MAGGIE
Desperté desnuda, cubierta por la sábana. Mi piel es fiel testimonio de haber sido besada toda la noche. Mi cuerpo exhala un aroma desconocido, mezcla de pachuli y hierbabuena. Mis cabellos ensortijados están impregnados con humo de cigarrillo y la muñeca derecha exhibe un pequeño rasguño. Con la cabeza adolorida miro la habitación, tratando de encontrar a alguien.
Debajo de la almohada, asoma una rosa roja. Mi ropa yace doblada y ordenada sobre el sillón de la esquina, debajo de la ventana que da a la plaza de Armas.
Me incorporo y busco en el baño. Procuro hallar una explicación, un nombre, un recuerdo. Está limpio y aparentemente alguien se duchó. Una toalla húmeda cuelga en el perchero y la cortina está mojada. El espejo muestra mis ojos verdes enrojecidos y adornados por esplendidas ojeras. Son signos inequívocos de haber estado de juerga. ¿Con quién, en dónde, qué sucedió? Solo encuentro el tacho de basura con las toallitas faciales que usé antes de salir del hotel y envolturas vacías de barras de granola.
Me siento en el inodoro y orino. El mundo me da vueltas y al momento de limpiarme un ligero ardor en la vagina me estremece. La examino con ayuda de un espejo de mano y luce inflamada. No recuerdo nada. Tengo agujereada la memoria de mis últimas horas. Me ducho imaginando lo que pudo haber ocurrido.
Bajo a desayunar no sin antes mirar el reloj de pared que marca las diez de la mañana. Ordeno café cargado y una botella con agua mineral para tomar un analgésico. Al momento de sacar el dinero para pagar la cuenta, aparece una nota escrita a mano. Al mediodía estoy citada en las gradas de la catedral para encontrarme con un hombre que llevará puesta una casaca roja. Sorprendida por el hallazgo, intento nuevamente recordar y no lo consigo.
Presa del nerviosismo llego a la hora establecida. Me sobrepongo a la angustia e incertidumbre de una cita inexplicable y compruebo, una vez más, que la plaza de Armas del Cusco siempre está llena de gente local, turistas extranjeros, comerciantes curiosos. Tomo asiento en una de las gradas y contemplo el cielo azul y despejado. A lo lejos escucho mi nombre:
─ ¡Maggie!
Giro en varias direcciones y lo descubro. Sentado en una de las bancas de la plaza, un hombre con casaca roja me saluda con la mano. Me levanto lentamente para no perder el equilibrio. Aún la cabeza me da vueltas y me aproximo hacia él. Sin cambiar de posición me invita a su lado. Lo miro extrañada, analizo sus ojos azules y un desconcertante olor me envuelve. No identifico al sujeto pero resulta tan conocido y cercano que me inspira seguridad y confianza. Continúa mirándome con ternura y su sonrisa amplia y despreocupada sosiega mi temor. Me acomodo junto a él. Parece que su casaca roja se funde con mi chompa de lana de alpaca. Saca la cajetilla de cigarrillos y me ofrece uno. Lo acepto temblorosa y los malestares con los que desperté desaparecen. Me lo quita de los dedos y lo enciende. Da una amplia bocanada que anida en mis cabellos rubios de estudiante de antropología de Kansas, llegada al Perú a recopilar material de investigación para su tesis. Me vuelve a mirar con esos ojos azul profundo y me lo devuelve.
Enciende el suyo, me toma de la mano y nos vamos caminando sin decir una palabra, entendiéndonos con el pensamiento. Recorremos las calles empedradas de los recuerdos que no tardarán en llegar. Alzo la mirada hacia el cielo y no me importa…
Solo quiero sentir la magia de esta tierra ancestral y maravillosa y dejarme llevar por uno de sus hijos. Olvidé una noche en mi vida y me perdí en los caminos de su aventura; hoy sabré encontrar la ruta de regreso hacia la rosa que dejé bajo la almohada, la que perfumaba la habitación con el misterio de su presencia y que a gritos silenciosos me decía lo que había vivido…