Tendí las prendas de una manera despreocupada, casi sin mirar la cuerda despeinada que me ofrecía aquella terraza ahora tan pequeña y desvencijada , enorme y mágica en mi infancia. Eché a rodar la vista por las costeras anchas, levemente elevadas en la sierrina de San Pedro y a recogerla como lengua de sapo sobre los tejados del vecindario.
El sol lanzaba su furia contra unos muros blanqueados y en los patios de los bajos comenzaban a oír los repiqueteos de cubos sobre pozos y cántaras.
Un agudo chillido de ave me sobresaltó y la curiosidad pudo con el deber pues me acerqué hasta el muro de separación para observar lo que allí podría estar sucediendo: un hombre joven recogía enseres, limpiaba el suelo y regaba geranios, rosas y limoneros.
Escenas sencillas que me devolvían al lugar en el que de niña fui feliz: mi abuela trajinando con cacharros humildes de aquí para allá, mi abuelo refrescándose con el agua de un botijo mientras yo ayudaba también con la ropa que clareaba al sol justiciero de agosto.
Tengo una fotografía en la que aparezco alegre con mi abuela, feliz en su humilde existencia donde sólo el trabajo y el ahorro cabían.
Hoy sólo me quedan las cosas que toco, viejas y pequeñas, desvencijadas, rotas algunas, cosas que están impregnadas de un olor, un sabor y un sentimiento que, lógicamente, no capta la foto pero sí mi memoria rica de sentidos.
Y veo entonces que mis hijos me tendrán en imágenes instantáneas impregnadas del olor del azahar, de la alegría contagiosa de su padre y de la serenidad de las puestas de sol sobre las costeras sentados sobre el tejado acompañados de Rufus, el gato tonto del vecino y yo , que sólo mantengo fijas en mis recuerdos momentos sabrosos de mi niñez y miro con asombro rostros jóvenes, fotos recientes, citas médicas en el calendario de papel, tratando de agarrar lo que se muestra fugaz ante mí.
La sábana ondea , blanca y rebelde trayendo perfumes de imitación natural. Al fondo, muy lejos se ve el tren y abajo el vecino me pregunta si es mío el calcetín descolorido que ha caído sobre el guacamayo.
-No sé, no me acuerdo.