PERICO RIVERA

─Buenas tardes, señor Serrney, el doctor lo espera en el estudio.
Rossie, la impresionante mulata atrapada en una blusa semi abierta que insinúa dos tetas alevosas extiende el brazo señalando el camino. Sigo la indicación y de reojo miro el par de caderas cómplices prisioneras en una falda negra. El estudio de Pedro Rivera, notario público de Lima, graduado con honores en la Pontificia Universidad Católica y doctorado en Yale, es amplio, suntuoso, ozonizado y con sillones forrados en cuero marrón. A través del gran ventanal que filtra la luz del jardín, se aprecia el atardecer.
─Hola, Jorgito, disculpa la demora pero estaba cagando la cebichada del almuerzo, ¡Rossie! ─brama─, tráenos una botella de Chivas y bastante hielo.
─ ¿Qué tal, Perico, cómo llevas el encierro?
─Como si nada, Jorgito. En este país el arresto domiciliario es un saludo a la bandera. ¿Has visto algún policía en la puerta de la casa? Les doy permiso y plata para que vayan a perder el tiempo en otro lado. Cuando quiero salir les aviso y se hacen los de la vista gorda, así de fácil.
Rossie regresa con el pedido. Coloca la bandeja sobre la mesa central y deja ver dos piernas de ensueño. Pide permiso y se retira meneando los glúteos descomunales.
─ ¿Qué tal la negra? ¿Buenaza, verdad? La cojo en el sillón de allá; le doy su propina y se va más que contenta. Es lo bueno de estar encerrado en tu casa. Sexo a domicilio y nadie te jode…
─ ¿Tienes fecha de sentencia, Perico?
─Aún, no, Jorgito. Mis abogados están ocupados en ese trámite, pero ya todo está arreglado. El juez que ve mi caso es mi compañero del colegio y me debe muchos favores…
─Excelente, Perico, el que está jodido es el gordo Rafael. Ha quedado medio paralizado de la cintura para abajo. Está en rehabilitación y no se sabe si volverá a caminar. La semana pasada estuve en su casa y me pidió que te mandara a la mierda si te volvía a ver. Que te dijera que si vuelve a andar vendrá para meterte un balazo, no fallará y te dejará bien muerto y enterrado….
─No jodas, Jorgito, ¿eso te dijo? Qué tal hijo de puta… ¿Recuerdas la semana santa del año pasado?
─Claro, Perico, imposible olvidarla. Estuvimos reunidos en tu casa de playa de Bujama. Acordamos juntarnos para recordar viejos tiempos y pasarla bien.
─Tú fuiste el primero en llegar, luego el gringo Gregory, el rey de los melones, y a los pocos minutos el gordo Rafael, general retirado del ejército ─recuerda el notario ─. Carolina y yo organizamos y arreglamos todo desde el día anterior. Ella regresó temprano a Lima y dejó la casa lista para nosotros…
Perico toma aire y continúa:
─El gordo Rafael preparó los langostinos al ajillo, las conchitas a la parmesana y los espárragos frutados. Tú te encargaste del bar y la música y el gringo de la parrilla. Yo me dediqué a joderlos. Hasta ahí lo tengo claro, ¿te acuerdas de lo demás?.
─Hasta el mínimo detalle, Perico. No sé en qué momento se torció el destino. Varias botellas de pisco habían caído y felizmente el gringo, antes que se drogara, prendió la parrilla e hizo el papillote de lenguado en salsa ostión, el pulpo anticuchado y las colas de langosta. Te digo algo más, Perico:
Interrumpo los recuerdos para tomar un trago largo de wisky. Prosigo:
─No sé de dónde el gringo sacó la bolsita con cocaína y empezó a aspirar. Se puso tan duro que no podía hablar y le mencionaste que no se excediera porque acababan de re vascularizarlo. El colorado, en un esfuerzo de lucidez destrabó la lengua y gritó que los médicos se fueran al carajo, que solo querían asustarnos y sacarnos plata. Puso como ejemplo a Barboza, el brasileño, que hacía diez años lo condenaron a muerte por un cáncer de colon y seguía tirándose a las empleadas de su fábrica de embutidos.
─Tienes razón, Jorgito. Ya lo había olvidado. Tengo un arroz con mango en la cabeza.
─Es más, Perico, logramos controlarlo y tranquilizarlo. El destino se torció en el momento que Rafael tocó la importancia del tamaño de la verga. Explotaste cuando el gordo afirmó que la tenías pequeña y que tu mujer protestaba por eso….
─ ¡Maldito gordo! ─retumba su voz en el estudio─ Sabía que la tenía chica y que mi mujer se quejaba. Hice cortocircuito, corrí hacia mi habitación y regresé con la pistola que el mismo me obsequió…
Perico está con las yugulares ingurgitadas. Detiene la narración para tranquilizarse y disminuir las pulsaciones cardiacas. Retoma el relato:
─Pensé que estaba descargada. Solo quería asustarlo y disparé al techo, En el camino, no sé si por efecto de la emoción o cólera, la pistola no subió y el balazo lo agarró en la barriga…
-─Tranquilo, Perico, cuidado con tu presión arterial ─recomiendo y alzo el vaso
─Después ya no recuerdo mucho, supongo que tú, sí. En fin, Jorgito, la más afectada fue la puta de mi mujer. No tardó en pedirme el divorcio, aduciendo que era la hazmerreir de la sociedad limeña, que no soportaba las miradas en el club ni los murmullos a sus espaldas. Fuimos noticia en los programas dominicales; un triángulo amoroso en el jet set peruano, etc., etc. Tú sabes bien la historia, Jorgito.
Me levanto y le palmeo el hombro derecho. El abogado Perico Rivera, mi amigo, ex amigo del gordo Rafael, promete a través del cristal del vaso:
─Espero tranquilo mi sentencia y ojalá el general vuelva a caminar. Quiero meterle el balazo definitivo antes que me lo meta…