De vez en cuando, le veía pasear por la orilla del río. Juntos de la mano, en silencio, las más de las veces, en perfecta comunión. Haciendo el tonto él, de vez en cuando, atrapando la atención de ella y obteniendo una sonrisa cómplice como premio también de ella, como busca un niño pequeño la aprobación de la madre. Ella mostraba paciencia y sonreía otra vez…Y hasta parecía divertirse. Juan no podía evitar sentir envidia y resquemor hacia aquella estampa. Se había enamorado de una desconocida. Un amor platónico…Una mentira…Una ilusión imposible…¡Un tormento…! Su alta figura, esbelta, sus caderas no eran demasiado pronunciadas, tampoco las precisaba para ser perfecta. Su infinita cabellera, de color negro, largo, sin mida, ondulado ligeramente. Pero sobre todo, sus ojos, inmensos cuales agujeros negros por donde se te cuela la vida entera para no recuperarla jamás…Sardónicos como su sonrisa y a la vez, agradecidos como una hoguera en mitad de un frío bosque invernal.