Llegó la hora, se  iba de crucero, toda la vida había estado esperando aquel momento, revisó el equipaje por última vez, no parecía que faltase nada, todo lo de la lista estaba tachado, los nervios le atenazan el pecho. Todo lo vivía con demasiada intensidad, al menos eso es lo que decía su cardiólogo, pero él no sabía que cuando se ha llevado una vida como la suya, haber resurgido de sus cenizas y poder vivir al límite es ver más allá del horizonte, no todo el mundo escapaba de una muerte segura como ella.

Cogió el pasaporte, las llaves, que estaban sobre la mesa, sacó el asa de la maleta, la arrastró tras ella y salió camino al puerto. Esperaba encontrar su barco entre todo aquel laberinto de muelles. Estaba decidida a empezar una nueva vida y ese crucero era el punto de partida.

Llegó al puerto, subió al barco, miró que estuviese el equipaje en su camarote y se fue a dar una vuelta por las instalaciones, lo primero que le llamó la atención fue una tienda de sombreros, bueno, tampoco era algo tan raro, iban al Caribe, allí el sol era muy fuerte y era aconsejable cubrirse la cabeza, entonces pensó que no le iría mal comprarse una pamela, una que tuviera un ala bien amplia, que la protegiese del fortísimo sol caribeño.

Cuando entró en la tienda le pareció haber traspasado la barrera del tiempo, todo era tan, tan… no tenía ni idea de cómo calificar la anticuada decoración, aquellos sombreros, parecían estar sacados de una novela de Agatha Christie, para nada servían para el sol, qué raro, pensó divertida.

—¡Oiga! ¿Hay alguien? —preguntó al no ver a nadie que saliera a atender.

Nadie salió a su encuentro, A ver si me he equivocado y esto es una exposición, pensó, pero salió y volvió a mirar el rótulo, ponía bien claro, Sombrerería Marie Celeste, un nombre bastante clásico, creyó recordar haber leído algo sobre un barco con ese nombre, intentaría hacer memoria más tarde, en aquel momento estaba fascinada, todo aquello tenía su magia, volvió a entrar, se dedicó a husmear en la tienda, en cierto modo estaba encantada, era como si estuviera en otra época, justo la que a ella siempre la habría gustado vivir, le pareció estar en la época victoriana, cogió uno de los sombreros con sus tules y sus plumas, se lo probó, dio vueltas mirándose al espejo, era maravilloso, ¿por qué las mujeres ya no se adornaban con aquella elegancia?, pensaba.

No supo cuánto tiempo estuvo admirando sombreros, a cual, para nuestro tiempo, resultaba más estrafalario, perdió la noción, se sentía como en una casa de muñecas, todo era tan irreal, el mostrador parecía de finales del diecinueve por lo menos, la caja registradora era negra y se accionaba con una manivela, ¿en serio? Ni siquiera parecía haber un ordenador, o algo que no tuviera más de cien años, en toda la tienda, sonrió para sus adentros, la ambientación era perfecta, desde luego.

El estómago le empezó a sugerir que debía ingerir algún tipo de alimento, le gruñó como una gaita vieja, pensó que volvería en otro momento ya que definitivamente no parecía haber nadie, sacó su móvil del bolso para mirar la hora, pero se debía haber quedado sin batería, parecía haberse vuelto loco, marcaba las cosas a medias, esperaba que no se le hubiese estropeado, no es que tuviera a nadie a quien llamar, pero le gustaba estar conectada, siempre había un por si acaso, lo raro era que estaba al cien por cien por la mañana, bueno ya lo cargaría en el camarote o lo revisaría mejor, pensó, primero iría a la cafetería a comer algo y seguiría con su inspección, estaba pensando esto cuando la luz empezó a fallar, por tres veces casi se apagó y cada vez que se recuperaba era con menos fuerza, la última vez que se recuperó parecía la luz de una bombilla de poca potencia, miró al foco y efectivamente, era una bombilla de las incandescentes, ¿desde cuándo en un sitio como aquel, con las últimas tecnologías, se usaban ese tipo de bombillas?. Hasta dónde llega la gente con la decoración, por favor, se decía, aunque en el fondo estaba encantada de que hubieran recreado, de aquella manera tan fiel, una tienda de sombreros de hacía más de un siglo.

Salió a cubierta, buscaba el comedor o el bufé libre, en los reclamos publicitarios decían que contaba con excelente comida de picoteo, cosa que a ella le encantaba.

Lo que vio no tenía nada que ver con lo que había cuando entró, todo parecía mucho más pequeño, las personas parecían sacadas de una fiesta de disfraces, incluso el mar olía diferente, el sol había desaparecido, hacía frío, una furiosa tormenta se cernía sobre el horizonte y faltaban los cristales que resguardaban de salpicaduras los salones. Las señoras llevaban faldas largas, se la quedaron mirando como si fuera un bicho raro, aquellos shorts parecían muy sacados de lugar en aquel restaurante, pero era mediodía, le habían dicho que la cena de gala era por la noche, ahora sí que no entendía nada.

 

Una sirena empezó a sonar, los altavoces decían que se resguardasen en sus camarotes, que un barco de la armada británica intentaba atacarles, el capitán pidió perdón, pero estaban en zona de guerra, así que procuraría solucionar el problema de la mejor manera posible. La cabeza le empezó a dar vueltas, el estómago se le revolvió de mala manera, tuvo que asomarse por la borda a vomitar…

 

¡Últimas noticias!, rezaba el titular del periódico de aquella fatídica mañana: El crucero denominado Sarete Mar ha desaparecido en las aguas del Atlántico, en el denominado Triángulo de las Bermudas, no se han encontrado restos de un posible naufragio, nada que pueda hacer sospechar que se haya podido hundir, solo se han encontrado esparcidos por la superficie unos cuantos sombreros de la época victoriana…