertido.

—¡Ya salió mi cabeza!… —protestó resignada la “e”— ¡Sí!, la tengo gorda, ¿y qué?, por algo soy la que más y mejor piensa y sé que cada una tiene su hechura que nos diferencia y da personalidad. Yo así quiero ser, ya que sería muy extraño que siendo de otra forma… me llamaran “e”.

Todas rieron con renovadas ganas y comenzaron a imitarse unas a otras con gestos tan exagerados, que resultaban cómicos. Parecían duendecillos fantásticos, a los que siempre tendría conmigo: me bastaría con escribir un nuevo renglón en mi cuaderno…

—Razón tienes, amiga “e” —oí decir a la “i”—, ¿acaso me llamarían “i” si tuviese la panza de la “u” en vez de esta cabecita descolgada, aunque alguna vez me la olvide sobre la almohada? Pero así y todo yo no veo una letra de mi elegancia y de tener cabeza la prefiero pequeña, pues, aunque así la tengo,… ¡También pienso!

—Tú, algo pensarás —habló la “u” con tono cansado—, pero entiendes poco. ¿Acaso crees que la “e” habla de nuestra personalidad, para que pensemos cada una de nosotras que somos mejores que las demás?… ¡Qué presumida y vanidosa! Lo importante no es tu delgadez, mi panza, o… la cabeza de la “e”; lo que importa es lo que somos y el servicio que hacemos, y ninguna sin consonante valemos mucho, ni somos feas o bonitas… ¿Te enteras de una vez?

De repente, cuando la “i” se disponía a replicar, fastidiada por tan dura reprimenda, una ráfaga de viento hizo volar las letras de sobre mi mesa y, por más que busqué, no las volví a ver. Pero aquel hecho fantástico, sueño o realidad, me hizo comprender que cada cual es… como es. Con virtudes y defectos. Y que si la Naturaleza nos hizo tan distintos e irrepetibles, somos todos, al menos, dignos de respeto.