Vaporoso vestido, cual corola,
rodea su belleza adolescente,
frágil y delicada como rosa.
Una rosa preciosa… ¡Sin espinas!
Que percibe en sus débiles entrañas
los pinchazos que el amor ingrato,
con punzantes e hirientes esquirlas,
le rompe el corazón y le lastima.

Con sólo su reflejo en el espejo
parece meditar entristecida
sumida en dolorosos pensamientos,
sintiendo solitaria sus tormentos
angustiada, vacía y conmovida.

Seca. ¡Sin lágrimas que le consuelen!
Con gesto suplicante y arrobado
y con el ansia de volver a verle,
musita con ardor una plegaria
con el corazón y alma desgarrados.

El frío espejo, aunque sin sentimientos,
en su esencia vidriosa se imagina
que a la joven y angelical criatura
tan inocente, pura y desvalida,
el desamor la daña y acompaña
y la sumerge en álgida amargura;
y su azogue se empaña con premura,
pues la imagen, que en él es reflejada,
vitaliza su esencia adormecida
y le provee de ternura y alma.