Me había costado mucho llegar hasta aquí, aunque no sé notara por la resistencia de mi voluntad por dentro estaba famélico y mi espíritu estaba tan desgastado, que apenas me reconocía. Pero había llegado al fin, aquello por lo que tanto había invertido, aquello por lo que lo había invertido todo, mi felicidad, mi bienestar, mi vida. Todo me lo había jugado a hacer lo que sentía, esa rabia creciente contra todo y sobre todo contra mí por fin había llegado el momento de dejarla salir.

El espejo del luchador estaba allí. Al mirar al espejo fijamente, este te inducía a un estado mental donde luchabas contra ti mismo o con aquel o aquello que tuvieras en mente. Un método que habían usado tantos para potenciarse y dominarse, lo iba a usar para aniquilarme. A cuanto ruborizaría o me odiarían por este hecho, pero aun así dudo que pudiesen agravar mi estado; mi dolorosa desesperación y mi tristeza infinita eran complicados de empeorar.

Por fin se terminó de activar el sagrado espejo y mi oponente surgió, un ser de ira pura que me destrozaría quizá tanto como yo deseaba. Mi pecho se encendió y mi ira usó de combustible, o quizá era mi enemigo que se alzaba ante mí el que hacía funcionar con tanta energía mi motor. De todas formas avancé hacia él, y no pude evitar ver como lloraba, me recordó tanto a mí, lloraba tan parecido a mí, miraba tan parecido a mí, se odiaba tanto como me odiaba yo.