Busqué un atisbo de esperanza, quizás para no perder el último resquicio de cordura. Porque al perder toda la ilusión se va la vida.

No podría encontrarla en los acantilados heridos por el mar. Ni en los océanos oscuros de corrientes inciertas. En las gaviotas de graznidos imposibles, aves entre la tierra y el agua, presagio de costas para navegantes exhaustos.

Tampoco se encontraba en los amarillentos campos de castilla, cuyo trigo eleva la espiga hacía el cielo azul, vestida con traje de oro, mecida por el aire, creciendo, madurando para convertirse en alimento.

Anduve por glaciares helados. Fría nieve, blanca pureza que nadie mancilla. Donde las estrellas se dejan ver con toda su magnificencia. Inhóspito hábitat para el ser humano. Para que nadie viole su mudo canto, su espeso hielo sus cumbres rotas. El espacio puro que lanza la tierra hacía el universo.

Naufragué en ciudades bulliciosas, donde el cielo se sustituye por montones de bombillas, las personas pierden la identidad y todas las risas suenan igual. El culto a los sentidos es su religión, el dinero su dios. Un dios menor de papel, esquivo, cruel y caprichoso, inventado por hombres y por ellos denostado.

En laberínticas calles perdí la percepción de la realidad veraz. Confundidos los sentidos por voces anónimas, reclamos fugaces de felicidades vanas. Tiempo de vértigo que anula el alma.

Anulado el ser en la prisión de asfalto, anclados los pies a un falso dorado y arrastrando las cadenas que había creado, me extravié adormeciendo las sensaciones.

Dejé escapar los sueños acampando en el sendero, porque el camino era largo y el esfuerzo baldío.

Pero una mañana desperté y vi el sol asomar por el horizonte. Los oídos ensordecidos por notas discordantes, percibieron el canto lejano de un pájaro libre.

Comencé a recordar y volvió a mí el olor a pan recién hecho, el murmullo del río en la montaña, el reloj de pared que marcó los días libres de mi infancia. Las olas acariciando la playa, los pies en la arena, el sol calentando los hombros cansados. La mirada clara de unos ojos nuevos.

Al igual que el ave fénix, me quemé en el fuego de mi propia ignorancia buscando espejismos de la felicidad deseada. Renací de las cenizas fortaleciendo el corazón y con el alma avivada.

Busqué en el viento, en una gota de agua, en la lluvia cristalina, en el chisporroteo de un leño ardiendo en la chimenea de piedra, en el silencio.

Busqué y encontré la ilusión perdida, la esperanza nueva.