Cada estela dibujada en el cielo por esas flechas que se clavan en mi enemigo,

evoca en mí el perfil de tus labios.

Cada tajo,

cada corte en la piel de los que pretenden arrebatarme la vida,

las líneas que pintaban tus ojos en mi deseo.

Cada grito,

cada lamento,

el placer que me entregabas cuando el amor se apoderaba de nuestra libídine,

de cada milímetro de nuestros besos.

Y entre el fulgor de la guerra, me muevo hacia ninguna parte,

sesgando la existencia de aquellos que me alejaron de tu querer.

Guiado por sed de venganza que seca mi alma,

avanzo al tiempo que mi espada se empapa en sangre;

esa misma, que tu único pecado,

el haberme amado,

fluyó de tu pecho apartándote de mi lado.

Y cuando todo termine,

cuando solo quede mi cuerpo sobre este campo henchido de muerte,

te buscaré, estés donde estés;

sea el cielo o el infierno.

Iniciaré tantas guerras como sea menester, hasta volver a acariciar tu rostro:

lo único que merece tal castigo.

Por ti moriría eternamente.

Por ti, lo haré mientras tus ojos se sigan perfilando en el horizonte.