Quiero decir, antes de nada, que jamás hubiera hablado públicamente si la incontinencia verbal del humano con el cual comparto mi vida, no me hubiera nombrado en Desafíos Literarios. También quiero dejar muy claro, y doy mi palabra solemne como gato de buena familia, dotado con infinidad de generaciones felinas del más alto standing gatuno, que no he cobrado nada de esta página literaria, y que mis declaraciones son meramente una defensa de mi honor ante la sarta de mentiras proferidas contra mi la semana pasada en estas mismas líneas.

Él, no quiero ni nombrarlo por su nombre, es un eslabón indeterminado en la cadena evolutiva, es un humano simplón, con más ínfulas que neuronas a su servicio. He tenido mucha paciencia con él, recién nacida acabé en un rellano de una comunidad inmensa de propiedades, cada una con su familia correspondiente. Cuando digo inmensa, hablo de una infinidad, y va, y abre la puerta el Tío, no les he comentado que él me llama “Niña” y yo a él el “El tío”, bien una vez aclarado el tema nominativo les explicaré mi primera impresión. En aquella época pesaba pocos gramos, era como una bolita parda con dos orejas tiesas, esperaba que la fortuna me sonriera en la vida, estaba en el rellano a oscuras y, pensé en maullar sostenido, sostenido y grave para llamar la atención dado que el hambre tras mi destete hacia mella en mi estómago, no tuve que forzar mucho mi garganta, cuando una lengua de luz amarillenta dibujo a mi alrededor una puerta abierta, y al pie de ella un ser humano con una cara de bobo que les impresionaría.

Así fue mi llegada a la casa, por suerte los otros miembros de la familia tenían las neuronas más desarrolladas y, gracias a ello por un lado, no intentaron ni imponerse intelectualmente, ni “educarme” con el supremacismo étnico con el que lo hacia el tío. Por desgracia, la mayoría de las mañanas las pasamos juntos. Como dice él, es cierto que me siento en frente suya, pero, para unos ratos reírme, y otros mostrarle mi desdén ante la pose que adquiere el Tío frente al ordenador, con gafas de intelectual, bata de boatiné con cuadros escoceses, y una humeante taza de café recalentado en el microondas hasta conseguir picos de radioactividad a considerar, se piensa que es James Joyce escribiendo Ulises el muy idiota.

Por último, les quiero decir que nunca más me van a ver por aquí, por que yo no vivo de esto, si el Tío dijera algo más de mí, por supuesto lo haría para que yo le de una audiencia que no se merece, y ni mucho menos le voy a premiar con un cara a cara en prime time.

Atentamente La Niña.