Andaba muy despacio por la nieve. Sus años y su propensa barriga no le permitían caminar más rápido. La ceniza de su colilla ladeada, pero firme entre sus dientes manchados por la nicotina, le caía cada vez sobre su ropa con olor a humedad y a naftalina. Era ya avanzada noche y la jornada de trabajo había terminado hacía varias horas. Aun no se había gastado todo el dinero que le habían dado, en los bares y tabernas que había encontrado de camino al rincón donde solía dormir todas las noches. Aunque el cuerpo le pedía más licor, prefirió no gastarse el resto de la paga diaria. Quedaban pocos días de trabajo y hasta el próximo mes de diciembre, si Dios se lo permitía, no volvería a tener otro. Una voz burlona le hizo girarse de golpe. Acertó a agarrarse a una farola para no caerse. El hombre que tenía pinta de ser marinero, le volvió a gritar: ¡Vete a dormir la borrachera, Papa Noel!

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