Silencio y soledad. Necesito que se pare el mundo y me abandone. Sólo de esta forma soy capaz de crear.
-Niños, a dormir! Vamos, vamos que se hace tarde y mañana hay que madrugar, que es día de escuela. Venga, lávate los dientes, cariño, coge el cepillo, así, muy bien. Olivia, un pis. Dídac, no te despistes, tú también. ¿Listos? Fenomenal, pues a la cama. Un besito, que durmáis bien. Mamá os quiere.
Silencio, ya llega. Desde el mediodía que llevo con ese run-run en la cabeza que me pide soltar los dedos por el teclado. La oficina, el jefe, la casa, la cena, los niños, el marido, creo que todo y todos están ya satisfechos de mí. Me toca a mí. Me toca satisfacerme. Es mi momento, mi turno. Ahí que voy, ya no puedo retenerme más. En posición sentada sobre la cama, con el portátil en el regazo viendo como se inicia la sesión. Buff, qué lento es este ordenador, en cuanto pueda me compro un aparato nuevo. Ya, por fin el Word abierto, nuevo texto. Hala, Verónica, suéltalos ya. Deja libres los dedos para que se desplacen ordenadamente por el teclado.
Empiezo. Noto como la tensión acumulada por horas de austeridad va desapareciendo y la puerta de acceso a la creatividad se abre de golpe y de par en par. Las ideas se agolpan en el quicio, queriendo salir todas a la vez, eclipsándome, impidiéndome comenzar. Basta! Orden! Me digo. Controlo el éxtasis del momento, cojo las riendas y poco a poco desliendo mis pensamientos. La imaginación ha encontrado un filón que explotar y es el momento de que tome forma bajo mis dedos en la pantalla. Elijo las palabras, los adjetivos, verbos… Puntúo, paro, releo y pienso. Corrijo, avanzo, me detengo y releo. Esto no me convence, borro. Escribo de nuevo y descanso.
Relajo los músculos y miro el contador; llevo mil doscientas palabras, llevo trescientas, depende. Releo. ¿Continúo o lo dejo para mañana? Es curioso como la musa que nos guía se acerca y se aleja a su arbitraria merced. Hay días que no escribo nada a derechas y aunque avance dos palabras, borro tres. En contraposición tengo otros que no me abandona aunque el sueño me pueda. No me atormentan los días de ausencia pues son óptimos para enriquecerme leyendo lo que escriben otros. Y sin embargo, aquellos momentos en los que las palabras fluyen solas, en las que el cerebro, la imaginación y la agilidad de los dedos están coordinados y salen a chorro, desbocadas pero ordenadas, libres pero concatenadas, intento apurarlos hasta que se desvanece el último halo de conciencia, pues es como conseguir una alineación tres en raya, una carambola, un póquer de ases, pero dilatado en más de un segundo, quizá en minutos, anhelando que sean horas para retardar la conclusión de esa mina de inspiración.