Nací una mañana fría de marzo en el Hospital de La Paz de Madrid. Corría el año 1972.

Mi madre había pasado la noche en vela, entre contracciones y dolores, pudo darse una ducha, dejar a sus dos hijas mayores con la vecina y esperar a mi padre a que viniese del trabajo. Cuando él llego, ella ya estaba en la puerta esperándolo con la maleta preparada.

El parto fue rápido ya que el traqueteo de camino al hospital facilitó las cosas. Fue llegar y a mi padre casi no le dio tiempo a rellenar los papeles del ingreso.

Pesé 3,500 kilogramos y medí 50 centímetros, un niño muy bien agraciado, como dijo mi abuela. El nombre, el de mi abuelo, Antonio.

En el colegio fui un niño con mucho talento, ya que me gustaba mucho el baile y en cada oportunidad que se me presentaba yo lo demostraba.

Años más tarde, durante la oleada de “huelgas estudiantiles” más reciente de la España democrática, fue mi época más rebelde. Me rebelaba contra el sistema, los padres, y los profesores. Éramos unos cuantos y nos sentíamos los reyes de la manada. Pero esa satisfacción duró solo hasta el día de las notas: Estudiar en septiembre y repetir el año que viene.

El resto de los años fue un visto y no visto. Se me pasaron volando, los estudios, mi primera borrachera, mi primer pitillo, la banda de música de la ciudad, los amigos… (Que aún hoy en día los conservo como un tesoro)

La música siempre me atrajo. A los 5 me regalaron mi primera guitarra, a los 10 entré en el conservatorio, a los dieciséis en la banda de música de mi ciudad. Fue allí cuando mi mundo cambió por completo…

Sucedió en las fiestas del patrón. Nos tocaba actuar en la plaza del ayuntamiento. A medio concierto, hicimos un descanso. Cuando empezamos de nuevo, me percaté de un ruido. Una chica había tropezado con una silla para poder sentarse con su abuelo.

Yo seguí a lo mío, ya que dentro de poco me tocaba hacer un solo a mí. Pero a los pocos minutos después, me di cuenta que unos ojos me miraban y al buscarlos me fijé que era la chica de antes. Y fue ahí donde me fije en la belleza que me estaba observando. Morena, nariz respingona, cabello largo, negro y suelto cayéndose por los hombros y unos ojos azules tan penetrantes como el mar.

Al acabar y una vez recogido todo, me encaminé hacia la zona de vinos para encontrarme con mis amigos. Una vez allí, en el bar, me dirigí al lugar donde estaba la pandilla y delante de nosotros estaba ella. ¡No me lo podía creer!

La seguí durante toda la noche, hasta que de repente, antes de irse me di cuenta que conocía a Carla, una chica de la pandilla. Cuando terminaron de despedirse cogí a mi amiga del brazo y le pedí por favor que me la presentase ya que me había fijado en ella en el concierto y que no le había quitado ojo durante toda la noche.

  • – Carla, ¿me puedes presentar mañana a la chica con la que estabas hablando ahora?
  • – ¿Quién? ¿Sonia? Sí es la hermana de Carlos el del Gottam. La conoces perfectamente.
  • – No puede ser, Sonia es rubia, y yo me refiero a una chica morena, nariz respingona, ojos azules….- Carla se quedó mirándome incrédula.
  • – Antonio, yo no conozco a nadie así, no sé a quién te refieres…

Confundido, me despedí de los amigos y me fui a casa. Al día siguiente tenía que madrugar que tocaba en Getafe por las fiestas de la patrona.

Una vez en la cama, no conseguí pegar ojo. Una y otra vez me venía a la cabeza la imagen de esa mujer.

A la mañana siguiente, mientras viajaba con la banda, tenía la ilusión de volvérmela a encontrar. La busqué durante todo el día pero allí no estaba. Más tarde, fuimos a cenar y tomar alguna copa antes de volver al hotel para dormir.

Al estar en el bar, decidí pasármelo bien y olvidarme de una chica que quizás no volviese a ver otra vez. Y así fue, junto con mis compañeros disfrute toda la noche y conocimos nuevas amigas que nos dejaron un buen recuerdo de aquella noche.

Acabada la juerga, nos fuimos al hotel para descansar, pero una vez más yo no pude pegar ojo, porque una y otra vez venía a mi mente sus ojos.

Pasó el tiempo y resignado por no volverla a ver, empecé poco a poco a olvidarme de ella. Pero jamás me olvidaría de aquellos ojos azules.

Un día cuando estaba paseando por el barrio de la latina junto con mi prometida Ana, se nos acercó una señora mayor encorvada, con ropa harapienta y con un pañuelo en la cabeza y preguntándonos si teníamos algo de dinero para darle de comer. Nosotros le dimos un par de euros para que se comprase al menos un bocadillo. Cuando se lo iba a dar en la mano, tropezó cayendo en el suelo.

Rápidamente me agaché para ayudarla a levantar y ella se sujetó fuertemente de mi brazo e incorporándose clavó sus ojos en los míos, diciendo en un susurro:

  • -Gracias, Antonio. Cómo has crecido, no digas nada. Ya volveremos a vernos dentro de poco. Tenemos que hablar.

La llevé hacía un banco y cuando me aseguré de que la mujer estaba bien, Ana y yo seguimos paseando.

Durante el paseo, le di vueltas a la razón por la que la señora me conocía. Había algo en mi interior que decía que esa mirada la había visto en otro lugar. Por la noche estando en mi cama, intentando dormir, le di vueltas a lo que me sucedió y caí en la cuenta de que esos ojos eran los que me habían acompañado durante todo este tiempo. Pertenecían a aquella mujer. ¿Pero cómo es posible que haya envejecido tanto en tan poco tiempo? ¿Cuándo nos volveríamos a ver? Me quedé toda la noche intrigado en saber lo que esa mujer me tenía que contar….