El drogadicto llega a la universidad. Camina por un sendero de arbustos. Ve a la gente que vende dulces en los alrededores. Desigual el joven avanza, sin alegría. Va despacio por entre los hombres y esas muchachas de cabellos rojos. Es más él un estudiante de sociales. Tiene el pelo largo. Divaga con la cabeza gacha. Su pinta es negra. Por la actitud, no saluda a nadie. Y hoy está molesto. Se mueve con coraje con las botas que lleva puestas. Los ojos los tiene irritados. Así exterioriza su furia. De repente, se acerca a un poeta quien lee en un pupitre. Pasa por un lado del artista. Le genera curiosidad, su rostro lo encandila. Intuye que es un intelectual. Es diferente a la multitud ese hombre. Ya lo deja atrás con sus versos. De yerbero, sigue a solas para abajo con sus quimeras. A la hora, se pasea por los salones del revolcón. Su gran deseo es ser sabio. Por lo lógico; comienza a escuchar las oratorias de los filósofos, se asienta en un muro, toma varios apuntes desde afuera. Adentro, los eruditos hablan sobre Lenin y ellos suscitan al maestro Gandhi. Se estudian las revoluciones sociales con las liberaciones morales. Aquella perorata es interesante a la vez que cada discurso es complejo. Claro, algunas cosas le llaman la atención a este rebelde. Tras lo augusto aprende por un rato multiforme. Piensa en la comunidad, recuerda a los rusos. A causa del pasado, Cesar quiere ser libre. Entonces bien, se levanta del muro y mejor resuelve distanciarse de esos recintos enclaustrados. A lo duro, lo logra con valentía, alcanza a ser independiente.
En poco tiempo, reanuda sus pasos de voluntad. Se desvía por otros espacios. Busca un tanto de distensión. Coge por la cancha de voleibol. Resiente el cansancio en los otros seres vivientes, que van abrumados con sus frustraciones. Misteriosamente, nadie juega en ese exterior recién asaltado. Cesar comprende; que la codicia por el dinero los exaspera a ellos, no los deja reflexionar. En angustia, sus alegrías se fragmentan entre imposibles. Además él, reconoce como la soledad los enfría. Por tanto lo descomunal, Cesar va hacia una pared y raya esta con disidencia. Al cabo, desanda su destino en dirección al jardín botánico. Se bambolea sin mayor descaro. Cruza por un sendero; advierte las nubes verdes; la luz solar, huele las matas marihuanas. Esa naturaleza tan suya lo resucita. De a saltos, trasiega por un prado con hojarascas. Allá, arma su primer porro y se lo chupa con exuberante agrado. Cree que vuela por las montañas. No para de inhalarse el cacho. Lo hace con fascinación. Entre el frenesí, pasa a imaginarse un paisaje psicodélico. A su vez esto raro lo trastorna. Todo lo concibe trabado y acaba la fumada. De necesidad, trota por el jardín de matas con palmas junto con micos, porque ansía inmutarse hasta siempre.
Y no hay poder humano que lo detenga. Con magia, se adentra en el rastrojo. Huele el olor de la tierra. Separa los bejucos con sus manos. A su paso, baja por un camino de lirios. Deja arrastrase por la gravedad. Se olvida de los problemas triviales. No piensa más en la muerte de su madre. Mejor, se agacha entre la maleza y empieza a buscar hongos. Los hay de diversos colores. Por ahí fresco, Cesar coge un volador de esos verdes. Gustoso, se lo come con euforia. Disfruta su sabor tan dulce. Mastica el tallo con el capullo. Lentamente las sustancias lo relajan. En efecto, va alucinando a un genio lunático. Lo aprecia con un cuerpo de humo. Presume que habla sobre los astros. Así que se aproxima y lo saluda con la boca torcida. El pobre está convencido de que es oído. No obstante, anda abstraído en su universo. Para reírse, desvaría mientras le recita una canción de Kraken, al espectro. Eso a juro, asegura tener los cinco sentidos puestos. Tanto que grita desmanes con locura. Menos lo irreal; Cesar salta para abrazar al ser volátil, más pronto cae a un abismo y fallece para renacer de nuevo en las sombras, sufre su perdición en el inframundo.

Rusvelt Nivia Castellanos
Cuentista de Colombia