Debieran ustedes saber que él era pobre, tan pobre como cualquiera de las criaturas de Dios que por este mundo peregrinan.
Era una rata del destino.
Destino que por otra parte no se había mostrado demasiado amable en sus caricias, su vida contaba por tropezones y dolorosas cicatrices, él se consolaba pensando que todas ellas estaban curadas, que había aprendido, y era mas fuerte…
Pero eran muchas las noches, cuando en su vieja y tocada cama caía, que algunas de sus lágrimas rebeldes asomaban a sus ojos. Se esforzaba por ser una buena rata, todo lo honrada que su día a día le permitía ser, luchaba por respirar y no era fácil, era un aire muy contaminado el qué le había tocado en suerte.
Más de una pensó rebelarse, pero las otras, aquéllas ratas de salón, no daban oportunidad alguna, con sus bigotes enrollados y sus monóculos engarzados en oro, eran las peores, sin corazón ni conciencia, pero por desgracia, ellas escribían las reglas, y no teniendo bastante, aún se pavoneaban en el regodeo de sus promesas, en ocasiones pensaba si valía la pena, a veces deseaba saltarse aquéllas reglas ignominiosas.

Fran Rubio Varela © 2016.