—Qué hermosos ojos tienes— le dije. La luna brillaba azul en el cielo.
—Para poco me sirven –me dijo– porque ambos son ciegos.
Cerré mis ojos para entender su prisión oscura.
—Qué hermosos ojos tienes— me dijo y escuché sus pasos alejándose en la noche, en mi noche oscura que no termina.