Me sacude por dentro, es una fuerza casi que incontrolable, aunque no desconocida. La he sentido antes, me tienta al riesgo por encima de cualquier cosa, hasta de la razón. Me induce a lo imposible, a lo indebido, aún al tanto de las consecuencias. Lo sé; debo luchar contra ella una y otra vez; es lo que corresponde. Mi condena es padecerla, confrontarla y, así como antes, vencerla. ¿Vencerla?, la sensatez no cesa de demostrarme que nunca he triunfado; las brasas siguen ardiendo, la redención no existe. Es una guerra casi que inconsciente, donde creo ganar batallas; busco convencerme de aquello; siendo evidente como única certidumbre, el que no hay señal alguna de armisticio. Nuevamente una parte de mí, tal vez del mundo, sucumbirá.

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