Cristian estaba sentado en una butaca de roja, frente a una gran chimenea encendida mientras ojeaba un libro que había llegado esa tarde a su casa. La cubierta era de cuero negro intenso y sus hojas eran de un amarillo tan opaco que reflejaba su antigüedad, la tinta desgastada hacía parecer que algunas letras estaban comenzando a borrar, pero aun así continuó examinándolo. Tomó un sorbo de su café que estaba posado en una pequeña mesa de centro a su lado derecho. Se puso cómodo y comenzó a leer.

La lluvia caía como una fina cortina de agua, creando un ambiente triste y sin sentido. Sin embargo, no hacía frío puesto que el verano estaba en pleno apogeo. Pero a pesar de aquello, su corazón particularmente se sentía como aquel clima, opaco. Ese día en especial debería de estar celebrando puesto que no siempre se cumple un año más de vida. No obstante, no servía de nada que solo él lo recordara, si nadie más lo hacía. Por muchos años había celebrado en grande, rodeado de muchas personas, pero ese día era diferente. Nadie había a su alrededor.

Así pasó todo el día, en una especie de sueño donde la lluvia no lo dejaba pensar en nada alegre. Cuanto estaba a punto de caer en los brazos de Morfeo, ante sus pies apareció una pequeña paloma blanca. Jamás había visto una de tal color, era muy hermosa; sin embargo, algo en sus patas llamó su atención. Había una bolsa pequeña de cuero anudada a la pata derecha. Con mucho cuidado de no asustar a la pobre mensajera, desató la bolsa. En su interior había una nota escrita con una caligrafía cursiva y pulcra que no reconoció.

Ven al patio trasero de la casa de la colina en una hora.

Confundido, miró a todos los lados buscando alguna explicación ante la aparición de aquella nota, pero no había nadie, incluso la paloma mensajera había desaparecido. “Que extraño”, pensó. Debido a la lluvia, la ventana permanecía cerrada. No tenía ni la más remota idea de lo que había ocurrido hace unos segundos atrás, ni siquiera quien era el dueño de la nota. La guardó en unos de los bolsillos de sus pantalones. “Una hora”, repetía mentalmente, sin embargo, de nada le servía porque permanecía igual que antes, intrigado.

Armándose de valor y de la vestimenta adecuada, salió de su casa en busca de aquella casa de la colina. Al estar un poco lejos de su hogar, intentó acelerar el paso para llegar a tiempo, tal y como se le pedían en la nota. La noche ya había caído y solo la luna creciente iluminaba el camino cuando divisó la casa de la colina. Con cuidado y con alerta máxima comenzó a caminar lentamente hasta llegar al patio trasero. Cuando lo logró, varías personas gritaron al unísono:

—¡Sorpresa!

No lo podía creer ¡Todos sus amigos y familiares estaban ahí! Absolutamente nadie se había olvidado de su cumpleaños. Con gran felicidad, que no le cabía en el pecho, saludó a todas las personas que vinieron por él exclusivamente en aquel día, su día. Así estuvieron gran parte de la noche celebrando y conversando.

Cuando era ya muy tarde, comenzó a sentirse cansado. La algarabía de todo el mundo empezó a pasarle la factura. Agotado de todo lo acontecido esas ultimas horas decidió a alejarse de la multitud sin que nadie notara su ausencia. Sus amigos le habían dicho que por aquella noche la casa de la colina era suya, así que podría descansar cuando quisiera. Además, sus invitados estaban tan felices celebrando que no le vio el caso amargarles la fiesta, al manifestar su agotamiento.

Entró a la casa y en vez de ir a la habitación a descansar, fue a la cocina a buscar una taza de café. Por increíble que pareciera, la cafeína no le afectaba en nada su sueño. Una vez preparado, entro a una habitación donde había una butaca de roja al frente de una gran chimenea encendida. Al acercarse vio que en ella ya había una persona sentada. Era un hombre que tenía un libro con tapa de cuero negro en sus manos y a su lado, al igual que él, una taza de café.

FIN