Nota del autor:

Este cuento es una especie de secuela del publicado la semana anterior (El viejo). Si bien es una historia que intenta funcionar sola, cambia el narrador y, de alguna manera, viene a cerrar el argumento de El viejo. Sugiero, entonces, leerlo previamente para una mejor comprensión. Muchas gracias.


La justicia, aunque anda

cojeando, rara vez deja

de alcanzar al criminal

en su carrera.
Quinto Horacio Flaco

(Horacio)

—¡Todos quietos! ¡Las manos donde pueda verlas!

Eran cuatro. No identifiqué al que gritó. Dos tenían armas largas. Los otros, pistolas tipo nueve milímetros.  No me sorprendieron. Cuando pararon los autos en la vereda presentí el atraco. Por la forma de estacionar. Entraron muy rápido, no me dieron tiempo a nada. Tampoco pude avisarle a Elena, la administrativa. Ella sí se asustó y empezó a llorar.

—¡Tranquila, levantá las manos despacio! —le dije.

—Venite para acá —la llamó uno con acento paraguayo—. Al suelo los dos.

Mientras me acostaba despacio pude observarlos. El más viejo, como de sesenta y pico, pelo blanco. Otro, de alrededor de treinta y cinco, fornido. Un pibe de veintitantos con el pelo cortado al ras. El morocho que parece paraguayo debe rondar los cuarenta. El segundo me pareció el capo. Los mandó al viejo y al paraguayo al taller.

—Traigan para acá a los que estén en el fondo.

Al rato aparecieron arreando a los cuatro operarios. Los hicieron acostar junto a nosotros y nos pidieron los celulares a todos. El paraguayo arrancó los cables de los teléfonos de línea.

El aserradero está en Camino de Cintura y Ruta 205. Eran las tres de la tarde cuando llegaron. Fridman, el dueño, se había ido al mediodía. Un rato antes que vinieran los de la constructora. Me dejó encargado entregarles el pedido y cobrarle en efectivo. Eran como cuatrocientos cincuenta mil pesos y diez mil dólares. No se entregaba factura.  

El jefe mandó al pibe a cerrar la puerta y dar vuelta el cartel a “Cerrado”.

—¿Quién tiene la llave de la caja? —preguntó el viejo —. Sabemos que recién les entró bastante tela. No se hagan los héroes.

—Yo —dije levantando la mano.

—Levantate despacio y abrila —me dijo señalando la oficina con el caño de la escopeta.

Me levanté despacio y caminé hasta el box del dueño. Cuando llegamos frente a la caja le dije:

—Tengo la llave en el bolsillo. Voy a sacarla. —No quería darle la oportunidad de que pensara que intentaba algo. El tipo sonrió sorprendido y me respondió:

—Dale, tranquilo.

Abrí la caja y me aparté. Él sacó dos bolsos de su mochila y comenzó a llenarlos con los fajos que había en la caja. Revisó una carterita que había en un estante y cuando vio que eran cheques los desechó.

—¿Hay plata en algún otro lado? —me preguntó.

—No, aquí está todo.

Me hizo una seña con el arma y volvimos al salón. Le entregó uno de los bolsos al que parecía el jefe quien le hizo una seña con la mano de pulgar para arriba..

—Salgan en tres minutos le dijo al viejo —mientras se iba con el paraguayo.

El pibe estaba quitándoles las billeteras, relojes y anillos al resto del personal. Me hizo una seña para que le entregara lo mío. Le di mi reloj y el fajo de billetes que llevaba en el bolsillo aclarándole que no uso billetera.

Cuando le tocó el turno a Elena, empezó a tocarla y ella se puso a llorar. El viejo le gritó:

—Dejala pibe. Vinimos a otra cosa.

Se fueron y respiramos todos. Pero habíamos quedado incomunicados.

Mandé a uno de los muchachos al negocio de al lado a que llamara a la policía.

 

Es sábado a la mañana. Estoy con dos de los empleados del taller en la fiscalía de Esteban Echeverría esperando que llegue la fiscal. Nos citaron para una rueda de reconocimiento. El oficial nos contó que ayer varios móviles de la brigada interceptaron a los dos autos a pesar que se habían ido en sentido contrario, deteniendo a los asaltantes. Ahora cuando llegara la fiscal nos iban a presentar distintos grupos de personas para que detrás de un vidrio identificáramos a los detenidos.

Llegó la fiscal y nos hacen pasar de a uno. Yo soy el último.

Entro a un cuarto que tiene una ventana vidriada que da a otra oficina. La fiscal me aclara que del otro lado no pueden verme porque es espejado. En el otro cuarto ingresa un grupo de cinco personas y se paran de frente. La fiscal me dice que me tome mi tiempo y le diga si reconozco a alguien. Miro con calma. El segundo de la derecha es el paraguayo. Lo marco. Salgo por otra puerta. A los operarios que estaban conmigo no los veo. Nos deben separar adrede. La operación se repite dos veces más e identifico al pibe y al que pensé que era el jefe. Le digo a la fiscal que no encuentro en ningún grupo al viejo que sería el cuarto.

—No importa —responde ella—. Creo que el cuarto logró fugar. Muchas gracias por su colaboración. Con esto es suficiente.

 

Me voy para mi casa un poco intranquilo. Si el cuarto está libre ¿correré algún riesgo? Ojalá lo atrapen antes que comience el juicio oral.