Cogí las llaves y logré hacerme con el libro. Le pedí amablemente al librero si podía observar en algún sitio tranquilo aquel maravilloso tesoro. El librero al pronunciar las palabras: maravilloso tesoro, sonrió, me hizo un gesto con la mano indicando que lo siguiera.
Me llevo hacía una habitación, amueblada únicamente con una mesa y sillas, doce, en concreto. Me miró, sonrió, y me dijo que disfrutase del libro y me quedase allí el tiempo necesario.
Me embargaba una emoción indescriptible, así que respire profundamente y abrí el libro. Me quedé perpleja al ver que sus hojas estaban en blanco, las pasé una a una, y nada, ni rastro de tinta. Volví a la primera hoja, impactada me quede, dando un respingo de la silla, cuando observé que empezaron a llenarse las hojas de letras, palabras, frases.
Lo mas sorprendente de todo , fue que cuando empecé a leer, aquellas palabras eran muy familiares para mi…