CAPITULO 7: El detenido de la sala 41

El oficial de policía preguntó: –¿Usted es el doctor Pedro Córdova Ramírez?

–Sí, soy yo.

–Queda detenido por el secuestro del general Peña Sandoval. Discúlpeme, pero tengo que ponerle las esposas. Le aconsejo que coopere y no se resista.

Lo sacaron del consultorio del hospital público en donde trabajaba por las mañanas. –Llama a mi padre–, atinó a decir a una de las enfermeras. –Dile que me están llevando preso. En el tarjetero está el número de teléfono de mi padre, llámalo a su oficina. ¡Gracias!

 

Lo llevaron a la sede central de la policía política con los ojos vendados. El proceso de reseña y toma de huellas dactilares fue cosa de minutos. Le dijeron que espere y lo dejaron en un cuarto vacío. Tres horas se demoraron en venir a buscarlo. Un policía vestido de civil abrió la puerta y le hizo una señal de que lo siguiera.

–Pensé que se habían olvidado de mí–, dijo Pedro.

–Te la tiras de gracioso, Pedro. Pronto se te va a quitar las ganas de hacer chistecitos.

Le hizo otra señal de que se detuviera, mientras abría una puerta.

–Jefe, ¿a éste dónde lo llevó finalmente, a la 26 o a la 41?

–Llévalo a la 41. Esa sala es casi de la familia. Se va a sentir como en casa.

La sala 41 recibió a Pedro con una corriente de aire oliente a orina rancia y sudor viejo. Dentro estaba otro policía esperándolo.

–¡Por fin, llegaron! Gutiérrez, pensé que ya no venían–, bromeo, como si se hubieran citado en una bar a tomarse unas cervezas.

El interrogatorio estaba por empezar. El alma de aquella sala era un hervidero de monstruos parecidos a los peces de las profundidades abisales, lo único es que esos monstruos se atrevían a subir a la superficie, saltar e hincar sus dientes sin compasión. El interrogatorio fue avanzando, a cada segundo transcurrido iban emergiendo aquellos seres monstruosos de las profundidades abisales, a cada minuto transcurrido aquellos seres iban rodeando a Pedro, a cada hora transcurrida aquellos seres iban lacerando el cuerpo y el alma de Pedro.

–Mira Pedro, ¿estás tratando de que creamos que tú solito montaste lo del secuestro del general?… ¿Por qué será que toda esta gente que vemos día a día en estas celdas, cree que somos una banda de güevones, Gutiérrez? ¡Esto me tiene cansado, Pedro!–, y bajando la voz continúo: –y sabes lo que hago cuando estoy cansado de esta mierda… ¿tienes idea de lo que hago? ¡A qué sí lo sabes, vamos a qué sí!… pues me da por empezar a repartir coñazos y patadas… coñazos y patadas… y Gutiérrez, míralo–, se acercó al oído de Pedro y dijo: –parece que está muy tranquilo, pero por dentro está estallando de la arrechera… Gutiérrez no es como yo… cuando está cansado reparte patadas y coñazos, exactamente al contrario que yo… ¿entendiste Pedrito?

Él y Gutiérrez llevaban más que un par de horas de interrogatorio y no habían logrado que Pedro Córdova se saliera de su guión: Él había organizado todo lo del secuestro sin ningún cómplice. Era obvio que mentía.

–Sabemos que cuando secuestraron al general, al menos hubieron cuatro hombres, Pedro. Tenemos testigos que así lo corroboran. Vamos… ahórrate sufrimientos y empieza a decirnos sus nombres.

La mano abierta subió y bajó como un péndulo y se estrelló sobre el rostro de Pedro. El impulso hizo que la silla se balanceara y Pedro cayó al piso.

–¡Ese fue un strike, Gutiérrez! Apúntalo. Hoy estoy en forma. Vamos a ver cuántos strikes más hago el día de hoy… Pedrito, estamos empezando. ¿Cuántas horas llevas aquí; 5, 6 horas? Imagínate como quedarás cuando tengas un día. ¡Relájate y colabora, Pedro! Escucha la voz de la experiencia–.

Abrió la puerta de la sala. Un aire frío entró junto con los aullidos de dolor de otros detenidos.

–Escucha Pedro. Oye esos aullidos. Así vas a empezar a sonar tú, si no cooperas… Ahora, dime ¿quiénes te ayudaron a ejecutar el secuestro del general?

Aquella mañana, Andrés Córdova había llegado muy temprano a su despacho. Faltaban, al menos, una hora para que sus empleados fueran llegando. Preparó café y se sentó en su silla para empezar a revisar uno de los temas que lo tenía muy inquieto. Abrió una carpeta llena de papeles y entonces sonó el teléfono. Levantó el auricular:

–A la orden, dijo.

–Con el padre del doctor Pedro Córdova, por favor. ¡Es algo urgente!

–Yo mismo soy.

–Disculpe que lo llame así tan de improviso… pero se acaban de llevar detenido al doctor.

–¿Quién es usted?

–Disculpe, soy enfermera… trabajo con su hijo en el hospital Vargas. Prácticamente estábamos en el cambio de guardia, cuando un policía le preguntó su nombre, le puso unas esposas y se lo llevó detenido. Tratamos de averiguar adónde lo llevaban pero no nos dijeron nada.

–¡Muchas gracias por la información! Su llamada ha sido de mucha ayuda.

–Es lo menos que podía hacer. El doctor es tan buena gente. Seguro debe ser una equivocación. Aquí en el hospital estamos todos consternados.

–Quédense tranquilos. Ustedes no pueden hacer mucho más. La tengo que dejar, necesito hacer varias llamadas. Estoy seguro de que pronto sabré dónde está detenido mi hijo.

–Sí, claro. ¡Que todo salga bien!

Andrés Córdova colgó el teléfono y miró la carpeta que tenía entre sus manos. El tren empezó a moverse –pensó–. Espero conseguir una parada en donde todos podamos bajarnos sanos y salvos.

Levantó el auricular y marcó un número.

–¡Buenos días, señora. Yolanda!

–¡Buenos días, don Andrés! ¿Qué ha pasado para que usted llame tan temprano? Me imagino que querrá hablar con el señor presidente.

La señora Yolanda llevaba toda su vida en palacio. Había empezado desde muy joven a trabajar allí. Al principio como servicio. Poco a poco fue aprendiendo mecanografía y llegó a ocupar un puesto en el grupo secretarial. Al final, llegó al máximo puesto al que podría aspirar: ser la secretaria presidencial. Era tan buena en su trabajo, que había logrado superar todos los vaivenes y cambios presidenciales imprevistos.

–Déjeme ver si puede atenderlo. Hemos tenido unos días de locos con lo del secuestro de Peña Sandoval… no me extraña que esté muy ocupado y no pueda atenderlo.

–Pues, dígale que es precisamente del secuestro de lo que quiero hablar con él.

–¡Ah, usted siempre con sus sorpresas! Espere en línea, don Andrés. No se vaya a ir.

Pocos segundos habían pasado, pero para Andrés Córdova fueron como un siglo, cuando se oyó la voz de la señora Yolanda diciendo:

–El señor Presidente dice que si se trata de su hijo, él no puede hacer nada al respecto.

–Discúlpeme que sea tan insistente, señora Yolanda. Pero no solamente se trata de mi hijo. Tengo información muy detallada sobre ese secuestro… pero esa información la voy a compartir solamente con la autoridad más alta del país, es decir con el señor presidente. Dígale que si no es así, se va enterar de esa información por la prensa y alguna que otra llamada de algunos embajadores.

–¡Don Andrés, recuerde con quién va a hablar! ¿No quiere suavizar un poco el mensaje?

–No, señora Yolanda. ¡Muchas gracias por su consejo! ¡Pero lo que vaya a ocurrir, que ocurra!

–¡Muy bien! Espere en línea, de nuevo.

De nuevo pasaron pocos segundos, pero para Andrés Córdova fueron como otro siglo, cuando oyó una voz masculina del otro lado de la línea.

–Estimado don Andrés. Espero que lo que vaya a decir sobre el secuestro del general Peña Sandoval sea realmente importante. Hasta hoy, sabemos que su hijo Pedro participó. A esta hora, sus hijos Daniel y Rodrigo también están detenidos. Parece que parte de su familia está involucrada en el suceso.

–Así es, señor presidente. Parece que es así. Le informo que yo voy a ser el abogado defensor de ellos.

–Don Andrés, gracias por esa noticia pero para eso no era necesario que me llamara.

–Puede ser que mis hijos hayan participado en el secuestro. Fíjese que dije, puede, no que lo hubieran hecho y puedo desvelarle los motivos que pudieron tener para tomar esa acción.

–Ningún motivo es suficiente para secuestrar a un general de la república. Creo que en eso estaremos, de acuerdo.

–Y… menos para castrarlo.

–¡Ah, es decir que usted lo sabía! Pues creo que también lo va a tener que pagar.

–Señor presidente. Mi familia asumirá la cuota de culpa que le corresponda, pero no más que eso.

–¡Muy bien! ¿Eso es todo, don Andrés? Habló que tenía información muy interesante sobre el secuestro. Hasta ahora no ha dicho absolutamente nada. Lo único es que casi ha confesado que su familia fue el artífice y el brazo ejecutor del secuestro de Peña Sandoval.

–Señor presidente, esa información es muy extensa y, como comprenderá, no se la puedo decir por teléfono. Creo que es necesario reunirnos. Usted puede invitar a la reunión a quién crea conveniente.

–¡Ah, don Andrés! Usted sabe que para mí es muy fácil meter a toda su familia en la cárcel incluyéndolo a usted.

–Sin duda alguna que usted puede hacerlo, señor presidente. Pero en ese caso, la información que estoy dispuesto a compartir con usted, iría a la prensa y se distribuiría a embajadas y consulados.

–¿Y? Acaso la información que está en sus manos es tan mala para mi gobierno.

–Creo que sí, señor presidente. Y mucho más si le suma todos los problemas del país. De todos modos, usted piénselo, convérselo con sus asesores y ministros.

–Así lo haré, don Andrés… así lo haré.

Don Andrés colgó y miró la carpeta que tenía entre las manos. Esa carpeta podía ser la salvación de su familia. Sabía que en las próximas horas la policía política iba a allanar sus oficinas, su casa, la casa de sus hijos, parientes e incluso amigos y colegas. Sabía que solo encontrarían esa carpeta que tenía en sus manos, que era solo una copia. La información original estaba a muy buen recaudo y solo él sabía en dónde. De ser necesario, ese secreto se iría con él a la tumba.

Los tentáculos de la policía política cayeron como látigos sobre la familia Córdova Ramírez. Las requisas fueron de una violencia inusitada. Todos los rincones de las casas donde habitaba el clan fueron revisados, destruyeron muebles, decomisaron libros y carpetas. Andrés Córdoba, Rosarito y el resto de sus hijos soportaron los embates de aquel monstruo de mil cabezas y tentáculos.

Entretanto, otros monstruos se abatían inmisericordemente sobre Pedro, Rodrigo y Daniel tratando de quebrarlos mentalmente, pero ellos repetían siempre la misma historia.

–Entonces, lo que tenemos en limpio, después de tres días de interrogatorios es que los hermanos Córdoba Ramírez secuestraron y caparon al general Peña Sandoval.

–Así es señor ministro. Su versión siempre es igual: Rodrigo y Daniel lo secuestraron y Pedro lo capó.

–¿Me puede decir cómo Rodrigo Córdova y su hermano Daniel pudieron secuestrar a Peña Sandoval si los tenemos vigilados las 24 horas del día? ¿O es que hemos fallado en vigilarlos?

–¡Le aseguro que no, señor ministro! Ambos hombres son vigilados a sol y sombra.

–Lo que sí es cierto es que la familia está involucrada, por lo menos estos tres pájaros de vuelo bajo. Sigan con los interrogatorios, pero con cuidado. No se nos puede quedar frito ninguno de los tres.

Entretanto, las carpetas confiscadas en los allanamientos fueron revisadas una a una. Cuando el policía encargado de la revisión abrió la carpeta en cuyo lomo se leía E-PS y empezó a leer la primera página de la carpeta se dio cuenta que la información que contenía era de una naturaleza muy distinta a la del resto que había revisado anteriormente.

La primera hoja contenía información personal del general Peña Sandoval: Lugar y fecha de nacimiento, nombres de sus padres, escuelas y colegios donde estudió, el resumen de la carrera militar hasta su llegada a la comandancia general de la aviación.

Las siguientes páginas contenían casos de violaciones de niñas y mujeres que tenían un denominador común, su autor: Peña Sandoval. Había una historia de cuando cursaba el tercer año de bachillerato. El expediente se hacía muy abultado conforme Peña Sandoval iba ascendiendo en la carrera militar.

Aquel policía llamó a su superior, éste al ver de qué se trataba la información de la carpeta, llamó a su superior inmediato, y así sucesivamente, la carpeta fue pasando de mano en mano, hasta llegar al despacho del ministro del interior, quién a su vez, telefoneó al presidente.

–Señor presidente, en los allanamientos a los Córdoba se decomisaron varias carpetas de información. Se han ido revisando una a una hasta llegar a una carpeta que está en mis manos. Resumiendo, señor presidente. La carpeta contiene el prontuario de violaciones del general Peña Sandoval. La última chica que fue violada por el general, según la información de la carpeta es, ni más ni menos, que Victoria Córdova Ramírez.

–¿Esa no es la hija adolescente de Andrés Córdova?

–Efectivamente, señor presidente. Este caso de violación es el último y el que mejor está documentado, me imagino que por razones obvias. Eso no quiere decir, que los otros casos carezcan de un buen soporte.

Un silencio pesado desplegó sus alas en aquellos dos despachos: El presidente tratando de imaginar el alcance perjudicial que pudiera tener esa información en su gobierno y, el ministro, desde el otro lado de la línea, esperando no tener que decirle al presidente que esa información era una bomba para el gobierno.

–¿Usted, dice que esa información se encontró en la casa de los Córdova?

–Señor presidente, fue en el despacho de Andrés Córdova donde se encontró y decomisó la carpeta.

–Ya veo. ¿Usted cree que es información nos perjudica?

–Creo que sí, señor presidente. Si esta información llegase a los medios de comunicación mostraría que el gobierno ha promovido… a ascendido a un militar hasta el cargo de comandante general de la aviación sin importar el prontuario delictivo de éste. Señor presidente, he estado indagando, hasta donde pude, y dentro de las fuerzas armadas se sabía lo de las violaciones de Peña Sandoval… Antes de que se me olvide, señor presidente, la carpeta está conformada por puras copias. En algún lugar debe estar el original.

–Ya veo… ya veo… Véngase a mi despacho con la carpeta, quisiera darle un vistazo. Mientras tanto, yo voy llamando al ministro de defensa. Vamos a revisar la situación en conjunto para ver cuál decisión tomamos. Lo espero en media hora, ¿de acuerdo?

–Ahí estaré, señor presidente.