ÉL llevaba rato esperando, había llegado pronto. Eligió uno de los bancos de la plaza el que mas próximo se encontraba a la cafetería, en donde tantas veces habían desayunado. sabia que era la última vez que la vería, solo quería entregarle la película que le había prometido y que jamás habían logrado ver juntos.

Sumergido en sus propios pensamientos, no advirtió que a unos pocos metros de él, un hombre de traje negro y gafas oscuras lo observaba. cruzado de piernas y sacudiendo un papel que tenia en su mano, como quien sacude el aburrimiento. El tiempo que fiel a su puntualidad, jamás llegaba tarde a ningún sitio, dejaba caer al suelo los minutos que él no recogía. Algunas nubes se negaban a marchar, acomodándose en un cielo que sostenía un sol adormilado. Pero él solo podía pensar, en el momento que venia de camino, la despedida, sentado en el anden de su propia estación.

En esos ojos que durante tiempo, le regalaban la mirada que tenia la facilidad de sumergirlo, en un estado del que no hubiera querido salir nunca, en los besos que quedaron en el felpudo de la entrada la ultima vez que la había visto, en las charlas que enmudecieron reclutándose en algún rincón del dolor, en los infinitos sitios que jamás conocieron, en los aviones que marcharon sin ellos, en las caricias que escondieron en el bolsillo del pantalón, y en las interminables noches que se dibujan detrás del cristal. Arrojó el cigarrillo que se consumía en sus dedos, como lo hacían los momentos que jamás volverían.

Las risas de una pareja que se adentraba en la plaza, lo devolvieron a la realidad. Ella le susurraba algo al oído, y él la levantaba al vuelo para besarle y luego devolverla a la tierra. Miró a la portería vacía, y miró el parque, el mismo en el que tiempo atrás, ellos también habían reído y se habían besado. Él sabía que si se concentraba o cerraba los ojos, podía ser capaz, de encontrar los besos que se repartieron entre los árboles, las risas que siguieron el polen sacado de las flores, las caricias que se cayeron en los bancos y hasta el deseo que se enamoró del viento. pero no quería recordar mas, le hacía demasiado daño, su historia había llegado al final. el telón comenzaba a caer, sobre el escenario de su vida. A unos cuantos segundos de él, el desconocido, el espectador, el observador, miró su reloj con parsimonia y luego apartó una hoja que se había extraviado de su árbol, para caer sobre su pierna. Ni siquiera lo había visto de las veces que había recorrido con su mirada cada rincón del parque, buscando la sonrisa de ella, aquella misma sonrisa que ya no le pertenecía. Acarició el pequeño paquete envuelto, que contenía la película, la que indicaba “la regla del juego”. Y pensó que le hubiera gustado verla con ella, descifrar la infinidad de muecas que se formaban en su rostro cada vez que se sumergía en alguna peli, y no pudo reprimir la sonrisa que se dibujó en su rostro, al recordar las veces que sus manos inquietas, se lanzaban a recorrer ese cuerpo que lo llevaba a la perdición total separando la, a ella de la historia que se desarrollaba detrás de la pantalla. Entonces inevitablemente las voces de los protagonistas seguían con su guion, mientras ellos ya recorrían cada rincón de la pasión. Y sus ojos se humedecieron, se apresuró a sacarlos y a acomodarse en el banco. La puerta se abrió.

Tuvo que contener los latidos que salían apresurados en busca de su dueña, tomó aire y se incorporó. Ella se acercaba a paso lento, siguiendo su mirada que se le había escapado para ir al encuentro de esos ojos, que tanto había amado. Cuando estuvieron los dos apenas a unos latidos el uno del otro, ambos recobraron sus miradas, que embriagada los había abandonado. Se saludaron como dos amigos, ella volvió a depositar en él, la fuerza de los bosques que llevaba en su mirada, y él no pudo evitar enmudecer sus palabras. Durante unos minutos que le robaron al tiempo, ambos disfrutaron de una compañía silenciosa.

El extraño hombre que seguía atentamente cada movimiento de la pareja, se incorporó y apretó fuertemente el papel que aun seguía en su mano.

Esto es para ti, te lo había prometido.-suspiró él, sin separar su mirada de ella. Pero ella ya había bajado su vista, que se perdía en cualquier cosa, menos en él. Abrazada a si misma, volvió a mirarlo.

No la veré sin ti, esa fue siempre mi propia promesa.- contestó con la voz quebrada, y con los nervios se le cayeron el racimo de llaves que tenia en las manos. Ambos se agacharon al mismo tiempo a recogerlas.

El hombre dibujó una sonrisa de lado, y sacudió el papel.

El universo se encogió, dejándolos tan cerca que casi podían sentir la respiración del otro, ella sonrió y él contuvo el beso que aun guardaba.

-Te he echado muchísimo de menos. -dijo finalmente, incapaz de sostener las palabras que se le escaparon de sus labios.

Ella dejó caer las primeras lágrimas, que morían en la comisura de los labios. y él la abrazó para no soltarla jamás. no recordaron que minutos antes, pensaban que el final estaba escrito, que el amor se había terminado, que su tiempo juntos había caducado, ni siquiera recordaron que habían estado separados.

El hombre de negro arrojó el papel echo un ovillo. Una fuerte brisa se levantó arrastrándolo a través del parque fue sacudido contra el tronco de un árbol, volvió a ser levantado y empujado hasta que cayó en un pequeño charco de agua sucia, las letras se despegaban para sumergirse convirtiéndose en cadáveres ahogados. El pequeño trozo de papel yacía flotando, sacudido por las minúsculas olas que la respiración de viento provocaba.

La nota rezaba “final de la historia. Firmado, Destino”