Sentada aquí en mi terraza, observando estos árboles centenarios, pensando en tiempos anteriores.
Aquí escondida en un rincón, oyendo el fluir de la vida.
Mis plantas me hacen compañía con su esplendor, me dan cobijo del fuerte sol del verano.
Aquí he creado un pequeño paraíso, donde me escondo del ajetreo diario, donde puedo volar con mi imaginación, creando estos momentos de gran placidez.
Aquí puedo hacer realidad este mundo armónico y bello, y el ruido se transforma en silencio, y mi mente se relaja, y me acerco a este río que fluye, en sus aguas camino hacia el mar. Sin prisa pero sin pausa.
Nuestra vida debería transcurrir así, pero nos dejamos absorber por las prisas, exigencias de quienes pretenden esclavizar nuestras vidas, para su bien particular. Vivimos rodeados de vampiros, que pretenden vivir de nuestro esfuerzo y nosotros como inocentes víctimas, les ofrecemos nuestra sangre, sangre pura de nuestras entrañas, la energía vital de nuestro cuerpo, sangre que corre por nuestras venas, como la savia de los árboles. Somos árbol de vida, damos frutos, creamos más vida, nuestras semillas sagradas, de cuyos frutos creadores darán también sus frutos.
¿Por qué no hacer un alto en el camino y permitirnos descansar y honrar este día, este don sagrado?
¿Por qué no adorar este templo, que es nuestro cuerpo y dar gracias al cosmos del cual venimos y al cual perteneceremos eternamente?
¿Por qué no agradecer al universo este gran preciado regalo que es la vida en sí misma?
¿Por qué no amar cada célula, cada núcleo, cada minúscula partícula de nuestro ser?
¿Quién nos impide ser feliz, y reír y disfrutar de las maravillas que hay a nuestro alrededor?
No seas tú la causa de tu propia desdicha, despierta de una vez, abre los ojos a esta realidad y recoge los frutos del amor y transforma en belleza la fealdad que te acecha.