Salgo de la ducha mojada. Camino despacio y entro en tu espacio. Sin hacer ruido, sin tocar el suelo, conteniendo la respiración y el aliento. De puntillas, por casa. Por si las moscas. Tú, de espaldas a la puerta, sentado, inmóvil, no te percatas de mi presencia, tan absorto en tus tareas. Las importantes, las de hombres, ya se sabe. Las que no tienen demora ni excusa. Las que a veces solo me insinúas por si quedo en evidencia. Mi niño, si tú supieras… Y sigilosa me acerco. No te enteras. Parece mentira: tan tonto y tan cuerdo. Y me acerco más. Y te soplo. Y te beso en ese puntito de tu nuca, ese tan chiquito dónde empieza la raíz de tu pelo… O donde acaba, no recuerdo… Un beso sonoro y crujiente, de los que llegan al cielo. Y saltas en la silla. Te asustas, te erizas, te giras, me miras. ¡Huy! ¡qué miedo! Tu mirada me penetra de puro enfado. Te desperté, te traje de ese mundo lejano donde habitas de vez en cuando. Te sonrío. Te hago un mohín de “lo siento” con mi pizca de niña pequeña y te ofrezco un abrazo. Y un beso. Me los niegas. Me ofrezco. Huelo a mandarina y a fresa. Limpia y fresca, morena. La bata resbala por mis hombros mientras el cordón se suelta. Me la acicalo, la subo de nuevo y dejo que se abra. Mi cuerpo desnudo te llama. El cordón en el suelo y mi bata medio puesta. Sabes que siempre me gusta un poquito de ropa rozando mi piel. Como un bebé al nacer. Me miras, cierras los ojos, suspiras… Veo como creces. Te toco, lo toco por debajo de tu ropa. Latigueas, te endureces. Unto mi boca con la yema de tus dedos, los chupo, me encanta este caramelo. Me arrimas a ti y me sujetas. Me coges los pechos, es la hora de la cena. Me gusta nutrirte porque tú me alimentas. No cejas. Te quito la camiseta. Entera. Estás acalorado. Tú no necesitas ninguna prenda que te roce, te basta mi mero contacto. Me encanta mirarte, con ese colorcito en tu mejillas pareces un niño chico. Colorado y excitado. ¡Qué poquito te ha durado el enfado! Me levantas y me giras, me pones de espaldas. Me sujetas las caderas, la bata te molesta, me la arrancas con fuerza. Me sientas sobre tu regazo, me entras. Con cada latido me estremeces, me ciegas. Me recuesto sobre ti, mi espalda masajea tu pecho. Apoyo mi cabeza en tu hombro izquierdo y mi lengua recorre tu cuello. Las gotitas de tu cara se deslizan, las bebo. Te creces dentro. Me cierro y te paro, te dejo quieto. Me apropio de ti, te tengo. Me gusta hacerte esto. Eres mío y no te suelto. Sí te suelto, quiero que seas libre para que me sigas queriendo. Me golpeas más y más, mis paredes se expanden con cada movimiento. Eres mi manjar. Tú sigues avanzando, inasequible al desaliento. Tú quieres tu premio. Me sujeto en tus piernas, potentes y tensas. Quisiera apretarlas entre las mías pero ya no puedo, no tengo fuerza. Me quiebro. Me rindo ante este deseo. Te envaras más y más y siento hasta dónde llegas Te degusto con ansia. Me abrazas por la cintura, me dejas quieta, a tu merced, subyugada. Me amas. Siento como corres por mis venas y por mis palabras. Te quejas largo y hondo. Te celebro. Te recuperas y te quedas dentro, poco a poco saliendo en retirada. Te fascinas de mis jadeos, de la erupción de mi piel, de la tensión de mi cuerpo. Me viene, ya llego. Me abrazas y me recojo. Y me das besos chiquitos. Sin sonrojo. Me encojo y acomodo sobre tu pecho. Tengo frío, recoges mi bata y me arropas. Lánguida, sobre tu cuerpo me duermo. ¿Verdad que ya no te molesto?