Después de haber perdido a sus compañeros. Después de quedarse sin comida ni agua. Después de estar a la deriva en ese laberinto mutante. Ulises se ha dejado caer sobre la tierra, su estómago ruge, sus labios están cuarteados por la sed, su cuerpo debilitado, apenas puede moverse. Se queda sentado, mirando hacia adelante sin esperar nada excepto su fin.

Días atrás o ¿serán meses? -eso ya no lo sabe- él y sus compañeros habían entrado en aquel laberinto llenos de confianza; unos, con arrogancia, otros, con altanería.  Se sentían sobrados después de haber cazado al Minotauro. Ahora, este era otro laberinto y en él vivía una reina. Una reina malvada, despiadada que sometía por la fuerza a toda la población de su reino.

Ulises se dijo que está era una buena oportunidad para acrecentar su leyenda en su camino de retorno a Ítaca. Revisó la cantidad del hilo de Ariadna que tenían. Era suficiente y estaba en buen estado. Lo utilizarían para no perderse en este nuevo laberinto tal como lo hicieron con el del Minotauro.

Jasón envío su máquina voladora para hacer fotografías aéreas del laberinto. De esa manera lograron hacer un plano de él ¡Esto va a ser un paseo! -se dijo Ulises.

La expedición partió entre los vítores de los pobladores. Después de casi un día de camino llegaron a la entrada del laberinto. Empezaron a avanzar por él con paso cauteloso. La reina podía enviar a sus huestes y atacarlos. Conforme avanzaban iban desmadejando el hilo de Ariadna, un hilo color carmesí con un borde brillante, visible hasta en la noche.

El primer día notaron la presencia de un conejo blanco vestido con una librea y un bombín que los seguía a cierta distancia, unas veces iba atrás y en otras iba adelante. Al segundo día notaron la desaparición del hilo de Ariadna, de algunos compañeros y de parte de las provisiones. De nada sirvió los puntos de vigilancia que se ponían en cada campamento, los compañeros iban desapareciendo uno a uno y las provisiones otro tanto.

La desaparición del hilo de Ariadna los inquietó pero no los preocupó demasiado pues tenían la máquina voladora que les podía servir de guía para salir del laberinto. De todas formas, siguieron desmadejando el hilo, como si fueran Hansel y Gretel y sus migas de pan y, día a día, el hilo desaparecía como las migas de pan comidas por los pájaros. Ulises tenía la teoría que el conejo blanco era el ladrón y que pasaba información a los secuaces de la reina quienes ¿secuestraban o mataban? a sus compañeros. Durante varias noches se pusieron diversas trampas para cazar al conejo. Ninguna funcionó y las desapariciones continuaron.

Una semana después solo quedaban tres hombres y muy pocas provisiones. Era tiempo de volver, salir de aquel laberinto del infierno. Usaron la máquina voladora como guía. Las imágenes captadas por la máquina los dejó totalmente confundidos. Las fotografías probaban que aquel laberinto cambiaba de forma, mutaba con una frecuencia aleatoria. Que donde antes había una pared de setos ahora había un camino, y el camino de ayer estaba cortado por una pared de setos hoy. Aún así no cejaron en su empeño de salir.

Cuatro días después solo quedaba Ulises como único sobreviviente, sin provisiones y sin la máquina voladora. Ahí está sentado mirando hacia el frente, diciéndose que saldrá de ese laberinto así sea destruyendo una a una las paredes de setos comenzando por aquellas que está delante suyo.

Se paró tambaleante, sacó su espada y avanzó  con pasos inseguros hacia los setos y entonces, ante sus ojos, ocurrió la mutación del laberinto. Aquella pared empezó a desaparecer paulatinamente, como una nube estirada y soplada por el viento. Después de pocos minutos, al frente suyo no habían setos sino un cielo azul brillante y sin nubes, solo cielo, las ramas de algunos árboles y, a lo lejos, una montaña brumosa. Supuso que la pared de setos desaparecida era el límite del laberinto y que luego la tierra se hundía en un abismo. Vio las orejas del conejo con su bombín recortado  en el horizonte. Tomó eso como una prueba de que la tierra bajaba en pendiente.

Trató de apurar el paso. Sus músculos no respondieron y cayó de rodillas. Mientras trataba de levantarse, vio aparecer el hilo de Ariadna suspendido en el aire, que atravesaba de forma perpendicular el camino de escape del laberinto a una distancia de 50 metros. El hilo se bamboleaba lento y con cierto ritmo. De repente, Ulises vio aparecer un pie sobre el hilo. Después, se reveló otro pie y una pierna. Pronto logró ver el cuerpo completo de la equilibrista que iba caminando sobre el hilo de Ariadna. Ulises trató de decir algo pero no pudo.

La equilibrista avanzaba poco a poco. Su cuerpo y el paraguas que llevaba en una de sus manos se movían con gracia. Su figura contrastaba con el cielo. Su imagen era tan extraña, pero a la vez, tan sublime. La mujer cantaba. Ulises puso atención: “dos elefantes se balanceaban sobre la cuerda de una araña”… ella dejó de cantar pues estuvo a punto de caer pero logró equilibrarse, entonces continuó: “como veía que resistía fue a buscar otro elefante”.

Dos elefantes después la visión deslumbrante de aquella mujer empezó a desaparecer entre los setos. Ulises comprendió que no podía perderla de vista, que esa mujer quizás le pudiera dar alguna pista de cómo salir del laberinto. Llegó al camino por donde pasaba el hilo de Ariadna. Vio a la mujer de espalda que seguía avanzando y juntando las pocas fuerzas que aún le quedaban preguntó: ¿Quién eres? ¿Alicia? Ulises ignoraba porque había dicho ese nombre.

La mujer sorprendida por aquella voz frenó su andar. Ulises la oyó decir “seis elefaaaanteeeessss” mientras trataba de mantener el equilibrio, lo cual no lo logró y cayó al piso dando un salto acrobático. Giró y lo miró con una mirada profunda y penetrante ¿usted debe ser el intruso? -dijo-. Soy Virginia, Alicia debe estar organizando la merienda y usted está invitado.

El conejo blanco entre murmullos le dijo algo a Virginia. Virginia asintió.

-Así es que usted es el famoso Ulises.

-Sí, lo soy. Estoy perdido. He perdido a mis compañeros. Tengo hambre y sed. Dime Virginia ¿cómo puedo salir de este maldito laberinto?

El conejo volvió a decir algo a Virginia. Ella le dijo que ya lo sabía. Luego se dirigió a Ulises.

-Primero, este laberinto no es ni está maldito. Segundo, primero está la merienda. Tercero, después vendrá todo lo que tenga que venir.

Ulises respondió,

-Necesito salir del laberinto para armar otra expedición para buscar a mis compañeros y capturar a la reina de corazones.

-¿La reina de corazones? Jajajaja. Hace tiempo que logramos sacarla de este laberinto. Ahora vive en el bosque oscuro.

-¡Gracias por el dato! Ahora sé que tenemos que buscarla en otro sitio.

-Con respecto a sus compañeros, le están esperando para merendar. Por cierto, tenían muy buenas provisiones.

-¡Ah, los tienen secuestrados y se han beneficiado de nuestras provisiones! ¿Son una banda de ladrones? ¿Qué piden por la libertad de mis amigos?

Virginia roja de furia pero sin perder la compostura y elegancia respondió

-¿Ladrones nosotros? ¡Vaya ofensa! No sé parece en nada a lo que sus amigos nos han contado de usted! ¡Lo voy a tomar como un desvarío de su parte! Sí tiene la bondad de acompañarnos, a mí y al señor conejo, podrá ver que sus amigos no están secuestrados y que las provisiones han sido compartidas por ellos con nosotros. Y ¡hágame el favor de envainar su espada! que por cierto, aquí no le va a servir de nada.

-Es decir que luego de la merienda podremos irnos.

-Si eso es lo quieren se podrán ir. Esto lo dijo con aire displicente.

El conejo volvió a decirle algo a Virginia. Virginia arrugó el ceño. No es hora de hablar de profecías -dijo.

¿Cuál profecía? -preguntó Ulises.

-Durante la merienda hablaremos de eso. Lo que le puedo adelantar es que usted, Alicia, yo y todos los demás haremos cosas grandes.

¿Alicia, usted? -dijo Ulises con sorpresa.

-Sí, nosotras ¡Ah! Muchas cosas que aprender tienes, pequeño saltamontes.

El señor conejo dijo en voz alta y gutural,

-¡Virginia, vamos a llegar tarde y deja de parodiar a Yoda!

-Claro que vamos a llegar tarde, señor conejo. No ve que Ulises camina como si fuéramos cargando un santo en una procesión: dos pasos adelante, uno atrás -dijo Virginia-.

-Ulises, vamos pronto antes que al señor conejo le de uno de sus ataques conejiles ¡Créame cuando le digo que es un espectáculo terrible! ¡Tenemos mucho que hacer, Ulises! ¡Va a conocer a gente muy interesante y estupenda! Un sombrerero surrealista, un escritor con bigotito y algo borracho que parece salido de principios del siglo diecinueve, un pintor al que le falta una oreja, al señor conejo que es tímido hasta que agarra confianza, un gato al que le gustan las botas; un hombrecillo verde, muy viejo y orejón, un cronopio, una tortug…

Fue entonces que Virginia, Ulises y todo el resto de personajes quedaron atrapados entre las hojas de aquel libro. Otra vez, tanto el abuelo como el nieto se habían quedado dormidos. Alicia le hizo un pequeño doblez en la esquina superior derecha de aquella página en donde la historia quedó congelada hasta mañana. Eso les servirá de pista para retomar la historia -se dijo- mientras miraba llegar a su hermana Virginia, al señor conejo y a Ulises a la mesa de la merienda.