Octubre huele a lluvia. ¡Lluvia de otoño!
Esa finísima que besa con dulzura la tierra a cada gota,
tan suave y ligera, casi evanescente.
La que cae con la fuerza comedida y justa
poco a poco, de forma cabal.
El fuerte chaparrón, la vigorosa tempestad
que lo barre todo en cuestión de minutos
y provoca un gran cataclismo.

A mí en otoño también me llueve por dentro.
Toda esa lluvia interior me limpia, me purifica,
me ayuda a echar lastres
y me prepara para una nueva primavera interior,
en un ciclo sin fin que no acaba sino con la muerte.