«Sapi». Desde que era pequeño, las mujeres por lo general han tenido una manera sutil de decir que soy un tío triste. Por ejemplo, Ana me dijo aquella vez debajo de las farolas en pleno invierno a una temperatura bajo cero y en plena noche lo siguiente: «No puedo estar contigo porque eres demasiado triste». Joder y qué sabe uno de la tristeza con dieciséis años. El caso es que nunca me lo habían dicho en otro idioma, pero duele igual. También duele en japonés.

Unicorn Baby, por llamarla de alguna manera. No me acuerdo de cómo se llama. Fue el asunto de «lo de la chica japonesa», lo describió de la siguiente manera (espero que sepáis perdonar mi falta de rigor, esta conversación ocurrió en una mezcla de inglés pensado para interacciones básicas de folleteo, español y un par de Mai Tais que se había trincado mi acompañante. Yo no bebo, soy así de triste) me acerqué lo máximo que pude en los sofás esos incomodísimos de Nubel para sugerir un beso. Comenzó a reírse. Se apartó. «Sapi». Otra sonrisa incómoda. Humillación. «Sapi».

No entendí una mierda de qué cojones me quería decir en aquel momento. Pero, os puedo asegurar que pude deducir dos cosas en aquella sonrisa tibia. La primera, que una vez más no iba a anotarme ese tanto. La segunda, me habían vuelto a pillar. Esta vez no había farolas, ni un frío del carajo y, desde luego, ahora tenía veinticinco.

«Sapi». Y una mueca entre alegre y adormecida. «丧». Más humillación. Una retirada a tiempo habría sido más inteligente, pero claro, mi lucidez no se caracteriza por una amplia y distinguida inteligencia emocional. «¿Sapi?», dije con una cara un tanto desencajada y con los labios aún doblados. «Sapi» afirmó la muy hija de puta con la tranquilidad zen característica de su cultura.

Hay una especie de tristeza invisible a los ojos pero palpable en el corazón. La expresión, el gesto, la caricia previa al baboseo. Es como si lloviera plomo en forma de un ruido sordo e incompleto. Un juicio tan oriental no podía ser menos poético en la forma de rechazar un polvo sucio y rápido en un lavabo ocasional. «Sapi» es parecido a una fiebre que se transmite a través de las personas. Una enfermedad. Una especie de Sida psíquico que envenena las mentes de las personas que comparten esa conexión.
Aquel unicornio del otro lado de donde cae el Sol supo calarme antes de que le pasara la infección.

Cosas que pasan supongo, o eso escucho siempre. Alguien se limita a escuchar pacientemente, preparar el diagnóstico y a ser escueto y asertivo en sus palabras a la hora de delimitar un juicio de valor acertado y ambiguo. «Sapi».