HABLANDO CON MI ABUELO

“You were in my song”

 Paul McCartney – Here today

Mi abuelo Jorge…antes de seguir es preciso aclarar algo, deben saber que a mi abuelo no le gustaba que le dijeran abuelo. En su lugar le decíamos Papá Jorge o Papá Jorgito o Papá Jorgecito. Creo que lo mismo ocurría con mi abuela Maruja, pero no estoy seguro del todo.

Papá Jorge tuvo la profesión de contador y maestro hojalatero. Fue un hombre de gran humor, siempre con la sonrisa en sus labios, gastando bromasy contando chistes. Le gustaban las flores, en especial, las ilusiones y el azahar.

Jorge heredó, por decirlo de alguna forma, el taller de hojalatería de su suegro Prudencio. Ignoro si Jorge aprendió el oficio de la hojalatería por Prudencio o fue un autodidacta, lo cierto es que era él, el que cortaba la hojalata e iba dándole forma y, soldando aquí y soldando allá, fabricaba juguetes. Aquellas láminas metálicas salían transformadas en mesas, taburetes, sillas, butacas, pitos, baldes y un largo etcétera.

De su taller salían los juguetes con aquel color metálico poco atractivo. Entonces, éstos pasaban por la sección de pintura y decorado; en donde Nila, Jorge-hijo, Fausto y Alicia, quien era experta en dibujar y pintar paisajes, se encargaban de decorar cada juguete con la magia de los esmaltes, pincelotes y pincelitos. Solo después de esa etapa se consideraban que los juguetes estaban listos para la venta.

Dentro de los juguetes, se debe hacer mención aparte a los pitos. Jorge cortaba y moldeaba la hojalata de tal manera de construir la boquilla y el cilindro del pito pero sin sus tapas laterales. Para hacerlos sonar había que colocar los dedos pulgar e índice a cada lado del cilindro para, de esa forma, completar la caja de resonancia. Fausto y Jorge-hijo salían a venderlos en las calles aledañas al puesto de ventas de Encarna. Siempre los vendían todos y regresaban felices de tales incursiones al puesto de ventas.

Yo lo miraba en su taller, ubicado en el último nivel de su casa, cortando, modelando y soldando la hojalata mientras silbaba cual jilguero, mostrándole al mundo lo feliz que era. Sus ojos brillaban cuando tenía la hojalata en sus manos. De vez en cuando me miraba y me regalaba una gran sonrisa junto con uno que otro pito.

Era uno de esos sábados en los cuales me había despertado temprano y no quería seguir acostado en la cama. En casa todos dormían menos mi mamá que debía haber salido a comprar algunos alimentos. Me levanté, fui al baño y decidí subir a visitar a mis abuelos. Sabía que, por lo temprano que era, papá Jorge debía estar en su casa y no en el taller.

Con cuidado abrí la puerta de casa y, vestido con un saco grueso, pijama y medias subí hacia la casa de mis abuelos. Toqué la puerta. Mi abuelo la abrió y me preguntó:

–¿Qué haces tan temprano por aquí?

–Me desperté temprano y quise subir a visitarlos.

Esa es la ventaja de vivir en la misma casa de los abuelos. Decides ir a visitarlos y con unos pocos pasos les estás tocando a su puerta.

Papá Jorge me dijo que pasara pero que no hiciera mucho ruido.

–Tu abuela aún está durmiendo.

-Y usted ¿qué hace a esta hora despierto?

–Preparo el desayuno para tu abuela, Nila y yo.

Esa fue la primera sorpresa de aquel sábado: ¡Mi abuelo cocinaba!

Por aquel entonces, que un hombre cocine y le prepare el desayuno a su esposa era muy poco común. Por lo menos, nunca había visto a mi padre hacer algo así.

Mi abuelo me miró y dijo que los hombres podían cocinar y que tenía sus ventajas y, mientras me guiñaba un ojo siguió diciendo que el que hace y reparte, se queda con la mejor parte. Luego dibujó una sonrisa en su rostro que a mí me pareció muy luminosa.

Detrás de uno de los sillones de la sala, que estaba muy cerca de una ventana que daba a la calle, estaban varias pacas de periódicos que se notaban que eran muy viejos. Yo siempre había tenido la curiosidad de ojearlos y leerlos pero nunca me había atrevido a tomarlos. ¡Pues esa sería la oportunidad de hacerlo!

–Papá Jorgecito, ¿pudiera leer los periódicos que están detrás del sillón de la sala?

–Son periódicos muy viejos, pero si los quieres leer, tienes mi permiso. Eso sí, no los desordenes.

Me senté en el piso de madera y empecé a ojear los periódicos. Efectivamente eran muy viejos pero debían contener algunas noticias que mi abuelo debía atesorar y por eso los guardaba. Yo los trataba con sumo cuidado porque a veces parecían que se iban a romper de solo verlos.

Fue así que me enteré de varias noticias: la guerra civil española, la guerra del Chaco entre Bolivia y Paraguay, inventaron un plástico llamado nylon, había un campeonato de fútbol de Pichincha y otro de Guayas, la libertad de la India guiada por Gandhi, estalló una bomba llamada H, un tal Getulio Vargas es presidente de Brasil, Nelson Mandela es encarcelado, Pelé jugó su primer mundial de fútbol a los 17 años, la Liga de Quito consigue su primer título de fútbol, Galo Plaza es presidente del Ecuador, los sindicatos convocan un paro nacional y  Laika se convirtió en una estrella del cielo. Esas fueron solo algunas de las noticias atrasadas que me enteré aquel sábado de lectura intensiva.

Mientras tanto, Papá Jorge había desayunado y leído el periódico del día. Terminó sus labores en la cocina, vi como puso el desayuno de mi abuela en una bandeja y entró a servírselo en la cama. Esa fue otra sorpresa ¡Mi abuelo, a más de cocinar, le servía el desayuno a mi abuela en su cama!

Al rato salió de la habitación, fue a la sala y se sentó en el sofá. Yo le dije que con los periódicos me había enterado de muchas cosas. Papá Jorge me miró y me dijo que le contara de qué me había enterado. Yo le mencioné algunas y empecé a preguntarle sobre otras.

–Papá Jorgecito, ¿por qué ese señor Gandhi se viste así?

–Porque así se viste la gente de la India. Es como la ropa que usan nuestros indios.

–Deben tener mucho frío todo el tiempo, entonces. Aquí los indios usan ponchos y sacos de lana.

Mi abuelo me miró y me dijo que en la India todos los días hacía calor y, por eso, la gente se podía vestir así como Gandhi.

–Hay países en donde solo hace calor, en otros solo hace frío y los hay que; en unos días, hace calor y en otros, hace frío. La gente se viste de acuerdo al clima de donde vive.

Yo oía maravillado las respuestas de mi abuelo. Lo cual me motivo a seguir preguntando.

–¿Y por qué a Mandela lo metieron preso?

–Es una historia larga, hijo… hay países en donde a la gente que tiene la piel de color negra la tratan mal y le prohíben vivir normalmente o entrar a cualquier sitio. Solo pueden moverse y vivir dentro de los límites fijados por el gobierno. Mandela lucha para que eso no sea así.

–¿Esa gente de piel negra es como la que vive en Esmeraldas?

–¡Así es. Hay muchos esmeraldeños de piel negra!

–¡Me gusta ese señor Mandela, papá Jorgecito! ¿Y que es un sindicato?

–Es un grupo de trabajadores que se reúnen para luchar por mejoras laborales: que les paguen más o puedan descansar más días o que solo se trabaje ocho horas por día.

–¿Y ocho horas no es muy poquito?

–A tu edad, tu trabajo es ir a la escuela ¿A ti te gustaría estar allí 12 o 14 horas?

–¡No, eso es mucho Papá Jorgecito! ¿Cuándo jugaría o comería?

–Lo mismo es con los trabajadores. Hay horas para trabajar y para descansar. Debe haber un equilibrio.

–¿Equilibrio? ¿Cómo ese señor del circo que va en la cuerda floja y se mueve de un lado a otro para no caerse?

–¡Exacto! Mejor ejemplo, imposible ¿Alguna otra pregunta, Hernancito?

–Leí que antes había varios campeonatos de fútbol que se jugaban a la vez ¿es verdad?

–Así es. Recién en 1957 se unieron y desde allí hay un solo campeón de todo el país.

–¡La última, papá Jorgecito… la última!… ¿Es cierto que Laika se quedó en el espacio y no podrá regresar a la Tierra?

–Es cierto. No pudo regresar y se quedó en el espacio. Es posible que alguna de las estrellas que vemos por la noche sea ella dando vueltas a nuestro alrededor.

–Espero que los astronautas que llegaron a la luna la hayan visto y le hayan dado de comer.

Mi abuelo se rió mucho con esto. No entendí por qué, pero lo cierto es que estaba maravillado por todo lo que sabía y con los ojos muy abiertos dije:

–¡Papá Jorgecito, usted sabe mucho!

Mi abuelo, mucho más risueño de lo normal, extendió sus brazos hacia mí y me estrechó contra su pecho.

Aquí y ahora, en esta habitación en donde recuerdo y escribo, siento un olor dulzón que invade el aire que respiro. ¡Huele a azahar, huele a ilusiones! Desde el más allá, mi tía Nila me susurra al oído que Papá Jorge está aquí, a mi lado.