Estaba dormida y en mi sueño embarqué en el Nautilus, junto al capitán Nemo.

—Tu que conoces como nadie el fondo del mar, llévame a algún sitio especial que hayas visto en tus viajes— le dije.

Y mirándome a los ojos, contestó

—Si, por supuesto. Te voy a enseñar un lugar maravilloso que pocos tienen la oportunidad de conocer sobre todo, porque son escasas las personas que se adentran en esas profundidades.

Y poniendo en marcha las máquinas del Nautilus enfilamos camino hacia el fondo del mar.

Me sentí transportada a otro mundo. Uno lleno de vida que nunca había visto. Los peces nadaban con suavidad, las medusas flotantes parecían seres de otro planeta, los corales de vivos colores, las algas formando jardines que se balanceaban al ritmo de la corriente….

Al principio la luz del sol traspasaba la superficie del piélago con una luz maravillosa que se reflejaba en las fantásticas arenas blancas de los bajíos. Cuando nos dirigimos hacia las profundidades, la oscuridad se fue adueñando de todo, solo podíamos ver lo que abarcaba la luz del  potente foco que llevaba la nave, aún así, el espectáculo seguía siendo fantástico. Seres transparentes pasaban ante nosotros en la seguridad de su mundo eclipsado; formas maravillosas, extrañas, únicas, algunas eran luminiscentes y brillaban como luciérnagas marinas guiándonos hacia el abismo.

Estuvimos navegando durante bastante tiempo. De vez en cuando, yo miraba por el ojo de buey esperando ver el lugar al que íbamos. Casi pensé que el capitán me había querido gastar una broma al decirme que me llevaría a un sitio especial. Arriba y abajo de nosotros solo había agua y más agua y comencé a desilusionarme.

De pronto, a lo lejos, apareció un ligero resplandor que fue aumentado a medida que nos acercabamos.  La luminiscencia aumentaba rápidamente, como si un sol surgiese del  fondo del mar alumbrando las aguas de abajo hacia arriba. Y entonces la ví. Como por arte de magia, una ciudad de cristal se extendía a lo largo y ancho del lecho marino.

Nos acercamos hacia ella, hasta donde la gran cúpula transparente que la protegía nos permitió y allí flotando y en silencio,  admiramos la belleza de aquel lugar. Edificios de cristal se erguían desde la base  hasta casi tocar la finísima curva del techo en perfecta armonía entre ellos, formando avenidas, plazas, jardines…. Estaban fabricados del mismo material iridiscente que descomponía la luz en todos los colores del arco-iris.

Seres diferentes a nosotros paseaban por sus calles; se elevaban en extraños artefactos para ir a uno y otro extremo de la ciudad; trabajaban, reían, jugaban con los más pequeños en absoluta armonía bajo la mirada de un millar de pececillos y otros seres marinos que resbalaban por la gran burbuja de cristal en la que se hallaban inmersos.

Parecía un sitio tan maravilloso que una lágrima de felicidad resbaló por mi  mejilla…

—Aquí tienes tu lugar especial— dijo Nemo y me sobresalte.  Había olvidado que él estaba hasta allí convirtiendo mi sueño en realidad.

Éste fue siempre conocer la antigua Ciudad de Cristal que existe en el fondo del mar, en un rincón oculto a la vista de los que no son elegidos por Ella para visitarla.