La menor de cuatro hermanos, esa es Julieta, independiente, moderna para la época que le toca vivir. Donde la mujer no tiene ni voz ni voto. Cuántos problemas le trae esta situación con el fuerte carácter que ella tiene. Aquella tarde del mes de mayo los rayos del sol entran por el ventanal de la sala donde su madre hace unos arreglos. En la mesa camilla luce un jarrón de flores silvestres, traído del campo por uno de sus hermanos. Los sillones de orejas lucen los pañitos de croché recién almidonados; herencia de la bisabuela. A las seis de la tarde un padre orgulloso le ofrece su brazo y la acompaña a la sala, como si de un trofeo de caza se tratara. Allí espera un muchacho de mirada inquieta, entre las manos una gorra, a la que no para de dar vueltas. ¿Parece nervioso? –piensa Julieta. Se hicieron las presentaciones y sin mirarse a los ojos el saludo es frío. Cuando la luna se viste con su velo negro, Julieta no da crédito a lo que su familia le propone. ¡Ellos saben que su corazón está preso en el de Manuel! En sus besos, aunque él ya pertenezca a otra mujer. En el silencio de la madrugada, sin testigos, vuelven de nuevo las lágrimas. Y es entonces cuando el sueño la arrulla entre sus brazos. A la mañana siguiente, el olor a café que emanaba de la cafetera que está en la cocina, junto con las voces de sus hermanos y la de sus padres, Julieta sabe que es el momento. Buenos días familia– es la manera de entrar en la cocina que ella tiene cada mañana. Su padre le contesta como siempre, ¡buenos días hija!–. Sus hermanos con las bocas llenas de pan tostado hacen un ademán como saludo. La mesa es rectangular, donde siete tazas de porcelana, llenas de café humeante, reposan sobre un mantel blanco recién planchado. Julieta con una rebanada de pan entre sus manos, alza la voz. Padre!, no me casaré nunca con alguien al que no ame! Sus hermanos por poco se atragantan, todos quieren hablar a la vez, para tacharla de loca, porque el susodicho es un buen partido, gerente de una importante empresa textil de la comarca. Su madre alza de nuevo la cafetera media de café, pone el líquido humeante de nuevo, y mirando a su marido, zanjan la conversación.

Por Francisca Morato Oliva

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