Caminaban ambos entre el gentío, sin mirarse, ella con los ojos inquietos, él fijando puntos en la arena. Por fin vieron un breve paraíso entre la multitud de sombrillas y cuerpos al sol, corrieron sin percibir siquiera como sus risas, huían enamoradas del rumor del mar. Dejaron las bolsas sobre la arena y extendieron las toallas, a la de él se la notó apresurada, yació finalmente descompensada, como recién caída de un tercero, la de ella disfrutaba del momento, se le notaba en la sonrisa, extendida perfecta, que amaba ese lugar o que llevaba esperándolo tiempo, y que iba a aprovechar al máximo esas horas.
Una vez colocados, ella se acercó a darle un beso, pero en ese momento él arrancaba a correr.
< Voy al agua, cariño, dijo mientras su voz intentaba alcanzarlo a la carrera, en un instante desapareció y a ella se le murió ese beso entre los labios, pasó la lengua recorriéndolos y los notó arenosos. Se sentó sobre su toalla, con las piernas en arco, rodeando las rodillas con sus brazos y entrelazando los dedos de ambas manos.
Miró hacia al mar, buscando la silueta perfecta de su hombre, pero unos niños ya la habían enterrado en la arena húmeda y no logró verla, notó la cara pesada, como si tuviera el cutis ajado. Un acto instintivo le hizo mirar a su derecha y pudo ver como dos jóvenes jugaban sobre sus toallas, abrazados, de espaldas al sol, él besaba cada rayo que incidía en la piel de su amada, volvió a mirar al mar, por ver si lo veía y creyó distinguir un punto negro nadando sin descanso. Sintió que su propio cuerpo le incomodaba, se notó frágil, moldeable, no podía verlo, no lograba situar su figura, en aquellos ojos ávidos de él. Al fin creyó verle, haciéndole señas desde el agua, lo observaba gritándole, gesticulando, invitándola a ir con él, pero no acabo de convencerse que fuera su amor, dejó de oír el mar, las risas de los niños, y ese sonido molesto de las conversaciones ajenas, tan solo oía sus propios latidos.
Quería estar con él, abrazarlo, pero lo había perdido de vista, y sintió celos del mar, que lo tenía secuestrado en un abrazo húmedo. Perdió la fuerza en los brazos, se notó endeble, como a punto de romperse con un suspiro de la brisa.
Allí estaba mirando a la orilla, desde la arena, completamente inmóvil, soñando estar con el hombre con el que había ido. Sus ojos por fin se llenaron de él, lo vio salir del agua y acercarse sin dejar de admirar cada gota de mar dibujándole el torso y los muslos, mas lo vio ir hacia ella, sin prisas, sin apenas un atisbo de ganas de verla, y al querer levantarse no pudo articular un solo músculo. No podía apartar sus ojos de él, a medida que se iba acercando, temió que el corazón le estallara dentro, cada vez lo sentía más cerca, se agigantaba en sus ojos a cada paso, no pudo sonreír, algo se lo impedía. Ya tan solo estaba a unos metros, por fin podría sentirlo en su piel, lo miraba embelesada, pero él a ella no, asombrada vio como él, posó sus ojos en la mirada de una mujer que también seguía su recorrido, ya estaba a punto de ser abrazada, pero sintió que era tarde, dejó de verlo en ese instante, y una lágrima furtiva descendió su cuerpo rompiendo la estructura arenosa en la que se había convertido. Una estatua de arena, que al ir a abrazar él, se le derramó entre los dedos.