Ha ocurrido repentinamente. De forma inesperada y sin mediar el menor aviso previo. Como una brutal, dramática, descarnada y repentina toma de conciencia de la fragilidad del espejismo de independencia y libertad en el que creemos estar confortablemente instalados.

¡Pobres ilusos!

Las sombras de la caverna platónica no las proyecta hoy el fuego de las antorchas. Son fruto de la electricidad, ese flujo invisible que nos rodea y encadena, apresándonos más firmemente cuando se corta y desaparece… Extraña y sofisticada paradoja.

Hace frío y mi calefacción es eléctrica. Tengo hambre y mi cocina es eléctrica. Dispongo de comida pero está en mi eléctrico frigorífico. Podría calentar un café, pero el microondas es eléctrico. Mis medios de comunicación con el mundo exterior, teléfono y ordenador, son sólo objetos inanes sin electricidad… Quiero escapar y no funciona el ascensor ni se abre la puerta del garaje…

Me siento inerme e inmerso en uno de los ensayos de Saramago… o impuesto de la sabiduría de los tres monos del santuario Toshogu. Frío, ceguera y silencio. ¿Hasta cuándo…?

Al menos me quedan velas, mi pluma y papel en blanco… Puedo pensar y escribir esto.

[…]

¡Por fin!

Clamé: “Hágase la luz” y la luz se ha hecho. Vuelvo a ser… ¿libre?