Sucedió que, en determinado punto, coincidieron dos eventos. Por un lado, la aparición de un superantibiótico desarrollado a partir de componentes químicos presentes en el cerebro de las cucarachas. Por otro, el lanzamiento del primer ordenador cuántico, evento éste que, como era de esperarse, pasó prácticamente desapercibido. En medio de la pandemia de bacterias superresistentes, los sobrevivientes estaban urgidos por ser tratados con el nuevo medicamento, pese a su origen poco agradable y a su lanzamiento muy apresurado. Después de todo, los científicos habían asegurado que el riesgo de efectos citotóxicos era prácticamente nulo.

Sin embargo, la realidad demostró que las predicciones habían sido incorrectas.

La mayoría de los casos evidenció efectos secundarios. Al principio quedaron encubiertos bajo la forma de “estados de confusión”. Recién cuando la crisis se creyó superada, algunos empezaron a intercambiar notas sobre cuadros que, por sus características y generalización, consideraban alarmantes.

Al parecer, los individuos tratados con el nuevo superantibiótico habían sufrido una afectación en el córtex, perdiendo la capacidad de discernimiento moral. Dicho de otro modo: si bien conservaran registro de los conceptos de “bien” y “mal” como opuestos y en abstracto, eran incapaces de distinguirlos en la vida cotidiana.

El mundo se volvió un lugar poco amigable tanto para la minoría que no había sido inoculada como para aquellos que, habiéndolo sido, no habían desarrollado el SAI (Síndrome de Affluenza Inducida).

La comunidad científica remanente estaba consternada y hasta hubo quienes manifestaron serias dudas respecto de que el tal síndrome tuviera algo que ver con la administración del antibiótico.

La situación social y política comenzó a cambiar de modo radical. Y como la mayoría no consideraba padecer enfermedad alguna, las investigaciones sobre el SAI fueron discontinuaron hasta nuevo aviso.

Es que la preocupación central de la nueva mayoría pasaba por otro lado. La prioridad era encontrar mecanismos que habilitaran la convivencia. Recordemos que perder el discernimiento moral no equivale a dejar de pensar en términos de supervivencia, instinto que no sólo permanecía intacto, sino que aparecía robustecido.

En este contexto, alguien planteó la conveniencia de recurrir a la tecnología.

Allí fue que el ordenador cuántico tuvo su momento de gloria. Siendo que a las personas se les estaba dificultando ponerse de acuerdo para conciliar apetencias, inclinaciones, pareceres e intereses personales, a alguien se le ocurrió la brillante idea de dejar librada la decisión final a la máquina, a través de lo que se llamó IDCC (Instancia de Discernimiento Colectivo Conveniente).

Para garantizar un adecuado funcionamiento del sistema, alguien más desarrolló un dispositivo que garantizaba la conectividad permanente de los individuos entre sí y respecto de la máquina, a través de un nanorobot al que, por esas cosas de la inteligencia humana, se le dio el nombre de cockroach (por cucaracha en inglés).

En paralelo, se instituyó un sistema de regulación y control (equivalente al anterior sistema jurídico), el cual permitía, a través del mismo dispositivo, sancionar a quién se apartara del discernimiento colectivo conveniente, disponiendo su alineación inmediata con el DCC o su reclusión, según el caso.

Uno de los primeros discernimientos colectivos que adoptó del ordenador fue el de indicar que toda la población debía ser tratada con el superantibiótico. Muchos se resistieron, pero tarde o temprano, terminaron yendo al médico. O no, y dejaron de ser problema.

El caso más conflictivo era el de los ya mencionados “inmunes” que, a decir verdad, no representaban en número más que el equivalente a los trastornados de otras épocas. Así comenzaron a ser tratados: la mayor parte fueron medicados y algunos pocos, internados en establecimientos de salud mental.  Y si bien circulaban rumores de reductos en zonas alejadas, dejó de prestárseles atención cuando la nueva comunidad científica constató que los bebes nacidos de padres tratados con el superantibiótico presentaban la misma característica que sus progenitores. Es decir, eran sanos conforme el nuevo estándar de salud mental.

Finalmente, la pérdida del discernimiento quedaba confirmada como facultad hereditaria.

A partir de allí, muchos problemas mundiales encontraron solución y muchos dejaron de ser visualizados como problemas, comenzando por los dilemas éticos. Los valores desaparecieron de la escena humana junto con la religión, el arte y la política tal y como alguna vez se los había entendido. Viejos problemas como el ambiental comenzaron a ser mirados con otros ojos, dando lugar al surgimiento de estándares muy diferentes a los pretéritos, vinculados con la supervivencia del colectivo.

Mirando el nuevo paisaje, recuerdo que en el pasado se decía que las cucarachas iban a dominar la tierra. Me pregunto si los antiguos estaban en lo cierto. Si no será que, de un modo extraño y sin planificarlo, terminamos siendo eso: herederos de las cucarachas.

Percibo una incomodidad que me excede. Es entonces que se activa mi cockcroach, que con su descarga me alinea y me permite concentrarme en asimilar los Discernimientos Colectivos Convenientes correspondientes al día de la fecha.