Me decidí a las dos semanas de haber finalizado el periodo de felicidad postiza y orgía derrochadora que habían sido las Navidades de 2019. Ante la imposibilidad de hablar con él por teléfono y la ausencia de las noticias que me había prometido a la mayor brevedad, no me quedó otra que presentarme en su despacho, situado en el piso la planta dieciséis de un moderno rascacielos que recordaba a una descomunal pieza de dominó. La secretaria me garantizó que su jefe me recibiría aunque tenía una mañana bastante ajetreada. Se acercaba el día D y tenía que coordinar todos los pasos que implican la creación de un catálogo editorial que en su caso resultaba ser de referencia en el sector. Me sonó a excusa y a pesar de querer disimular el bufido, el flequillo me traicionó. Ella me reprobó borrando su estudiada sonrisa y me sentenció a tomar asiento en una de las sillas de visita.
Me arme de toda la paciencia de la que fui capaz y aproveché mi espera para sacar el pequeño cuaderno rojo que siempre me acompaña desde que me animé a dar rienda suelta a esto de escribir. En cualquier momento podía recibir la visita de alguna musa distraída y debía estar preparada. Algunas ideas me invadieron la mente y anoté una suerte de palabras e ideas que podría usar más adelante en cualquiera de mis relatos. Debí garabatear un par de hojas cuando fui llamada a su audiencia. Detrás de la mesa invadida de papeles, Simón Rodríguez se embebía e intentaba abrocharse en vano el botón de una chaqueta varias tallas inferiores mientras me alargaba la mano.
— ¡Rosa! Precisamente hoy tenía pensado llamarte—la mentira debía de ser el vademécum de aquella empresa—. Pero, pasa, pasa, siéntate—me indicó.
—¿Lo has leído?— Interrogué directa.
—Sí, sí. De hecho lo tengo aquí encima—respondió rebuscando por entre aquellas columnas de manuscritos de otros junta letras tan expectantes con sus obras como yo misma—. Aquí lo tengo ¿qué te he dicho?
Rodríguez extrajo de uno de los pilares el texto que le había enviado y del que no había recibido otra respuesta más allá de que la historia tenía potencial. Pero después, durante medio año, no había sabido del curso que seguía mi novela para llegar a mis potenciales lectores.
—¿Y bien?
—Bueno, eh… Rosa, verás la historia tiene buena trama y está bien construida…
—¿Pero…?—agucé ante su empecinamiento en seguir dando rodeos después de tenerme tanto tiempo en ascuas.
—Rosa, te lo digo de corazón. El género está demasiado manido. Si hubieran sido zombis o vampiros, lo vería más comercial. Lo siento, pero si alguna administración pública o privada no lo financia, no lo puedo publicar—anunció mientras me arrojaba sin miramiento el fruto de más de dos años de trabajo—. Podrías buscar financiación en alguna industria farmacéutica que son solventes—espetó riéndose de su propia gracia—. Aunque tengo serias dudas de que pueda interesarles la increíble historia de una pandemia a nivel mundial. Sin embargo, el hecho de que la humanidad les suplique un tratamiento efectivo o una vacuna definitiva les podría representar un buen lavado de cara ante los medios, después de todas las polémicas en que se han visto envueltas.
—Bueno, siempre puedo auto publicar en alguna plataforma internacional—dije yo para consolarme ante aquella contrariedad y por haber perdido mi tiempo.
—Mujer, si piensas en auto publicar, yo puedo hacerte un buen precio—añadió abriendo desmesuradamente sus ojos, mientras la sisa de su americana se rasgaba sonoramente, harta ya de aguantar tanta tensión.