Estoy sumerjo en un progresivo proceso de degeneración, tal vez mental, no sé, ¿intelectual?, creo que sí; pero cada vez me resulta más difícil conseguir la concentración debida para enfrentar sesudamente las vicisitudes existenciales, no del día a día, eso es otra cosa, casi que mecánico e irremediablemente destructivo. Hoy, al parecer, los sueños de antes se diluyen, se escapan como el agua entre los dedos; hoy, las esperanzas se hacen difusas y el ahínco de ayer muta hacia una sensación de apatía, esa que horada la mente hasta llevarla a la mortal resignación. Lo ineludible ahoga, golpea mi rostro con desenfreno, coarta mi respiración y sonsaca mis capacidades. La degeneración ha penetrado con firmeza; me ha declarado la más infausta de las batallas: la de uno contra uno mismo.