CAPITULO 5: La cena de gala

Los caminos del general Peña Sandoval y la familia Córdova Ramírez se habían cruzado en muy pocas ocasiones y, por lo general, había sido en actos oficiales. Sin embargo, todo se trastocaría después de aquella cena de gala dada por el gobierno nacional, tratando de limar asperezas con algunas familias poderosas económica y políticamente del país, y alguno que otro embajador.

Una de las familias invitadas a la cena de gala fue la Córdova Ramírez. El patriarca de ese clan, Andrés Córdova, era un connotado jurista que había desempeñado varios cargos en otros gobiernos anteriores, había sido diputado, candidato a la presidencia y ahora era uno de los principales opositores al gobierno. Si bien, su familia aún no había sufrido ningún tipo de amenaza o represión de manera directa hasta ese momento, el partido político que lideraba si había sido víctima de requisas y varios de sus miembros estaban detenidos.

El gobierno distribuyó las invitaciones para aquella cena con un mes de antelación a la fecha señalada, y una semana antes, el ministro del interior se encargó de llamar personalmente a cada uno de los invitados para indicarles lo importante que era para el gobierno su asistencia a tal cena. Fue llamando uno por uno a cada invitado y cuando llegó a la familia Córdova Ramírez, puso especial atención. Levantó el auricular del teléfono y marcó el número del despacho de Andrés Córdova.

–Estimado don Andrés, tenga muy buenos días.

–Igualmente, señor ministro.

–Lo llamó para confirmar la asistencia a la cena de gala a efectuarse dentro de una semana. Para el gobierno es muy importante su asistencia y la de toda su familia –y recalcó con mucho énfasis lo de “su asistencia y la de toda su familia”.

–Señor ministro, le garantizo mi presencia no así la del resto de mi familia.

–Quisiéramos que asistan todos, don Andrés. No solo usted. Queremos tender puentes a todo nivel incluyendo a las familias.

–Señor ministro, entiendo perfectamente sus argumentos, pero esa decisión pasa también por lo que diga la jefa del hogar y el resto de mis hijos.

–¡Ah claro! No quise meterme en sus asuntos domésticos. En fin, si deciden venir todos, será una gran alegría para el presidente y para el gobierno del país.

Cordialmente se despidieron los dos hombres. Inmediatamente Andrés Córdova llamó a su casa y le contó a Rosarito su conversación con el ministro. –Bueno Andrés, no es mala idea que acudamos todos. Piense que Victoria irá conociendo gente importante. Es bueno que lo vaya haciendo mientras está pequeña… bueno, ni tan pequeña. Recuerde que Victoria ya tiene 16 años. Podríamos dejar en casa a los tres más pequeños porque la fiesta pudiera ser muy tediosa para ellos si se alarga mucho–. No eran malos los argumentos de su mujer –pensó Andrés–. Luego de despedirse de Rosarito, estuvo pensando los pros y los contras de meter a Victoria en ese círculo y llegó a la conclusión que los argumentos de Rosarito eran sólidos. Llamó a sus otros hijos, quienes confirmaron que estaban dispuestos a acudir. Por la tarde del mismo día, Andrés volvió a llamar al ministro.

–Señor ministro, le confirmo la asistencia de una parte de mi familia. Mis tres hijos menores no irán, puede ser que se aburran y empiecen a hacer travesuras y no quisiéramos incomodar al resto de invitados.

–¡Muy bien, Don Andrés! Como siempre usted pensando más allá. Le agradezco mucho esta noticia. Entonces nos veremos en una semana.

–Así será. Hasta luego, señor ministro.

–¡Gracias de nuevo y que tenga una buena tarde!

Una semana después, la familia Córdova Ramírez llegó a aquella cena de gala a las 9 pm. A la cabeza, iban Andrés y Rosarito, acompañados por sus hijos: Rodrigo, Lucrecia, Daniel, Pedro y Victoria.

En la entrada, fueron recibidos por el presidente y su esposa. Después de los saludos de protocolo, entraron al salón de la fiesta. Ahí se encontraron con muchos empresarios, políticos de todas las tendencias, periodistas, editores, entre otros.

La música invitaba a bailar. Realmente era estupenda. La pista de baile pronto se lleno de parejas, que de manera dispar, seguían el ritmo musical de las bandas que fueron turnándose a lo largo de la noche. El alma de aquella gente se mecía plácidamente entre el movimiento acompasado de sus aguas que iban ondulante al ritmo de la música.

Andrés junto con otros invitados, entre los cuales estaban sus dos hijos: Rodrigo, el abogado y, Daniel, el político; tuvieron una reunión corta con el presidente y su tren ministerial. En resumen, el presidente les pidió que dieran un respaldo a su gobierno a cambio de más libertades político/económicas y de más negocios. Andrés, fue muy cauteloso a la hora de tomar una decisión al respecto. No era la primera vez que pasaba por algo similar, y al final nada se concretaba. La reunión se extendió alrededor de una hora y, al final, salieron de la sala de reunión y se incorporaron a la fiesta.

Cuando Andrés salió de aquel salón con su mirada fue descubriendo a Rosarito, Lucrecia, Pedro y Victoria entre la gente que bailaba o que conversaba animadamente, también vio que el general Peña Sandoval miraba con mucho interés hacia un sitio particular. Se acercó al general y trató de ver que era lo que miraba con tanto interés. Al fondo de la sala de baile, con el celeste de la pared como fondo, sentada en una silla volvió a ver a su hija Victoria hablando con otras chicas que había conocido durante el ágape.

Andrés se dirigió a Peña Sandoval: –Buena fiesta la que ustedes han dado hoy, general. Espero que sus ofrecimientos sean reales. En estos temas siempre es bueno ser consecuentes.

–Disculpe don Andrés, pero estaba absorto con otros pensamientos. ¿Qué me decía usted?

–Que se están gastando un platal en esta fiesta, pero veo que los ofrecimientos que nos hicieron son más falsos que un billete de 15.

–¿No le parece prematuro decir eso, don Andrés?

–General Peña Sandoval, una de las cosas que hacen que me oponga al gobierno es su abuso de poder… Es que el poder sea usado siempre en contra del más débil. Si el gobierno cambiase eso, le aseguro que mi posición política cambiaría en algo.

–¿Es que ha visto algún abuso de poder aquí?

–Aún no. Pero en un futuro sé que va a ocurrir. Cuando me puse a su lado, vi como usted miraba a esas chicas del fondo del salón. Yo sé de qué pata cojea, general. Sé que usted va a tratar de seducir a alguna de esas chicas. Para eso se va a valer de su uniforme y de su poder. No le parece que eso es un abuso de su parte.

–No sabía que usted era lector de mentes, don Andrés. Debería aprovechar ese don y meterse a la televisión. De repente, le iría muy bien. No todos tienen ese don.

Peña Sandoval lanzó una sonrisa irónica y dijo:

–Si me disculpa, voy a ver dónde está mi mujer.

–¡Hace muy bien, general! Espero que por su bienestar, la próxima víctima suya no esté entre ese grupo de chicas del fondo del salón.

Peña Sandoval se volvió a sonreír y con su aire de superioridad dijo:

–¿Qué me podría pasar a mí? ¿Qué puede hacerme usted, un abogado… un civil; a mí, el comandante general de la aviación? Estuvo muy bueno el chiste don Andrés. ¡Qué tenga una feliz noche!

La fiesta llegó a su fin. El tiempo fue transcurriendo y ninguna de las ofertas, hechas por el gobierno en aquella reunión, fue cumplida. Por el contrario, la situación del país fue empeorando día tras día.

Peña Sandoval seguía manchando las almas de las mujeres que entraban en su mira. Había una que no podía escapársele: Victoria Córdova Ramírez.

–Ya verá de qué soy capaz, ese doctor Andrés Córdova. Va a tener que tragarse su amenaza.

Tales pensamientos eran los que controlaban la mente del general Peña Sandoval y, muy pronto, puso manos a la obra. Sin embargo, Victoria no fue presa fácil.

–Seguro que el papá la instruyó y la puso en contra de mí–, pensaba el general.

–Pero va a ser mía como que me llamo Peña Sandoval.

Lo único lamentable era que iba a tener que usar los métodos violentos para conseguirlo.

En complicidad con dos subalternos, la secuestró por unas cuatro horas, tiempo en el cual la violó cuantas veces quiso. Luego la dejó cerca de su casa. Mientras veía como la chica se alejaba de su auto, el general Peña Sandoval pensaba.

–Y ahora don Andrés, ¿veremos de qué es capaz?