En París hay cientos de calles por donde uno puede perderse sin apenas darse cuenta. En una de ellas, vive Paul; en un ático sin cortinas y con vistas a la Torre Eiffel. En esa callejuela empedrada, donde siempre se llena de turistas sea la hora que sea, vive el protagonista de esta historia.

El olor a croissant y el aroma a café recién hecho hace despertar los sentidos de Paul. Se encuentra en su ático con una mujer y la pinta sobre un lienzo. Desnuda. La dama, se llama Sophie. Paul, es un pintor bastante conocido por plasmar en el lienzo a mujeres sin ropa; de manera provocativa y sacando toda la sensualidad a través de la pintura.

Sophie, es una pelirroja de cuarenta años. Su cara llena de pecas le hace parecer más infantil de la edad que tiene, pero su cuerpo no. Destaca por una figura protuberante; de anchas caderas, pecho grande y redondo. Sus piernas son largas y unas finas venas violáceas se marcan en la cara interna de sus muslos. Está sentada en una silla que pretende imitar a la madera vieja y desgastada. Mira fijamente a Paul, para que este, a través del lienzo saque lo mejor de ella. La silla está colocada al revés y sus manos se encuentran apoyadas en el respaldo, mientras sus piernas posan abiertas una a cada lado. Lleva dos horas sin apenas moverse y unas gotas de sudor recorren su espalda. Sophie es la mejor modelo de Paul. Sus ojos, son lo que más dicen de ella y sabe como crear vida en sus cuadros a través de su mirada.

—Por hoy hemos terminado Sophie.

Ella, se levanta con sensualidad y con un gesto ya estudiado a lo largo del tiempo, toma una toalla, que se encuentra junto a ella, donde con pequeños toques se seca las pequeñas gotas de sudor que ahora resbalan de entre sus pechos. Sin decir nada, Sophie saca de un pequeño armario, una vaso de cristal; es viejo y está desgastado; como ella. Con la toalla todavía enroscada abre el grifo y tan solo un pequeño hilillo de agua sale de él. Con la toalla cubriéndole su cuerpo, se coloca al lado del pintor, para así, observar la pintura mientras le acaricia la nuca con la yema de los dedos. Queda maravillada. Se mira a los ojos a través del cuadro, y por primera vez, puede ver más allá. Sophie, no sabría como explicarlo; diría algo parecido a una sensualidad desproporcionada junto a unos celos que creía no existentes.

Paul, se fuma un cigarro mientras observa como Sophie se va vistiendo poco a poco. Despacio. Luego ella, coge un cepillo de su bolso y se lo pasa por su lacia melena. Está perfecta piensa Paul. A continuación mira el cuadro y es, en esos momentos, cuando decide que esa será la pintura que presida la exposición que tendrá lugar dentro de dos semanas en el café la Rotonde; justo al lado de los jardines de Luxemburgo.

—¿Nos fumamos un cigarro juntos antes de irme?—Paul no contesta. Aún lleva el suyo en la boca—.

—¿Tienes más trabajo hoy? —Le pregunta Sophie.

A Paul, esa pregunta la parece incómoda, no por la pregunta en si, sino por el doble sentido que hay detrás. Hace ya un tiempo que piensa que ella quiere algo más de lo que tienen ellos dos y no hay nada, excepto sexo de vez en cuando. Aunque, cada vez recibe más llamadas de ella, que nada tienen que ver con su trabajo. Pero la necesita, es su mejor modelo y ella lo sabe o por lo menos eso cree él. Últimamente ha pensado dejar de pintarla, pero el día de la exposición se acerca y eso le dará dinero. Mucho. Quiere tenerla contenta, pero ahora en estos momentos tiene prisa. Mira su reloj y responde:

—Qué más te da.

Ha querido contestarle de forma pícara. Con disimulo y a pesar a de ello, a Sophie no se le ha escapado la ansiedad que transmitía su tono de voz.

—Por lo menos, dime que este es el mejor cuadro que has pintado.—Dice ella.

—Cariño, serás tú, la que abra la exposición con esta maravilla. Lo tengo decidido.

Sophie lo mira satisfecha y lo besa. Hoy no tienen sexo. Paul le pide que se marche, se excusa diciendo que tiene cosas que hacer. Ella lo besa de nuevo, coge su bolso y saca de él un pequeño espejo que tiene la forma de un trébol. Lo abre y se retoca los labios pintándolos de rojo.

Sophie, cierra la puerta dejando a Paul con una copa de vino tinto, y piensa que le hubiera gustado compartirla con él.

Mientras Sophie baja la oscura escalera para llegar a la calle, se cruza con una mujer de piel canela y por lo menos veinte años más joven que ella. Observa como sube por el descansillo a la espera de ver a que piso va. Los nudillos de la chica tocan tres veces la puerta de donde vive Paul y este se abre. Todavía con la puerta abierta, Sophie ve como ella se ha lanzado a los brazos del pintor. Sophie baja las escaleras a toda prisa y se mete en el bar de enfrente a la espera de algo, pero no sabe qué. Pide una copa al camarero y en cuanto la tiene en su mesa la agarra y la toma de un trago. Luego saca de su bolso su móvil. Ha hecho una foto de su pintura cuando Paul ha ido al cuarto de baño a lavarse las manos. Mira la pantalla, y se ve de nuevo, como ha hecho antes en casa de su amante. Ahora ya no ve su desnudo. Observa sus ojos. Su mirada ha creado una fuerza inusual, le recuerda a la de un animal salvaje. Después de tres copas los ve bajar. Van cogidos de la mano. Se dirigen al mismo local donde ella se encuentra. El bar está abarrotado y Sophie se coloca unas gafas oscuras para que él, no la reconozca. El pintor y la chica de piel canela se sientan justo detrás de ella. Casi puede rozar la espalda de él; los respaldos de sus sillas se encuentran pegados. El camarero se acerca a la mesa de Sophie, y ella, le pide otra copa señalando la que ya tiene para que la entienda.

—Estás preciosa Marí. — Le dice Paul a la chica de la piel de color canela mientras le roza la mano—.

—¿Tanto para abrir la exposición con mi desnudo?

—Tu pintura estará en el centro y todos quedarán maravillados.

—Ya sabes a lo que me refiero.—Respondió Marí un poco enfadada.

Sophie que se encontraba escuchando, también sabía lo que ella quería decir. El camarero, le sirvió la cuarta copa. Se la bebió de seguido, igual que las anteriores.

Dos horas más tarde, Sophie se encuentra en su casa con el móvil en la mano. No sabe si llamar a Paul o tomarse una pastilla y dormir durante diez horas. Los nervios que siente en el estómago se lo ha cerrado por completo y fuma cigarro tras cigarro pensando en si tomar una decisión o no. Al cabo de un rato, cuando las paredes de su casa se encojen y la asfixia no la deja respirar, coge su bolso para salir, no sin antes coger una pequeña llave de latón que usa para abrir un cajón. La duda le está quemando por dentro. Al final coge con una mano lo que hay dentro del viejo cajón y esconde la pequeña llave de latón, dentro de su sujetador. El frío metal queda pegado a su pecho derecho y un escalofrío la envuelve. Ya tiene lo que iba buscando, y sale corriendo por la puerta.

Paul, está ahora en su estudio. Nervioso. Delante de él están los dos cuadros; el desnudo de Sophie y el de Marí. Paul se levanta despacio y ve a Marí dormir en su cama. Cierra la puerta. No quiere hacer ruido, aunque en realidad lo que le ocurre a Paul es que no desea que lo molesten. Está teniendo una crisis. Paul tenía decidido cual sería el cuadro que abriría la exposición, pero ahora, una duda le invade, haciéndolo sentir incómodo. Hace un rato que recibió la llamada de Nicolás diciéndole que había mucho dinero en juego. Eso él, ya lo sabe, lo que no entiende a que fin esa llamada a destiempo. Nicolás es la persona en la que más confía. Le envió los dos cuadros mediante una foto porque se encontraba fuera del país y reconoce que sintió angustia cuando tardó en contestarle. Pero cuando lo hizo, alabó su decisión por la pintura principal de la exposición.

Paul piensa que Marí duerme. No lo hace. Después de que Paul saliera de puntillas de su cama, Marí lo escuchó desde la habitación de donde se encuentra. Él le ha cerrado la puerta pero ella oye sus movimientos. Parece un perro rabioso. También lo ha oído susurrar por teléfono. Se levanta de la cama y se coloca en el quicio con la oreja puesta para intentar enterarse de algo. Lo único que escucha, es un portazo. Paul se ha ido. Espera durante unos minutos para salir de la habitación y se dirige directamente al estudio. A través de una sábana blanca ve que debajo de ella se encuentran dos lienzos. Estira de una punta y los deja al descubierto. Ahí está su pintura pero también hay otra. La mira con detenimiento y recuerda a la chica de la imagen; es idéntica con la que se cruzó hace unos días en ese mismo descansillo cuando ella había quedado con Paul. Se acerca más al cuadro y piensa que en efecto es la mujer de la cara pecosa, que unas horas después se encontraba en el bar con gafas de sol al que acudieron Paul y ella y que también la que cuando un rato más tarde, en el momento en que Mari tuvo que ir al baño, la chica del cuadro la siguió. Ella estaba en la taza del wáter cuando la puerta se abrió de golpe, se pegó tal susto que casi le dieron ganas de gritar. La mujer del cuadro estaba borracha. Recuerda que apenas se tenía en pie y que de su bolso sacó un papel y un boli. Apuntó algo y se lo entregó a Marí en una mano. Marí de forma mecánica lo metió en su cartera, porque lo que quería en esos instantes era que aquella mujer desapareciera de su vista. Eso hizo Sophie, en cuanto vio, que Marí se había guardado la nota. Marcharse. Marí ni siquiera le contó el incidente a Paul; quería olvidarlo. La nota de Sophie seguía en el bolso de Marí. Marí salió corriendo del estudio en busca de aquella nota que seguía en su cartera; dentro del forro y completamente arrugado se encontraba el papel que le dio aquella mujer dentro de aquel baño. Tuvo que sentarse cuando la leyó. Entonces sintió frío y comenzó a tiritar. Con el papel todavía en su mano cogió su teléfono y llamó a Paul; una llamada, dos llamadas… Así, hasta doce veces. Marí se vistió, quería salir corriendo de esa casa. Comenzó a sentirse indispuesta y tuvo que correr hasta el baño y vomitar. Luego, empezó a sentirse mejor y fue entonces cuando sonó el teléfono. Con la cara todavía húmeda y con unas venas rojizas alrededor de los ojos fue hasta el aparato que se encontraba en el estudio. Dudó si cogerlo o no, pero no dejaba de sonar, la insistencia al otro lado de la línea, le estaba poniendo de los nervios. Descolgó el auricular y un silencio se hizo al otro lado.

—¿Diga? —Preguntó Marí.

—Ya lo he hecho. —Era la voz de una mujer la que hablaba al otro lado del teléfono—.

Marí soltó el auricular. En la otra mano llevaba todavía la nota. Pensaba que las letras del papel se le habían tatuado en su piel como si de fuego se tratara. Volvió a abrirla y esta vez la leyó en voz alta. La nota decía: VOY A MATARLO.

Esme