La oscuridad de las calles engulle hasta su sombra. Nunca se habría dado cuenta de los tantos focos fundidos a lo largo de la avenida principal, sino fueran las dos de la madrugada y ella no anduviera a paso lento sobre el concreto húmedo. Aquello sería solo una noche de malos sueños. El suelo helado le atraviesa las medias del nilón, los aspersores que riegan las jardineras se apagaron hace ya muchas horas, pero la humedad permanece por los charcos que se forman al borde del pasto. Con los zapatos en la mano, respira el viento frío del invierno, esta noche sopla débil, tan débil el cuello que no puede mantener la cabeza de la chica en alto.
Es enero, el cielo se muestra amenazante, con su tinte marrón anuncia una tormenta que nadie está seguro si caerá sobre la ciudad o se pasará de largo hacia el sur. Los seis grados Celsius se le clavan en los huesos. El escaso vello que cubre su piel se mantiene erizado mientras la tenue brisa la acompaña de regreso a casa. El vestido de licra bajo la chaqueta de lana gruesa se le pega a las breves curvas que ha conseguido a base de muchos ejercicios en el gimnasio. Veinte años y una figura de quince le aseguran un pronóstico poco favorable: el deporte no cambiará los genes que la vuelven esbelta.
Un auto pasa por la carretera, el conductor baja la velocidad y observa las piernas firmes de Mixi, baja la ventanilla y profiere un silbido acompañado de obscenidades. Ella sonrió par así misma sin detener su avance en sentido contrario. El cabello largo se enrosca en amplios rizos hasta la mitad de la espalda, se ha teñido de color castaño por mucho tiempo, pero últimamente ha permitido que las raíces azabaches se asomen. Los delgados hilos se mecen con cada paso mientras la nariz enrojecida le arde con cada inhalación, pero más le arden los pies de tanto caminar.
La tristeza ha embarrado el rímel en sus mejillas. Ya no llora, pero las lágrimas dejaron su huella oscura cuesta abajo desde los ojos brunos hasta la afilada barbilla. Las espesas pestañas aún están mojadas por la sal líquida en la cual decide diluir sus pensamientos. Escucha una moto a lo lejos. Mixi voltea esperando que sea Diego quien se aproxima a toda velocidad para recogerla. Anhela los años cuando pasaba por ella a la puerta de la preparatoria. Esos años han quedado atrás, y sin embargo la añoranza de aquella compañía permanece enganchada a los propósitos que no lograron cumplir juntos.
Suspira. Mixi, piensa. No es su verdadero nombre, pero es el alias que utiliza en las redes y hasta en su casa han comenzado a llamarla así.
Suspira y se abraza para apartar el frío invernal, pero también para reconfortarse a sí misma como ha tenido que hacerlo desde el divorcio de sus padres. Mirada al frente, dice para sus adentros, ni el cielo tiene el derecho de verme derrotada. Mece levemente las zapatillas negras, de inmediato se da cuenta de que el sonido de la moto ha desaparecido, ha desaparecido junto con las ilusiones de ver otra vez a Diego. Todo se ha diluido: el calor, el bochorno, el deseo… Ella…
Uno, veinte, cien, mil, pierde la cuenta. Miles de pasos atrás, la pasión se ha despedido de su piel al cerrar la puerta de una casa ajena. El ímpetu se cortó cuando Daniel manifestó cierta incomodidad de que ella se quedara a dormir en su casa.
No mires atrás, se dijo mientras él intentaba dar excusas para su comentario, no importa, había respondido ella, no tiene caso que me quede, de cualquier modo no fue tan bueno.
Silencio. Las lágrimas habían llegado así, sigilosas.
No había por qué quedarse, se repite. Entretanto, lamentaba haber escogido zapatillas y falda en lugar de un pantalón grueso y sus botines altos favoritos. Cinco horas de chat el día anterior habían sido suficientes para acordar una cita en el parque principal de la ciudad. Sonaba lindo, iban tomar una nieve, hablar en persona de sus gustos, su pasado, sus miedos. Parecía un chico tímido, no pensó para nada en sentirse cómoda y trasladarse a la residencia de Daniel.
Así son las relaciones modernas, se dice, no debería sorprenderme, era natural, no nos conocemos, por qué dejaría que durmiera en su casa.
Hace dos años, el dolor de perder a Diego, había dejado en el corazón de Mixi un gran vacío. Desde entonces buscaba cualquier cosa para borrar esa sensación de soledad anclada en el alma. Diego se hubiera ido de su lado de todas formas, lo intento muchas veces hasta librarse de ella. Mixi no era la primera mujer de Daniel esa semana, ni él sería el único para ella. Se encontraron por casualidad en un “chat”, hablaron de banalidades, ella fue la primera en subir el tono de la conversación al pedir “el pack” típico de las charlas cotidianas. Daniel aceptó de inmediato, con el último fuego de su adolescencia vibrando en su piel. Mixie no quiso enviarle nada, le prometió una grata sorpresa si se veían pronto. Discusión picantes concertaron el encuentro.
No hubo nada de romance, ni flores, ni cartas, ni dulces. Nada de las cosas que su abuela le platicaba de los hombres en sus tiempos, algo en aquellas charlas mientras tomaban café en la cocina en las tardes de otoño, le sabían a mentira. No hubo nada que le recordara a Diego y eso había sido lo mejor, a él también lo había conocido así, sin cortejos. Al llegar a la casa de su cita, Mixi le pidió el baño y desde dentro le mostró cada centímetro de su cuerpo a través de fotografías, al otro lado la puerta podía escuchar el “ring” de las notificaciones cuando Daniel recibía sus mensajes. No podía evitar sonreír al imaginarse su cara, su ansiedad por poseerla. Se le estremeció el deseo cuando recibió un mensaje para que saliera. Desnuda, abrió la puerta, fue poca la sorpresa causada por el lienzo completo de su cuerpo moreno, ya se lo había mostrado todo.
―Me gusta tu tatuaje… ―dijo él sin miramientos recordando la fotografía de su vientre bajo la media luz de la pequeña habitación.
Así lo había pedido ella, le gustaba a oscuras, para no ver los detalles y olvidar pronto su rostro si las cosas no resultaban. Daniel la miraba con sus ojos claros bajo las cejas pobladas que le ganaban por mucho al bigote sobre sus labios.
―Son las seis, debo estar de vuelta en mi casa a las once ―respondió ella sin contestar al cumplido. Algo en el porte del chico mató el chispazo.
―¿Una bebida? ―preguntó levantándose de la cama con el celular en la mano―. Sólo me queda Vodka.
―Seguro ―ella sonrió, las demostraciones de cortesía no iban bien con alguien que ya sabía a dónde iba la cosa. Se tumbó en la cama, las delgadas sábanas olían a sudor. Quizás aquello que percibía era el rastro de la mujer que lo acompañara el día anterior.
Las fotografías de él habían sido muy buenas, de no ser así no hubiera aceptado la cita. Abrió el celular y las volvió a mirar. Sintió una breve excitación al pensar que pronto lo tendría entre las piernas, a ese de las fotos, no al chico ordinario que tenía en frente. Volvió con la ropa todavía puesta. Bebieron, mientras ella se despojaba de la mesura y mostraba su desnudez sin el más ínfimo pudro. Se terminaron la botella entre comentarios superficiales, incluso, las insinuaciones se volvieron soeces, el alcohol le pareció insípido cuando cayó en cuenta de que las frases atropelladas que terminaban en risas fingidas, no los llevarían a nada.
Mixie, había susurrado él antes de lanzársele encima con besos apasionados. Su piel ardía, estaba ebrio, se desprendió con torpeza de la camisa ligera y el pantalón de mezclilla, tan nuevo que le había pintado el bóxer. Buscó con desesperación el preservativo, ella miró el techo mientras la penetraba, no había magia en el encuentro. Los embates habían sido bruscos, el mareo por el alcohol la mantuvo distraída todo el tiempo. Las manos de Daniel no la recorrieron como había prometido, tampoco hubo besos tiernos, solo saliva que se embarraba en sus hombros y los pechos. Sus labios se encontraron menos de una decena de veces.
Fueron los peores diez minutos del año, y apenas era la primera semana de enero. Se quedó tumbada escuchando la respiración de su compañero dormido. Ella también se adormeció. Lo siento, susurró él avergonzado por su mala interpretación de un hombre. No hay problema, había contestado ella para ser optimista. Pero si había un problema. Una vez que el efecto del alcohol se relajó, Daniel le había pedido que se fuera. Y eso había sido todo.
No hacía tanto frío a las nueve de la noche. Tomó un autobús hacia el sur de la ciudad y se bajó a solo unas cuadras de la casa de Diego. Sentía el corazón retumbar en su garganta cuando se detuvo a una cuadra. Con la espesa nubosidad apagando temprano los días, se sintió segura para esperarlo, pero no lo suficiente para hablarle. Lo vio llegar y por un brevísimo instante creyó que él también la había visto, pero se mantuvo a distancia.
Mixie se dio cuenta muy tarde de que la cartera se le había quedado en el autobús. No podría pagar el taxi de regreso. Tenía que irse. Ya pasaban de las once de la noche. Diego no había vuelto a salir. Por un instante, permitió que la esperanza embriagara su anhelo, se imaginó que él había terminado con su actual novia, podrían tener una posibilidad de volver, quizás la invitara a calentarse bajo las colchas gruesas que antes cobijaban su lujuria.
“Hola”, escribió con ingenuidad en un mensaje al tiempo que hacía resonar dolorosamente sus zapatillas en las banquetas altas de la colonia mientras se alejaba. Dos marcas azules se encendieron en la esquina inferior del mensaje, él lo leyó, pero no envió una respuesta.
¿Y qué esperaba?, se preguntó ella misma mientras escribía: “lo siento, no volveré a molestarte”.
“Eso deberías hacer, no molestarme”. Leyó para apagar la emoción de escuchar el “ring”. Se sentó en la banqueta y suspiró. El viento le cortaba la piel el cuello y el rostro, el aire olía a lluvia lejana, en algún pueblo del norte caía la nieve, silenciosa como la calle que albergaba su presencia. Estaba cansada, le molestaba la incomodidad de su entrepierna húmeda y tibia.
No más mensajes. No más espera. Debía volver a casa, era probable que su abuela hubiera metido llave a la entrada, aun así siempre tenía la posibilidad de dormir en la cochera. Se puso en camino, arrastraba la tristeza con los pies, hacía jirones los bonitos recuerdos de su pasado con Diego, desgarraba su autoestima a cada paso en que miraba el celular en espera de un lo siento, pero no llegó.
Ahora estaba ahí, en la avenida principal, con los zapatos en la mano, con el frío helándole la piel, pensando en a quién más conocería aquella semana. Avanzaba triste, acompañada de un vacío en el lugar donde debía estar su corazón.