Atrás quedaban esas horas que se me convirtieron en minúsculos momentos.
La noche, primera al conocerlo, me abrazaba y lloraba de alegría.
Percibía que estaba embriagado de esa miel que bebí de sus labios. Hasta las grandes farolas me acompañaban con sus lúcidos candiles.
Perpetuo se me quedó su mirada, solo respiraba el aroma de su piel.
Mis pasos estaban divorciados de mi mente, pero sabía a donde me llevaban.
La noche me humedecía con sus lágrimas, los truenos no lograron despertarme.
Se mantenía mi intranquila destemplanza, provocada por sus cálidas caricias. La promesa de su llamada me inquietaba.
¡Cuántos enigmas!
¡Qué incertidumbre!
En mi andar, a todas las féminas las comparaba, ninguna la superaba.
Me despedí de la noche con la apertura de mi portezuela y al unísono, recibía las palabras mágicas, algo bajo fondo de Doña Josefa.
¡Buenos Días, Caballero!
Con regocijo la objetaba.
¡Qué la ciudad se llene, de esta bella noche!
Buenos Días, finalizaba.
Carlos Manuel Cañizares.