Nada más poner un pie en casa, comenzó en mí la desesperación. No podía creer que todo había terminado ya, y hasta el año que viene no tendría la oportunidad de volver a disfrutar de aquel joven. Nadie sabe mi vicio o mi entretenimiento, o tal vez desde ahora lo llame terapia, quién sabe lo que haré. Procurar que no se me note será un gran reto, termino siempre igual, con las manos pegadas a mi cuerpo, acariciando allá donde sé que me gusta. Pero Carlo ha dejado una huella enorme en mí. Tanto me ha marcado ese chico, que no dejo de pensar en él y en esos días de ensueño en Ibiza. Sus ojos, su boca, su piel me dejaron prendida del éxtasis, haciendo el calor lo propio y provocando que subiese en mí la temperatura.

Rosa no dejaba de recordar, desde que aterrizó en Madrid y nada más pudo encender el móvil, el primer contacto que buscó fue el suyo, aquella dependencia no era normal, pensando en cada momento, en el bello y experto amante que le resultaba el galán.
Allí estaba sentada en el sofá, tirada como un trapo, con el calor típico de aquellos días de tormenta de verano. Pensando en él y en las vacaciones, en sus caricias, en sus besos…

Ella pensaba que no iba a poder apartarlo de su mente, que ya nada ni nadie podría calmar sus ansias. Debía de pensar, se dijo, qué únicamente fue un afer sin importancia, que no debía de obsesionarse. En ese instante su mano derecha palpaba su seno izquierdo y su otra mano se abría paso entre sus muslos, acariciando con una delicadeza máxima aquella parte de su cuerpo falta de amparo amoroso en aquel momento.

Sintió pasos y sobresaltada intentó darse la vuelta para ver, pero en segundos la agarraron del pelo e hicieron que su nuca quedase reposada en el cabezal del sillón…

-¡¿Así, te gusta?!
-Sí, pero más fuerte

Pregunta y respuesta fueron silenciadas por sus besos, sus caricias no tenían fin y el roce de sus cuerpos les llevaba a sentir un placer sin límites. Aquellos juegos eróticos habían ocurrido muchas veces, Carlo entraba a sabiendas de Rosa en casa, violando su intimidad, mientras ella jugaba con su cuerpo. Él le robaba el protagonismo a sus manos, cargado de envidia irrumpía en casa y con el consentimiento de ella la violaba o mejor dicho, Rosa se dejaba amar de manera violenta.
Ya habían tenido sus vacaciones, ahora tocaba volver a la rutina y para ello los dos necesitaban esa complicidad que hacía que su amor no se estancase en la monotonía.

Así pues y sin mediar palabra, sus cuerpos fingieron no conocerse y a la par iban descubriendo nuevas sensaciones y nuevos placeres que les ofrecía aquel juego erótico.
Su piel lucía desnuda, aún rojiza por aquellas caricias en ocasiones dolorosas, y ahora a pesar del calor Carlo, colocó un cojín tapando su miembro, echando la tela protectora del sillón sobre Rosa, que no dejaba de acariciarse.
Debería de estarse quieta, pensaba él, mientras ella cuando vio su acción le preguntó, obteniendo una inminente respuesta…

-¿Qué no quieres jugar ya?
-¿Qué quieres el desempate?

Y volviendo el acero a su vaina y nunca mejor dicho, volverían a comenzar su particular terapia de pareja.

Deli