Soy buena persona por educación y convicción, ¡lo juro! Con todo el mundo deseo llevármela bien, cultivar los valores de la fraternidad, la solidaridad, el respeto, es como regar una semilla que al crecer, brindará un clima cálido, una atmósfera agradable, que se crea o no, mejora nuestra calidad de vida. Pero odio a mis vecinos contiguos, son ruidosos, irrespetuosos, desconsiderados, tienen, desde que los conozco, un guacamayo que es como un tótem para ellos, no como un miembro más de la familia, no, es una especie de deidad en cuyo entorno hay lujos que ni siquiera ellos poseen, como si vivieran para atender y satisfacer las necesidades y caprichos de esa ave. No me inclino a tener animales en cautiverio, pero esa ave definitivamente no lo está, ellos son sus súbditos, creo que trabajan y viven para la gracia y beneplácito de esa ave. Lo cierto que su forma de ser nos ha llevado a antagonizar bien sea por su música a todo volumen, o por colocar en su patio trasero, su basura, que con el correr del tiempo adquiere mal olor que penetra e inunda toda mi casa. Pasé por sutiles peticiones, a exigencias acaloradas y ya hoy peleamos en tribunales a fin de obtener la debida sanidad y tranquilidad a la cual tengo derecho, a consecuencia de odiarnos recíprocamente mucho más.
Cierta vez, mi única tía cumple su ineludible final de ciclo de vida y no sé a cuenta de qué, puesto que sabía lo que ya dije -no acepto animales en cautiverio-, decide dejarme una periquita como herencia. ¡A mí! Ella tiene 4 hijos, que años más, años menos, somos contemporáneos, pero a ellos les dejó todos los bienes y a mí me dejó su ave compañera de los últimos 20 años de su vida.
La apreciaba mucho al punto de que muy a mi pesar, adopté el ave y la traje a casa. La instalo en su misma jaula en el estacionamiento ya que fue el lugar al cual accedió mi esposa para tal fin.
La primera semana todo era normal, comía, bebía, ensuciaba, en su rutinaria vida de todo animal encerrado, de vez en cuando un parloteo. Pero a la siguiente semana el ave saltaba de su jaula de un lado a otro y emitía un parloteo con frenesí, intrigado me acerqué y revisé la jaula a ver si había algo en ella que producía tal actitud, sin observar algo fuera de lugar, revise su provisión de agua y comida, las renové, y nada, opté por cambiarle de lugar, nada, tape la jaula, nada, le coloqué un ventilador por si era calor y nada. Ya consideraba llevarla a un veterinario y en eso sale mi esposa y me comenta: -Se puso así desde que los vecinos sacaron a pasear a su tótem y ella lo vio, pero no fue ella nada más, acércate a la puerta principal y oirás al guacamayo con un escándalo superior.
Me dirigí a la puerta para corroborar lo que me dijo mi esposa y pensé que la periquita necesitaba pareja y por eso su actitud. Me molesté porque a duras penas acepté uno, por ser una herencia desconsiderada pero que acogía por respeto a la memoria de mi tía y por indagar que al ave le quedaba cuando mucho dos o tres años de vida. Pero se me ablandó el corazón al pensar que como todos, tenía derecho y necesidad de compañía.
A la mañana siguiente al regresar a casa, paso por una tienda de mascota y le solicito al vendedor un periquito macho que le haga compañía. El vendedor amablemente me indica cuales eran los machos para que yo escogiera, le solicité que por favor lo hiciera él, como en efecto lo hizo, me pareció grosero el precio pero ya había tomado la decisión y si la compañía apaciguaba la inquietud del ave y cesaba el ruido, pues, valdría lo gastado. Al llegar veo al guacamayo en la puerta del estacionamiento intentado ingresar y sus amos, o sus súbditos, hablándole para que volviera a casa. Espero que se retiren de la puerta para poder abrirla e ingresar el auto, pero el ave se resistía a abandonar el lugar. Paciente y hasta divertido observo como dialogaban con el propósito de disuadirle de sus intentos de traspasar la puerta. Viendo mi auto, ya apenados, sujetan al ave y lo llevan a casa, yo logro ingresar para observar dentro de la jaula gran cantidad de plumas en demostración que la periquita también se agitó como por intentos de salir al encuentro del guacamayo. Pensaba cómo era posible si no solo son especies diferentes, sino que además la diferencia de tamaño era considerable. Total que creyendo tener la solución al drama presentado, sujeto la caja donde viajó el compañero recién comprado, lo meto a la jaula, para contemplar por minutos, el mayor acto de indiferencia y desafecto jamás visto en mi vida. Pensé que la cosa era completa y absolutamente con el guacamayo, la deidad de mi acérrima y odiada familia, un romeo y Julieta plumífero me tocó vivir a estas alturas de mi vida. Decidí dejar al macho a ver si con el correr de los días se obraba algún cambio, cuan equivocado estuve. En defensa del pobre macho lo tuve que sacar, la indiferencia se convirtió en ataques continuos e intensos por procurar que cediera a cada rincón de la jaula. No sé de aves, pero me pareció claro el mensaje. Por consiguiente opté por regresar al despreciado a la tienda con la petición de que lo regalase al que se fijara en él.
Según lo narrado por mi esposa, el episodio del guacamayo en la puerta del estacionamiento se repitió varias veces al día siguiente, al igual que la correspondencia dentro de la jaula. Me interrogaba si estaba ante la presencia de un amor inusual o algún otro fenómeno rarísimo de la naturaleza. Tenía interés de averiguarlo, pero no estaba dispuesto a doblegar mi dignidad y orgullo ante esos mal vivientes… se interrumpe mi pensamiento por el sonido del timbre de la puerta, me dirijo a abrir y coincido con mi esposa, cediéndole la iniciativa. Me quedo tras de ella y para mi sorpresa, era la vecina esposa y madre de los hombres que despreciaba. Con voz temblorosa saluda y sin indirectas manifiesta: -No tenemos ninguna duda que nuestro Evert está muy apasionado por su princesa, y queremos ofrecerle la suma que sea para que nos la vendan. Aparté a mi esposa hacia atrás y expresé: -Princesa como la llama, no está en venta. Es un regalo de un ser muy querido y no habrá preció que motive desprenderme de ella-. Se me queda mirando fijo y exclama: -Disculpe, que insensata e insensible fui, es como si alguien pretendiera comprar un familiar o un hijo. Le ruego me disculpe. ¿Habría alguna posibilidad de que nuestro Evert sea visitado y comporta con su-… Hace movimientos circulares con las manos y seguido me interroga: -¿Que nombre le pusieron? Reacciono recordando que no me ocupé de saberlo, de seguro mi tía le había colocado alguno, pero, no me informaron y no pregunté. Para salir del paso respondí: -Se llama Piolina-, inventándolo en ese preciso momento. –Muy lindo nombre, el femenino de la caricatura- comentó. Mi esposa aguantando la risa, se ocultó detrás de mí, reaccionando invitando a la vecina a que ingresara y nos acompañara a tomar té para continuar la conversación.
Disgustado le hacía señas con los gestos de mi cara, se pasaba por alto el conflicto en tribunales. Sin nada que hacer al respecto nos acomodados en la mesa de la cocina, retomo su solicitud e interrogo con algo de orgullo y vanidad: -¿Por qué su Evert no puede venir aquí a visitar nuestra Piolina? Se encoge de hombros y responde: -No es por juzgarlos pero los espacios de nuestro Evert cuentan con gran variedad de elementos para su entretenimiento y comodidad, mientras que a Piolina sólo la he visto encerrada en la jaula-. Estuve a punto de decir que si acaso no era el lugar donde todo el mundo destinaba a sus mascotas de ese tipo pero recordé que ciertamente la casa de estos seres, a través de la venta se veía decorada para esa ave. Opté por asentir con la cabeza y decir que Piolina es bastante conforme. Consiguiendo que mi esposa me pateara sutilmente debajo de la mesa. Mi vecina no estaba dispuesta en desistir que su ave se reuniera con la mía, parecíamos padres de aquellas culturas donde deciden y hasta negocian el destino amoroso de sus hijos; en el fondo quería que esa pobre ave que imagino vivió toda su vida enjaulada disfrutase de la compañía que le provocaba alboroto, pero no podía evitar tener presente los abusos y la arrogancia de estos vecinos. Lo cierto es que para darle a mi ave y a su ave lo que querían, accedí a que mi esposa llevara a la recién nombrada Piolina a la casa de mis némesis un día sí y otro no, entre tanto disfrutaba sus vacaciones laborales.
Tras la primera visita mi esposa no aguantó a que yo llegara a casa y me llamó para contarme lo impresionada que estaba de los lujos y costosos objetos que poseían. Desde que nos mudamos y somos vecinos nunca los vi salir a trabajar o regresar en jornada laboral. Asumimos que debían de vivir de algún seguro por incapacidad, que al menos mental la tienen, o de alguna herencia. Solo presenciamos sus ausencias para disfrutar de algunas vacaciones, cosa que deducíamos por la gran cantidad de maleta cuando salen y los adornos y recuerdos del lugar donde estuvieron, que exhibían a su regreso. Por supuesto que siempre los acompaña el ave.
Al llegar a casa mi interés era saber cómo le había ido a Piolina en su primer encuentro con Evert pero el interés de mi esposa era explayarse aún más en los lujos nada modestos y exagerados de los vecinos y los de su ave. Tuve que interrumpir su larga lista de recuento de objetos para saber cómo le había ido a mi hija adoptiva con su pretendiente. Sin la misma emoción respondió que se rejuntaron, se rascaron con el pico o se sacaron los piojos, que hubo un pedido del hijo de para que la dejara fuera de la jaula y que Evert parecía todo un caballero en sus tratos y expresiones para Piolina, consideró dicho todo para volver con su narración de los lujos.
Habían transcurrido dos semanas y entre las cosas positivas que trajo la relación entre Piolina y Evert es que la música a todo volumen y el olor a basura acumulada desaparecieron, como si se esforzaban por mantener una relación armónica. Esa mañana en particular mi esposa me entrega una carta y era de él, mi vecino, ofreciendo disculpas y solicitándome recomenzar una cordial relación entre vecinos, que reconocían que tenía toda la razón en los puntos que reclamaba y que me aseguraba que ya había tomado todas las medidas pertinentes y que nunca más se volvería a repetir. Todo esto iba acompañado de una invitación a su casa y una costosísima botella de whisky The Macallan Cire Perdue de Lalique. Me quedé mirando perplejo a mi esposa quien sonriendo me dijo: ― Ya la busqué en internet, está valorada en 460.000 $ americanos-. Añadiendo: ― o tenemos a unos vecinos mafiosos prófugos de la justicia de algún país o tenemos a un ganador de un abultado premio de loterías-. No reaccioné, sé que ella no es de inventar cosas, si dice que cuesta eso, es porque hasta llamó al fabricante y corroboró lo que dice. En ese mismo instante giré sobre mis talones y me dirigí a la puerta de mis vecinos, toqué el timbre e intente decirle a mi vecino que le agradecía el gesto pero que no podía aceptar un regalo que representaba mi ingreso bianual. No tuve oportunidad, me abrazo, me sujeto de los hombros y me arrastró al interior de la vivienda de fachada humilde y descuidada pero de un increíble lujo por dentro.
Después de corroborar el deslumbre de mi esposa y de compartir dos botellas de su whisky, porque la mía definitivamente sería como una especie de póliza de seguro a la cual acudiría para su venta en algún caso de emergencia económica, decidí poner alto a tanto derroche de cordialidad y regresar a mi casa. Él totalmente ebrio me bendijo, agradeció que le hiciera muy feliz a su pájaro de la suerte –cuestión que no le presente mucha atención porque el alcohol ingerido apago mi curiosidad, pero que retomaría luego con mucho interés-, me acompañó hasta la puerta, me abrazó unas tres veces, me estrechó la mano una seis, y me llamó consuegro una vez. Cuando reparo el reloj eran las tres de la mañana. Tanto tiempo fraternizando con un ser que detestaba.
Los días siguientes estuvo dando vueltas en mi cabeza aquello del “pájaro de la suerte”, en verdad no sabía cómo interpretarlo y mordisqueaba mi curiosidad. Pero para repeler las mordidas precisaba que me volviese a invitar, no planeaba ser yo quien diese el paso. Todo estaba marchando bien entre nosotros bajo el influjo de Piolina, solo esperaba que su caprichosa ave no se aprovechara de la mía y después de eso la abandonara. Tal pensamiento me hizo sonreír como tonto en la oficina, estaba pensando como padre sobreprotector. Pensé que debía considerar dejársela por el bienestar de mi ave. Me propuse proponérselo en la próxima visita.
No tardó mucho tiempo en que otra invitación surgiera. Llegando a casa el viernes por la tarde se encontraba en la puerta del estacionamiento mi “nuevo amigo”, me obsequio un álbum de barajitas de futbol que de seguro mi esposa le contó, seguido de una proposición de ver el partido de básquetbol en la noche. Asentí complacido, ingresé a la casa, le comenté a mi esposa de la oferta y que no cenaría. Salí de nuevo con la firme intención de gastarme medio salario del mes en una botella de whisky para ser yo quien en defensa de mi orgullo, brindará.
Con mi tarjeta de crédito humeando por el abultado gasto en el que incurrí regresé con una costosa botella para ver el partido, aunque mi estrategia era que, después de unos cuantos tragos encima, como la cantidad que le llevó a abrazarme como hermano y bendecirme como Papa, me revelara aquello de su “pájaro de la suerte”.
Ese rincón de la casa me era desconocido. En la parte trasera construyó un anexo y se hizo instalar una sala de cine como con 20 asientos, me parecía extraño ya que nunca habíamos visto ingresar a nadie, y sabía que era privilegio tranto de mi esposa como mío gracias al pase que no otorgaba Piolina. Previó al partido me indicó, una vez más, que agradecía el que permitiera que Piolina compartiera con su Evert y que como muestra de su gratitud me revelaría un secreto. Pensé que no sería necesario la botella y tontee que quizá la podría devolver. Acto seguido me invitó a pasar al cuarto santuario del ave, tomó dos cajas contentivas cada una de una cartulina en la que estaban escritos los nombres de los equipos que jugarían esta noche. La puso delante de “su Evert” y el ave con el pico tomó la cartulina con el nombre de uno. Se dirigió a mí y me la mostró diciendo: ― Esté es el equipo que ganara esta noche-. Miré con algo de incredulidad, se enfrentaban el líder de la liga contra el antepenúltimo y por si fuera poco este antepenúltimo no le había ganado nunca, nunca, al que hoy era líder en su casa, donde jugarían. No quise ser grosero ni descortés, así que asentí con la cabeza diciendo a su vez que Evert había pronosticado una verdadera sorpresa en el mundo del básquet. Riendo dice: ― Siempre ha sido así. ¿Quieres saber cuál será el resultado del partido? Desconcertado me encogí de hombros y dije: ―Bueno. Inmediatamente fue a un estante de la habitación, tomó dos cajas con tres columnas de fichas cada una numeradas del cero al nueve. Le pregunta Evert: ― ¿Cuál será el resultado de ese partido? A lo que el ave se va a la primera caja, del lado izquierdo toma la ficha numeró 1 de la primera columna, la ficha número 1 de la segunda y la ficha 7 de la tercera. Se va a la otra caja y toma la ficha 1 de cada una de las columnas. Se voltea a mí sonriendo y me dice: ― Evert dice que el partido terminará 117 a 111. Aguanté la risa que me producía tal afirmación y sólo alcancé a hacer un gesto con los labios. Salió de la habitación, le seguí. Agarró el teléfono de la mesita de la sala y exclamó: ― Ahora a apostar. ¿Con cuánto te sumas?- me interrogó- Yo balbuceando y teniendo en mente el enorme gasto que hace rato había hecho con la botella dije: ― 500. ―No chico, -me refutó- está es una información para meterle 100.000. No me negué y pasé toda la noche reprochándome porque no tuve el valor de negarme
Comenzó el partido y sudaba frío pensando de donde iba a sacar 100.000. Si le contaba a mi esposa el gasto hecho en la botella más lo apostado seguro me corría de la casa. Pasé la duración del partido tenso, el puntero no cedía en puntos y el colero no parecía que superaba nunca. Faltando 10 minutos para que terminara el cuarto tiempo, se lesionó un jugador del equipo colero e ingresó en su lugar otro muy joven de quien decía que estaba de luto ya que hace poco perdió a su padre en un accidente laboral. Mi vecino me miraba sonriendo diciendo: ― Tenga fe vecino, tenga fe. Mi Evert nunca se ha equivocado. Lo que siguió en el partido parecía un guion de película; el joven ingresado comenzó a anotar lanzamientos de tres puntos. El partido se puso alcanzable en un puntaje de 97 a 91 a favor del líder faltando cerca de 10 segundos. En milésimas de segundo y con la presión del estómago observo como los lideres fallan un tiro, el equipo contrario recupera y se coloca el marcador 97 a 94. Veo el balón de un lado a otro de la esquina y cuando ya en mi mente me veía solicitando las prestaciones de mi trabajo para pagar la enorme deuda contraída, los coleros roban el balón, se lo pasan al joven quien inmediatamente lanza de tres y encesta, obligando el juego a ir tiempo extra.
El resultado final fue 117 a 111 a favor de los coleros con la destacadísima actuación del joven recién ingresado que anotó nada más y nada menos que 9 cestas de tres puntos, resultando en el corto tiempo que ingresó, el líder encestador de su equipo. Mi vecino celebraba y me preguntaba qué iba hacer con mis quince millones ganados. No salía del asombro, tanto por el increíble acierto del ave como del dinero obtenido en tan poco tiempo. Ahora todo encajaba, todo, quería estar sobrio pero los nervios y la presión por los resultados me llevaron a consumirme la botella yo solito y no podía asimilar con claridad todo lo vivido esa noche.
A la mañana me despierto con un terrible dolor de cabeza. Mi esposa enojada me increpa que si la amistad recién restaurada me iba a convertir en alcohólico, segunda noche que la pasaba donde el vecino y segunda día que regresaba ebrio. La sujeté del brazo para calmarla y le cuento todo lo que pretendía obtener con la segunda visita y todo lo que descubrí. Incrédula dudaba todo lo que le decía pero a la vez, al igual que yo, a todo le comenzaba a ver sentido.
Estos vecinos tenían una mina. Cómo, cuándo y dónde se percató de la habilidad preconizora de su ave fue un secreto que manifestó nunca me revelaría. La facilidad con que hice dinero y libre de impuesto entre tanto no lo declarara, me tenía aun pasmado. La actividad laboral de mi esposa, despertó el mordisqueo de la curiosidad al pensar si la habilidad del ave se extendía al mercado de las bolsas de valores. Cuestión a la cual el vecino no se mostró muy animado ni convencido hasta que mi esposa le evidenció el enorme potencial que representaba en un corto plazo la gran cantidad de dinero que se obtendría y de forma legal y justificada.
Y me convertí en adepto del ave al ser testigo presencial de su virtuosidad en las predicciones que parecían no tener límites ni imposibles.
Fue tanto así que a mi esposa la suspendieron y la investigaban por suponer que su enorme cantidad de aciertos en la bolsa obedecía a una especie de manipulación que tenía del mercado. Con la inmensa fortuna acaudalada, en empresas y acciones de empresas exitosas, en agradecimiento, decido regalarle a Piolina a mi vecino. Ya en su posesión, optan por dejarla fuera de la jaula y para sorpresa, desgracia y desdicha, ella se escapa de la casa del vecino y se posa en uno de los árboles de la acera. Con su canto llama a Evert quien se le une y los vemos partir volando sin rumbo. Mi vecino maldice, insulta y se enoja conmigo, volviendo a ser enemigos hasta que me mudé a mi lujosa mansión. A pesar de haber ofrecido inmensas sumas de recompensa, publicado en todos los medios posibles, no se les volvió a ver ni se supo nunca más de ellos. Ya con la certeza de que no los volveríamos a encontrar, me pregunto si mi Piolina no liberó a Evert de la esclavitud adivinatoria de la que venía siendo sometido. Y no dejó de agradecerle todas las noches a mi tía, ya que su herencia resultó mucho mejor y mayor que la de mis primos.

Luis Duque
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