En un paraje verde lleno de vida después de las lluvias, estaba Mercé, paseaba con su cesta colgada del brazo, recogiendo aquellas setas que nacían escondidas. Anduvo unos metros encontrando algo que no tenía explicación. Una gran llanura se abría delante de ella pero, en el centro un gran socavón deslucía el paisaje, escuchaba un silbido extraño y aquel ambiente frío no era el de siempre. Aún con el sol fuera sus manos y su rostro se helaban por momentos. Sé acerco recelosa a la circunferencia que humeaba una niebla grisácea, preguntándose en todo momento ¿Qué diablos era aquello? Al momento se dio cuenta de que aquel humo era una especie de gas que le irritaba los ojos. Asustada se retiró de allí y sentada debajo de un árbol, seguía preguntándose. Volvió a escuchar aquel sonido, nunca antes había oído algo similar, estaba clavado en sus sienes, quería que cesase pero, persistía. Sujetándose la cabeza con las dos manos y tapando sus oídos a la vez, Mercé se acurrucó en el suelo, viendo uno de aquellos hongos justo delante de su nariz. Algo le pedía que cambiase de postura y destapando sus orejas recogiese, aunque distinto, uno de aquellos boletus que había ido a buscar. En el momento que introdujo la extraña seta en el canasto, el irritante zumbido deja de sonar y ya con actitud tranquila, Mercé regresó a casa con su diferente hallazgo, respecto al de otras veces.
¡Parecía que respiraba! Con dos dedos cogió a la pequeña seta y la dejó reposando en un plato, sin poder apartar la mirada de ella, Mercé sabía que su color le advertía, que no debía comerla. Sin embargo, no obedeció a sus conocimientos sobre aquellos hongos que recogía a menudo, y solamente con un golpe de calor en agua hirviendo, la cocinó. La engullo de un bocado por su pequeño tamaño, estaba deliciosa, Mercé la saboreo al máximo, sin pensar jamás las consecuencias que aquel macabro “bocatto di cardinale” le causaría…
Tan solo habían pasado unos minutos y la joven se retorcía de dolor, sus ojos se convirtieron en dos masas hinchadas que destilaban lagrimas sanguinolentas, un hedor fétido salía de su boca, el cual le provocaba unas insistentes ansias de vomitar. Sin poder tenerse de pie Mercé cayó desplomada en el suelo, presa de las alucinaciones que a causa del envenenamiento veía a su alrededor extraños seres que la acosaban estirando de ella. Su cuerpo convulsionaba cada vez que la arcada se producía, una y otra vez sentía como desde su interior en cada esfuerzo algo intentaba salir. Intento levantarse apoyándose en una silla para entonces su piel ya podrida quedaba pegada allí donde tocaba y su pelo se desprendía de su cuero cabelludo con tal facilidad que en pocos minutos quedaba todo en el suelo. Aquella última arcada la rompió por dentro y antes de vomitar, una espesa flema quedó colgando de su boca y expulsando con ella una seta cien veces más grande que la que se había comido, el gran tamaño del hongo haría que la mandíbula de la ya cadavérica Mercé se desencajase, dejando colgando la parte baja de su cabeza. Aquello que expulsó parecía que ahora la miraba a ella, y conforme su visión se iba apagando y la oscuridad se unía a su muerte, la ahora ya no tan pequeña seta sonreía, apagándose en aquel instante su vida…
Pudiendo llegar a escuchar antes, y junto a aquel silbido penetrante… “Ma… Mamá”

©Adelina GN

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