SUEÑOS PREMONITORIOS

“Mira si he soñado cosas

en esta noche pasada,

que he soñado que era sueño

aun lo mismo que soñaba”

(Augusto Ferrán)

 I

A medida que salía del sueño e iba siendo consciente, sentía que mi cuerpo se hallaba dulcemente relajado. Poco a poco mis sentidos se alertaban, en tanto que me sumía en una sensación sublime de paz. La noche me fue muy grata y no quedó en mi memoria rastro de pesadilla que turbase mi ánimo, ni tensiones que denotasen malas posturas. Mi mente se hallaba acunada por una nebulosa que envolvía y penetraba cada una de mis células, aunando físico y espíritu, en una dimensión libre de tribulaciones.

Abrí los ojos, paseé la mirada errática por la habitación, y vi que ya nacían luces que anunciaban un día nuevo. Aún no había llegado el albor que me mostrara el amanecer, sin embargo, se veían los objetos con la claridad lánguida de un cielo luminiscente, ya sin estrellas, que se difundía por la habitación, con macilenta levedad, a través de la ventana.

Nacía el mes de agosto de mil novecientos ochenta y cuatro. La brisa marina enfriaba el aire y lo calaba de sal y humedad, en vivo contraste con el seco y ardiente terral del día anterior. Notaba la caricia del aire fresco en mi piel y percibía el silencio sosegado, que me infundía paz y seguridad. Disfruté un rato de aquellas sensaciones de bienestar general y, al cabo, me asaltó el deseo de salir del lecho, lejos ya de mi mente cualquier rastro de pereza o de sopor.

En tanto que erguía el torso noté una sensación extraña de ingravidez y vi, perplejo, que mi cuerpo aún yacía sin aparentes señales de vida. Se le veía ajeno al afán de mi espíritu, que surgía vaporoso de mi yo físico, como la mariposa que huye del capullo huero e inútil. Con la mayor sencillez salí de la cama y me vi levitar a un palmo del suelo.

El cuarto continuaba en silencio y sombrío. Un tic, tac, mecánico, medía a compás el paso cansino del tiempo, que sonaba en mis oídos con estruendo insólito. Las agujas del despertador indicaban que pronto despuntaría el día y el Sol, que apenas comenzaba a salir, hacía que los objetos se me hicieran a cada instante más precisos. Contemplé mi cuerpo y le advertí tan distante y ajeno, que no pude comprender aquella dualidad tan pasmosa.

Quise asegurarme de que no estaba soñando, pero no sabía cómo hacerlo; sin embargo, tenía la certeza de que todo era real, ya que mis sentidos percibían con claridad y los pensamientos fluían ágiles por mi cerebro, activo y dispuesto. Pero… si no soñaba… ¿Qué me estaba sucediendo? ¿Acaso se podía liberar el Alma del cuerpo? ¿Por qué flotaba en la habitación, mientras mi físico seguía en la cama, sin apercibirse de aquella separación? ¡Quería entender el cómo y el porqué de un suceso tan imposible!… Y al fin caí en la cuenta: lo que miraba con el despego e indiferencia de un espectador ajeno, no podía ser más que… ¡mi muerte!

El latido del reloj me vino a recordar lo breve que es la vida y comprendí que mi esencia huía del cuerpo, llegada la fecha de caducidad que le marcó el destino. Etéreo, desligado de mi corsé carnal, aprecié sensaciones tan placenteras, que no sentía pena por dejar este mundo. Sin embargo, pronto descubrí mi error: el leve girar de mis ojos debajo los párpados y el aliento audible que surgía a través de mis labios entreabiertos, me hizo pensar que aún vivía. Pero… si estaba vivo, ¿cómo era posible aquel desdoblamiento? Sentí tal grado de libertad, que deseé salvar el vano de la ventana y vagar por el espacio sin rumbo ni destino.

Desde el aire, suspendido sobre la cama, vi que el Sol clareaba el cielo y las sombras huían con desgana de mi entorno. Mi mirada se posó cálida en el rostro de Candi que, apoyado sobre la palma de su mano, se me ofrecía recatado tras la traza opaca del sueño. De pronto vi que, junto a ella, alguien yacía en el lugar opuesto al que mi cuerpo ocupaba y que no era el que yo solía. Sin duda esta fue una de las cosas que más me asombraron: los sitios que ocupábamos en la cama mi esposa y yo, estaban cambiados según nuestra costumbre. Pero lo que me produjo alarma y un gran estupor, fue comprobar que un intruso se había deslizado bajo la sábana e invadía con descaro nuestra intimidad.

Lo juzgaba tan absurdo que, a pesar de la coherencia de mis sentidos, creí hallarme sumergido en una pesadilla ridícula, de intención falaz y significado enigmático. Ofuscado por hallazgo tan súbito, con sólo el brío que me dio mi deseo, me lancé con rabia hacia el extraño. Lo hice con la fiereza y agilidad del águila, cuando cae sobre un cervatillo desprevenido e indefenso. Mientras, aquel ser, con la fría quietud que da la inconsciencia, dormía con la placidez que sólo la ingenuidad depara.

Era calvo y de aspecto frágil. Tenía la tez olivácea, los pómulos marcados y la edad muy avanzada. Su nariz, ancha y arqueada, reinaba sobre un bigote cano, los labios finos y el mentón sobresalido y curvado. Le veía tan leve, tan viejo y tan flaco, que todo en él me hacía pensar en una senil debilidad. Aun así, una fuerza sin par emanaba de su rostro, que me advertía de un temple rebelde, de voluntad inquebrantable.

En tanto que escrutaba sus rasgos, que me parecían singulares, juzgué que no me era tan ajeno como en un principio creí. Agucé la vista y busqué coincidencias de su rostro en el registro de mis recuerdos y conseguí reconocerle: quien en mi cama se acogía con naturalidad inquietante era… ¡Gandhi! Ahora sí que no creí a mis sentidos y dudé de mi cordura. ¿Qué hacía el “Mahätmä” aquí? ¿Cómo y por qué había venido? ¿Acaso no murió décadas antes? Para estas y otras preguntas, por más que me esforzaba, no conseguía hallar respuestas.

Pensé que un “viaje astral” se hace en el plano espiritual, por lo tanto, no me debía sorprender aquel encuentro. Pero… ¿Por qué él? ¿Cómo un “Alma grande” podría vulnerar nuestra intimidad, realizando una acción tan humillante?

Pese a tanto misterio mi estupor se hizo infinito, cuando se formó en la sábana una mancha que calaba un rodal amplio y que mojaba tanto a mi mujer, como al intruso. ¡No me lo podía creer!… ¡Gandhi se había orinado en mi cama!… Furioso le quise arrojar de allí, pero no antes de exigirle explicaciones. Fui a tender mi mano con la idea de despabilarle, cuando un ronco quejido llamó mi atención y… ¡Desperté!

***

Mi mujer se estremecía junto a mí, mientras balbuceaba con voz confusa y entre ahogados jadeos, algunas palabras ininteligibles. Comprendí que se hallaba presa de un mal sueño e intenté despertarle, así que, con meneos suaves antes, pero con briosas sacudidas después, le aparté al fin de aquel mal trance. Su despertar fue tan súbito, que necesitó tiempo para volver al mundo real. Aún convulsa y bañada en frío sudor, gemía angustiada y se me abrazó, con afán tan torpe y fiero, como lo hace un náufrago a su tabla de salvación. Era tal su espanto, que vi como el pulso le latía en las sienes y en sus labios trémulos. Poco a poco se fue calmando y, ya más serena, pero todavía con voz vacilante, me narró su pesadilla:

«Me desvelé pensando en las cosas que debo hacer antes de iniciar el viaje que tenemos programado para hoy. De pronto, sin saber por qué, me sentí desorientada. Busqué la causa y no tardé en hallarla: estaba acostada en el lado opuesto de la cama. No le presté atención, pero me asombré por la novedad y porque no conseguía recordar haber cambiado de sitio. Indiferente a un hecho que juzgué sin importancia, volvió mi interés al tipo de ropa que me quería llevar y los detalles que debía tener en cuenta, cuando… ¡me sentí observada!

»Noté una presencia que, aunque invisible, la sabía pendiente de nosotros —Candi se apretó aún más a mí, buscando la seguridad que todavía necesitaba y continuó su relato—. Te quise despertar, pero antes deseé asegurarme de que el instinto no me engañaba, pues, aunque ya comenzaba a haber claridad, el intruso debía estar a mi espalda, fuera de mi vista.

»Presté oídos al rumor más leve, pero sólo oía mis propios jadeos y el continuo tic, tac, del despertador. El silencio y la quietud de la casa, tuvieron la virtud de liberarme de lo que ya creía eran miedos absurdos, sin fundamento —Hizo una pausa para ajustar sus recuerdos y siguió más animada—. Suspiré con alivio y cerré los ojos. Quería dormir algo más, ya que nos espera un día de bastante ajetreo.

»Al fin la calma volvió a compasar mi pulso y, cuando ya me quedaba dormida… ¡creí oír otra respiración! ¡Sí! Ya no me cupo duda: aislándolo de los demás sonidos tuve la certeza de oír un aliento ajeno, que me asustaba muy seriamente. Quise mirar atrás para salir de dudas, pero el terror me lo impidió y, rota por el miedo, con toda mi alma grité tu nombre buscando protección. Traté de hacerlo con brío, pero sólo logré que el grito se me ahogara, sin fluir palabra alguna a mi boca. En vez de tu nombre lo que emití fue un ronco estertor y, cuando mi angustia era inmensa, al fin tú me hiciste salir del mundo irreal de los sueños».

¡Quedé atónito! Sin duda ella vivió, desde su perspectiva, el mismo sueño del que a mí me sacó con su quejido. Ambos los percibimos con la misma sensación de realismo y nos vimos intercambiados en los sitios de la cama. Ella, igual que yo, notó la misma presencia y los dos lo vivimos… ¡al mismo tiempo!

Le conté a Candi mi pesadilla y creímos que podría haber significado entre tanta confusión, pero… ¿Quién es capaz de descifrar los sueños?

CONTINUARÁ