¡No busco excusas! ¡Sé que no debo hacerlo! Pero hoy el día es más que duro, es ¡tremendo!
Las fotocopiadoras producen fogonazos casi al mismo ritmo que aturden el sonido de los teléfonos. Los papeles se acumulan en mi mesa sin saber a cual atacar. Cualquier pequeño favor que pido genera miradas de odio en los ojos enrojecidos de mis compañeros. Parece que se ha instalado la angustia y la rabia en toda la empresa al llegar el final de mes.
¡Qué gran momento para desaparecer!

Salgo tropezando con algunos de los gestores que, tras mirarme, casi braman a mi paso. Intuyo que suelen hablar a hurtadillas de mi, pero en este momento me da igual.
Apresuradamente, me escondo en nuestro rincón. Y tras atrancar la puerta, cierro los ojos buscando un poco de paz.
¡Por fin! ¡El silencio!
En la oscuridad te recuerdo. Suave y a la vez hiriente. Cálida.
El sonido tintineante que produces al moverte de forma sinuosa me embelesa. Y me pierde.
Y esa luminosidad ambarina que te rodea…

Percibo que estás aquí. Casi te puedo oler.
¡Sé que no debo hacerlo!
Tengo familia, trabajo, una vida…, ¡puedo perderlo todo!
Mañana me arrepentiré, lo reconozco, pero hoy no quiero pensar.
Y te busco con ansiedad.
¡Preciso la fuerza que me das!
¡Exijo la paz que me trasmites!
¡Necesito ese momento que es únicamente nuestro!
Y acabo contigo, de forma lenta y pausada, trago a trago…