Las suaves notas de un violín despertaron a Diana. Desperezándose lentamente, se acercó a la ventana y descorrió las cortinas. El sol recién nacido, proyectaba sus rayos sobre el lago del que empezaban a ascender volutas de niebla. Hoy sería un día especial.

Se vistió una bata, y bajó al comedor. El desayuno estaba preparado y Diana fue a buscar a su tío, sabía dónde encontrarle. Abrió las puertas correderas que daban a la terraza y el sonido de la música se hizo más intenso. Sentado en su silla de ruedas, Paul escuchaba en el gramófono, uno de sus discos preferidos. Había sido un gran músico, reconocido y aplaudido en los  escenarios más prestigiosos de Europa. Cuando la artrosis deformó sus dedos impidiéndole manejar el violín con soltura, se pasaba las horas escuchando grabaciones de sus melodías en aquel artefacto moderno que le transportaba a los momentos más emotivos de sus conciertos y a su juventud. De esta forma, los días transcurrían para él amablemente tranquilos y sosegados soportando la enfermedad que había acabado por invadir todo su cuerpo.

Diana se acercó por detrás, y apoyando la mejilla en la cabeza de su tío le dio los buenos días. Él apenas contestó. Tenía la vista puesta en el lago mirando las formas que la niebla iba formando. Decía que eran fantasmas, que se podían ver rostros de mujeres hermosas, de niños con los brazos extendidos, de hombres con facciones graves… Es la guerra, esa guerra que está matando a tanta gente…

La mujer empujó la silla hacia el comedor y le acercó a la mesa. Paul seguía murmurando entre dientes….

Tío- dijo Diana- Hace ya tiempo que la guerra terminó